miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Es imposible ser un directivo veraz?

http://socrates.ieem.edu.uy/2012/11/%C2%BFes-imposible-ser-un-directivo-veraz/?utm_source=S%C3%B3crates&utm_campaign=6e713f8383-Socrates8_1_2011&utm_medium=email 
Por Juan José García 

Hay que perder el miedo de decir la verdad a quien corresponda y con el tono adecuado; para ser veraz no hay que mentir ni utilizar una retórica engañosa. No es complicado.
CARICATURA El Observador 21 de noviembre 2012
La pregunta suena casi cínica, pesimista, porque de entrada introduce una duda que no es fácil resolver de inmediato. Pero tomando como punto de partida la incisiva afirmación de John Le Carré: “Hay que tener temple de héroe para ser sencillamente una persona decente”, no parece ni tan negativa ni tan inútilmente cuestionadora. Aunque por otra parte qué duda cabe de que es mucho pedir –heroísmo– para llegar al nivel de la decencia. Sobre todo cuando se trata de un directivo, enzarzado a diario en innumerables situaciones en las se plantean incesantes conflictos de intereses.
Se suele insistir mucho, y con razón, desde mi punto de vista, en que la confianza se construye día a día, paso a paso y lentamente. Y que lo se tarda mucho en construir se puede destruir en un instante. Que es fundamental para poder dirigir una empresa porque esa tarea es mucho más que “mandar”. Lo que me parece que no suele decirse de un modo tan rotundo es que solo con la veracidad es posible consolidar una actitud confiada en las personas que se dirige. Y alguno podría decir, pero si es tan difícil ser veraz en la tarea directiva ¿qué se puede esperar? Si no se es veraz, muy poco. Por eso, lamentablemente, no es demasiado frecuente encontrar en las empresas un clima laboral en el que se respire confianza.
Demás está decir que ser veraz no implica decir todo a todo el mundo, porque no todos tienen derecho a saberlo todo. Hay informaciones reservadas que sería una imprudencia distribuir entre gente que no está preparada para gestionarlas. Por otra parte, algunos datos personales deben estar resguardados porque está en juego el respeto por la dignidad de esas personas. Pero lo que no se puede hacer nunca es mentir, engañar, ocultar información a quienes tienen derecho a saberla. De lo contrario se estaría manipulando a quienes tienen el derecho fundamental a la verdad. En este sentido me parece que hay un incremento importante en la sensibilidad social para oponerse a cualquier maniobra de ocultamiento.
Es cada vez más frecuente que en los restaurantes haya un vidrio transparente a través del cual se puede ver lo que se cocina. Y aunque nunca he visto a nadie observando las tareas culinarias, da una gran tranquilidad saber que se tiene un acceso irrestricto a la elaboración de lo que uno va a comer. Quizá por contraste, cuando se sospecha de algún  ocultamiento, de que se están tomando decisiones en un cierto clima de clandestinidad, la gente suele preguntarse con inquietud: “¿Qué estarán cocinando?”
A veces somos muy ingenuos. Y pensamos que es fácil disimular. Como ocurría con Inesita: cuando se hacía encima ponía cara de misterio y se iba a un rincón, mirando como si nada estuviera ocurriendo aunque el mal olor la delataba. También hay directivos que sin mentir, nunca dicen la verdad. Se les nota a la legua que tienen agenda oculta, que sus preguntas oblicuas intentan conseguir indirectamente una información interesada, que nunca acaban de dar las razones reales de las decisiones que toman, que pretenden disimular sus intenciones de fondo. Pero todo eso queda muy claro para la gente que tiene una mirada sencilla. Porque mil verdades a medias no hacen una verdad. Y cuando se manipulan los hechos para hacerlos coincidir con sus interpretaciones, y se pretende imponerlas como si fueran sucesos indiscutibles, no se dan cuenta de que ellos mismos se van cocinando en el propio caldo de embustes que han generado con su falta de rectitud. Porque es un círculo vicioso: cuando se dice una mentira hay que continuar mintiendo para intentar que la primera falsedad no se descubra.

Solo la lealtad genera lealtad

Cuesta mucho a algunos entender que solo la lealtad genera lealtad. Y que solo podrán contar con aquellos a quienes no se les haya fallado deliberadamente. Podría ser que a algunos directivos no les interesara demasiado generar lealtades y por tanto no sintieran la necesidad de ser veraces. En estos casos lo que es seguro es que progresivamente se estarán incapacitando cada vez más para poder dirigir. Las nuevas generaciones exigen transparencia, y nadie les puede reprochar que sean utópicas: simplemente no están dispuestas a contribuir al incremento de la hipocresía abundantísima que ya hay en el mundo, aunque quizá tengan otras debilidades. Pero a mi juicio es ese aspecto van bien encaminadas. Por eso resulta tan grato tratar con los jóvenes.
Antes se distinguían planos, ámbitos donde vivir la honestidad, la veracidad. Para muchos una cosa era la vida familiar, social, y otra distinta la vida laboral: “Negocios son negocios”. Es decir, a nadie se le puede ocurrir una exigencia que solo vale para la intimidad del hogar. Ahora se ha afinado en la sensibilidad moral: se pretende una mayor integridad. Porque se piensa que si soy capaz de mentirle a un cliente, muy probablemente le mentiré a mi cónyuge. Y después a mis hijos. Pero como “la mentira tiene la pata corta”, se acabará por perder totalmente la credibilidad. Y sin credibilidad, ¿cómo generar confianza? Y no estoy proponiendo ningún tipo de “sinceranicidio”.
No es imposible ser un directivo veraz. Pero para eso no hay que mentir, hay que perder el miedo de decir la verdad a quien corresponda y con el tono adecuado. Lo que no podemos nunca es –utilizando una retórica engañosa, carente de veracidad– llamar esculturas de materia fecal a lo que no son más que excrementos humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario