domingo, 7 de abril de 2013

YOGIJI: recuerdos de un discípulo de Yogi Bhajan

http://www.elblogalternativo.com/2013/03/27/yogiji-recuerdos-de-un-discipulo-de-yogi-bhajan/ 

yogui bhajan
“La fe mueve montañas, de lo contrario las piedras se hacen muy pesadas”
Hargobind Singh* (filósofo, formador de más de mil profesores de Kundalini Yoga, discípulo de Yogi Bhajan, fundador de la organización World Prem  y orador internacional) repasa una etapa de su pasado recordando a su Maestro, con quien vivió más de 25 años, y reflexiona sobre su legado y la vida.
Todo comenzó con una canción, “Algún día llegará el día, en el que toda la gloria será para ti, la gente dirá que es tuya, deberé negarlo, no es mía”. Viniste porque amabas el sol. Dejaste atrás el frio yendo de Nueva Delhi a Toronto, de Toronto a Los Ángeles, de oriente a occidente, porque había algo allí que te llamaba. Era una época de movimiento, gente joven buscando el cambio o algo real, una sociedad en medio del caos, decepción y muerte. Vietnam estaba quitándonos nuestra juventud, parecía tonto morir en una selva que nadie conocía, luchando contra un enemigo que no te había hecho nada. La música estaba por todas partes señalando un cambio de cultura, gente que quería ser libre – sus cabellos largos ondeando banderas de libertad. Había una búsqueda de conciencia, las drogas – el LSD y Timothy Leary, Baba Ram Das, los Beatles y Maharishi, fumar hierba para sentirse feliz. De algún modo llegaste a Los Ángeles y pudiste ver todo eso, no creo que tuvieras un plan – simplemente las cosas sucedieron de ese modo.
La historia se escribe al azar, personas, eventos y alguien que es la voz del cambio. Tú fuiste la voz del cambio. Tú nos viste y te preocupaste por nuestro futuro. A aquellos que se quedaron en el camino, por sobredosis de drogas, los llamaste los mártires de esta nueva Era de Acuario. Nos dijiste que alterar la conciencia químicamente no era el camino, que podía causarnos un daño sustancial. Nos dijiste que podías enseñarnos una mejor manera y que podríamos llegar al mismo lugar que anhelábamos conocer.
Nos hablaste de la Respiración de Fuego, de Sat Kriya y de mover la columna y de cómo poco a poco el sistema nervioso se volvería fuerte nuevamente, las glándulas segregarían y la energía subiría. Éramos jóvenes, inocentes e impresionables, pero también deseosos de experimentar. Fue, después de todo, un experimento social. Y funcionó.
Esta es la historia que escribimos, tú y yo, maestro y alumno. Es una historia de amor, compasión y relación padre-hijo. Como muchos otros, tú te preocupaste por mi futuro. Sino, ¿por qué dedicarme tantas horas? Recuerdo particularmente el 16 de junio de 1992, cuando durante dos horas me hablaste directamente a mí y, quizás, a esas otras cien almas que estaban allí. Hablaste de la misión que me esperaba en Moscú. Tú estabas, después de todo, enviándome lejos de todo lo que había conocido durante los últimos veinte años. “Le he pedido a Hargobind que me entregue su Hargobind y lo ceda al trabajo y la misión de Guru Ram Das. Que vaya y sirva a aquellos que no lo conocen, eleve a aquellos que no puede imaginar, inspire a quienes no sabe cómo inspirar, hable con aquellos cuyo lenguaje no conoce, los haga divinos y los convierta en profesores sin saber él mismo cómo hacerlo. Aún así, mi fe es honesta y se que funcionará”. Con la tensión y dramatismo que estabas acostumbrado a otorgar a los momentos que te ocupaban apasionadamente, dijiste “Una misión no es una cuestión de hacer, es una cuestión de morir – y luego vivir para siempre”.
Para ti, todo era siempre una misión de Guru Ram Das. El cuarto Guru de los Sikhs estaba siempre detrás de todo lo que hacías, y por asociación, detrás de todo lo que hacíamos. ¿Quién te enseñó eso? ¿Quién te inspiró a tener ese tipo de fe? ¿Fueron acaso esos años haciendo “seva” en el Golden Temple que nos contaste? Lo experimenté tantas veces yo mismo, despertarnos a las 12:30am para unirnos a la brigada de hombres que llevaban los cubos de agua desde el “Sarowar”, para luego esparcir el agua en los suelos de mármol blanco del templo. Era un acto simbólico y real para purificar el espacio. Todos eran iguales – no sabías nada de los demás, excepto que quizás lo habías visto allí la noche anterior haciendo el mismo ritual. Cantábamos las mismas canciones y al final abríamos con gozo nuestras manos para recibir el “Prasad”. Era una experiencia maravillosa.
Meditábamos toda la noche, pero ya estábamos preparados para ello ya que nos habías enseñado a levantarnos durante la última parte del día. Nos dijiste que para los yoguis y santos de la India, el día se dividía en ocho “pads”, cada uno de tres horas de duración. Así que nos enseñaste que hacer Sadhana era despertarse durante el último “pad”, entre las 3:00am y las 6:00am y meditar antes del amanecer. En aquellos días, la Sadhana comenzaba siempre a las 4:00am.
La Sadhana era la piedra angular de tus enseñanzas. Parecía que nunca te apartabas de ese mensaje. “Si alguien hace honestamente su práctica cada día, no creo que nada malo pueda venir a él”. Así nos fue enseñado y no siempre lo hicimos correctamente, a veces incluso nos forzamos unos a otros a levantarnos por la mañana con sutiles presiones psicológicas. Fue duro recorrer esa distancia de la disciplina al amor.
Tú fuiste rígido, autoritario y exigente. Supongo que venía de tu entorno militar, o quizás era sólo una cualidad generacional. Sé que perdimos muchas almas a lo largo del camino que se rebelaron contra tus “formas”. Nosotros fuimos, no lo olvides y sé que no lo hiciste, una generación muy rebelde – tú también lo fuiste. A veces continúo sintiendo dolor por aquellos que se “apartaron del camino”, algunos eran amigos muy queridos para mí, con quienes había comenzado el Ashram y crecido juntos de jóvenes. Debió haberte dolido como nos dolió a todos. ¿Acaso no era un camino de amor, compasión y tolerancia? Fuiste tolerante con tantas cosas de la vida diaria, como demandas en tu horario, sesiones de consultas que dabas gratuitamente a todos y, frecuentemente, tratar con nuestros aparentemente importantes problemas de vida. Pero, ¿eras intolerante con aquellos que cuestionaron tu misión y la visión que tenías de la organización? Después de todo, eras humano.
Tuviste tantos nombres. Naciste como Harbhajan Singh Puri y luego te convertiste en Yogi Bhajan. Fuiste Yogi Bhajan para todos nosotros durante aquellos primeros días y sigues siendo Yogi Bhajan hoy en día para los miles de estudiantes que practican tus enseñanzas. Muy pronto te convertiste en Siri Singh Sahib y desde 1973 hasta tu muerte en 2004, sólo nos dirigíamos a ti como Siri Singh Sahib Ji. Era un título religioso y confirmaba tu estatus como líder de los Sikhs. Te sentaba bien. Algunos inevitablemente cuestionaron tu autoridad en ese rol, pero eso no te disuadió ya que habías decidido que eso también era parte de tu destino. Lo llevabas con ecuanimidad y confianza, sin saltarte un paso en el camino. ¿Quién estaba mejor calificado que tú?
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¿Quién era mejor orador que tú? ¿Quién podía despertar la fe en el corazón de cada uno de los que tocabas mejor que tú? Eras magnífico. Todos parecían palidecer a tu lado. Sin duda, a pesar de las supuestas debilidades humanas, fuiste un hombre de fe.
Demostraste esa fe inquebrantable o confianza en ti mismo cada día de tu vida. Nos enseñaste eso – a creer en nosotros mismos. Era el pilar de la enseñanza yóguica, según tu comprensión. El yoga no es una religión, nos recordaste innumerables veces, pero hace emerger la fe en uno mismo. “La fe puede mover montañas, de lo contrario las piedras se hacen muy pesadas.” Era un grito de guerra para ti.
Esa característica tuya – de creer en ti mismo – te permitió sentarte lado a lado con todos los grandes líderes espirituales del momento. Swami Satchidananda, el Dalai Lama y muchos otros hombres santos de la India y las Américas llegaron a tu puerta. Tu ego nunca fue amenazado ni nunca fuiste opacado. Al contrario, no vi a nadie ser tu par en tu personalidad divina. Saliste adelante siempre con gracia y con una luz brillando en tus ojos. Y nosotros estuvimos allí de testigos, en cada paso del camino.
Era divertido verte trabajar. Como habías convertido Española en tu hogar de verano, utilizabas Nuevo México como trampolín para interactuar con políticos locales. Para ti era un juego y sabías jugarlo muy bien. Eras al mismo tiempo tanto inteligente como calculador, ya que buscabas crear un espacio reconocido y aceptado para nosotros en la sociedad, quienes con nuestros turbantes, barbas y ropa blanca, parecíamos tan distintos a los demás. Nuevo México era un estado grande en cuanto a territorio, pero con una población relativamente pequeña de tan solo alrededor de un millón de habitantes. Los políticos eran del estilo tejano de “dar espaldarazos” y eso te sentaba bien. Te gustaba como se hacían las cosas, era un estilo rural y eso era perfecto para ti. Era un estado apartado de las grandes ciudades, pero te permitía tener una voz.
Todos vinieron – aquellos que iban a elecciones y aquellos que ya habían sido electos. Parecía que nadie rechazaba tus invitaciones a cenar en tu casa-finca. Se convirtió en un evento social en la comunidad de Santa Fe. Era una oportunidad para ellos de ser atendidos por todos nosotros y entretenidos por el “gran yogui”. Tú dirigías toda la conversación, lo sé porque estuve allí tantas veces. En ocasiones, me sentía avergonzado cuando exagerabas sobre quiénes éramos, lo que habíamos logrado como individuos y como organización. Por supuesto en parte era cierto, pero lo expresaste de un modo que era cómodo para ti. Eras eficaz, e incluso candidatos a la presidencia te vinieron a buscar. Sabías cómo hablar a todo el mundo y todos venían a pedirte consejo.
Como siempre, ¡nunca te dio miedo darlos! Dar consejos, esa era tu especialidad. Viniste a este mundo a hacer exactamente eso –a aconsejar a los demás. Has de ser recordado, mi querido maestro, por las incontables horas que ofreciste gratuitamente a tus estudiantes y a gente corriente que conociste que no eran tus alumnos, pero aún así venían a pedirte consejos. Recuerdo que en 1972, cada ashram recibió una carta diciendo que como tus alumnos, cada uno tenía el derecho a llamarte a cualquier hora, porque esa era la relación entre un maestro y sus estudiantes. Todos podíamos ir. Primero debíamos pedir una cita y luego lograr, por algún acto divino, pasar el escudo protector de tus secretarias, pero era posible. A menudo, esto significaba ser invitado a comer contigo en la finca y luego ser sujeto a cualquier cosa que quisieras decirnos. Era siempre frente a otros, e incluso si habías pensado detenidamente lo que querías preguntar, al final, eras tú el que decía lo que querías que nosotros escucháramos. Nunca te cansaste de ser un maestro y amabas estar rodeado de tus alumnos. Eras un hombre de familia y creaste una familia grande.
A veces, me sentaba a tus pies y los masajeaba mientras me mirabas desde arriba en tu sillón, con una piel de oveja debajo de ti. Tú lijabas los duros bordes de mi ego y suavizabas mi alma. Luego decías de repente, “¡Vamos al cine!” Lo que usualmente quería decir que éramos al menos diez o quince de nosotros. Era tu pasatiempo favorito – de seguro para escapar de las presiones de tu vida y disfrutar de dos horas solo con tu coca cola light y la caja más grande de palomitas de maíz que vendieran. Nos veías actuar ante ti en la pantalla grande, la cultura norteamericana que tanto te intrigaba.
Fuiste un historiador y algún tipo de arqueólogo – fascinado con nuestras tonterías y nuestra omnipotencia como nación. Siempre te sorprendía el hecho de que como estudiantes tuyos y viniendo de occidente, no creyéramos en nosotros mismos – que dudáramos de nuestra capacidad y nuestra grandeza. Estos eran conceptos extraños para ti y te negabas a aceptarlos en nosotros. Pero, al final, nunca te rendiste con nosotros porque nos convertimos en tu familia y sólo deseabas hacernos grandes y diez veces mejores que tú.
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Cómo podrías no desear ver en lo que se convertirían todos tus esfuerzos, si la idea central de tus enseñanzas era que “Como profesor, sólo debes crear un profesor real en toda tu vida”. Fue el faro en el que colocaste tu fe y tu devoción en lo que significaba ser un profesor. Nos dijiste que ser un profesor era el llamado más alto a un ser humano, la profesión más noble. ¿Por qué?, porque tenía que ver con despertar en la otra persona la chispa que podía cambiar por completo su vida. Era el conocimiento atrapado en el interior lo que querías despertar y que revelaría de algún modo secreto que la persona podía cambiar, que la vida podía ser diferente. Nos convertiste a todos nosotros en profesores.
“¡Mi misión es crear profesores, no discípulos!” Nos dejaste tantas ideas que nos encantó citar. Se convirtieron en nuestros mantras. “No es la vida lo que importa, sino el coraje que le pones”. “Si no puedes ver a Dios en todo, no puedes ver a Dios en nada”. “Sostente y serás sostenido”. “Finge que puedes y podrás”. “Si Dios puede hacer rotar la Tierra 24 horas al día, seguro que puede ocuparse de tu rutina”. “Dale una oportunidad a Guru Ram Das, él es un buen Guru”. “Dios y yo, yo y Dios, somos uno”. “Si alguien una vez te tocó tu alma, ¿no crees que tienes la responsabilidad de tocar tú también a alguien?”. “No estamos aquí para tener una experiencia espiritual, ya somos espirituales y estamos aquí para tener una experiencia humana”. Puede que no todas hayan sido creadas por ti, pero se volvieron parte de ti y parte de nosotros. Fueron las señales en el camino, los “sutras” que repetías para hacer un punto sobre algo que querías decir. Estaban llenas de filosofía y mensajes.
Desde muy pronto nos instigaste a la práctica de cantar al final de tus clases la canción “Que el eterno Sol te ilumine, que el amor te rodee, y la luz pura interior, guíe tu camino”. Y luego nos dijiste que hiciéramos lo mismo. Si encontrabas algo que te gustaba, te quedabas con ello. ¿En cuántos idiomas ha sido traducida esta canción de “The Incredible String Band”? La hemos cantado en inglés, francés, alemán, castellano, catalán, portugués y ruso seguro, en cuántos más no lo sé.
Dicen que la cultura es el legado histórico de aprendizaje que ha tenido lugar y dejado su marca indeleble en la sociedad. Se convierte en un camino a seguir, ya que gobierna el comportamiento moral y la búsqueda intelectual. La cultura que dejaste como profesor fue el resultado de esa profunda búsqueda que hicimos en la naturaleza de nuestra alma. Tú hablaste del alma, de “Atma”, y de su viaje en esta Tierra. Tú dijiste que el Atma estaba contenida en el “Paramatma”, la gran alma o conciencia cósmica. El alma ha reencarnado para cumplir su promesa con el Creador de volver a la luz. Fue una historia de evolución, de karma y de acercarnos a la autorrealización. Las experiencias de tu vida fueron las bases y fundaciones de este aprendizaje y la comprensión que había de llevarse a cabo. Como dijiste, “Puedes aprender de la mano de un profesor, o puedes aprender de la mano del “Padre Tiempo”.
Nos diste las herramientas para bucear en esa piscina de autoexploración. Aprendimos a recitar el “Japji” y los otros “Banis” de los Gurus. Incluso aprendimos a leer Gurmukhi, era un alfabeto completamente extraño para nosotros – pero lo hicimos. Trajiste a Jasbir Kaur de India para enseñarnos a cantar Kirtan y nos convertimos en músicos por nosotros mismos con el harmonio y las tablas. Nos enseñaste los mantras, que eran parte sagrada de tus enseñanzas, pero nos alentaste a componer nuestras propias melodías para ellos, incluso si al final sonaban más como rocanrol. Era nuestra música y sabías que era la manera de llegar a nosotros. Dijiste, “Seréis recordados por vuestra música”.
Papaji, tu padre, vino a vivir conmigo durante alrededor de cuatro años. Cada mañana iba a sadhana vestido con su ropa interior larga, una manta que lo cubría y un pañuelo alrededor de su cabeza y recitaba el Japji, que para nosotros era casi incomprensible, pero cuando llegaba al último “pauri” o “shalok” quería que todos cantáramos con él.
Él era único, era tu padre y como un abuelo para mí. Era un momento de crecimiento espiritual y era reconfortante para el alma. Solía ir a dar caminatas por el pueblo y la gente lo pasaba en sus coches sonando las bocinas, a lo que él respondía levantando su bastón al aire sin perder el ritmo. Pensaban que era Guru Ram Das, con su larga barba blanca. La voz se había difundido.
Tocábamos tus pies al saludarte y aprendíamos sobre la obediencia como estudiantes. Tú eras exigente, pero también generoso de espíritu y era divertido estar contigo. Te encantaba comer y te encantaba hablar. Tu humor era contagioso y te encantaban los chiles verdes. Quizás sea por eso que amabas tanto Nuevo México. Había muy buena comida cerca de tu finca en la pequeña ciudad de Española. Te recordaba a la comida picante de India. Habían enchiladas de chile verde, burritos y sopapillas para elegir de miles de restaurantes. Así era el “Harbhajan Singh” dentro de ti que quería disfrutar como un padre con sus hijos.
Caminaste a través de la vida de un modo diferente. Fuiste un mensajero y sin embargo sabías que no debías tomar crédito del mensaje. En tus sandalias y largas ropas viajaste como un moderno Nanak, pero te aseguraste de que no te llamáramos Guru. Para ti, ese título sólo podía dársele a Guru Nanak y a los nueve Gurus que vinieron después de él.
Tú eras un profesor, simplemente un profesor, y eso era suficiente para ti. Caminaste con gracia dondequiera que fuiste, eso era innegable. Había algo diferente en ti, una cualidad, un impacto – fuiste único. Quizás tenías defectos como hombre en muchos aspectos, quizás todos los tenemos, sin embargo fuiste un alma prodigiosa que movió montañas y dejó un legado. Nadie podría haberte pedido más, ni hacerlo mejor que tú.
Ahora, seguimos siendo los niños de la Era de Acuario, sólo que un poco mayores y continuando a tu sombra.
Hargobind Singh
Imagine Academy
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