domingo, 12 de junio de 2016

Domina esta habilidad y todos te querrán

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"Cuando las personas hablen, escucha completamente. La mayoría de la gente nunca escucha" —Ernest Hemingway

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Imagen: Leo Hidalgo (clic sobre la foto para más info.)
Estábamos mi esposa y yo cenando con una amiga que pronto iba a cambiar su lugar de residencia, en un par de días se iba a vivir a otro país. Cosas de la crisis.

Como era de esperar, nuestra amiga estaba muy nerviosa por el vuelco que estaba a punto de dar su vida. Entonces... habló. Y mucho.

Nos contó cuales eran sus mayores temores, que era lo que más iba a extrañar, sus dudas sobre si sería capaz de adaptarse... Mi mujer y yo poco hablamos, esa noche nuestra participación se limitó a ser la de complacientes oyentes.

Al despedirnos, mucho más tranquila y con una sonrisa en su rostro nos dijo: “¡Cómo voy a echar de menos nuestras conversaciones!” (¡hum?) No, eso no fue una conversación, había sido casi tres horas de monólogo.

Pero nuestra amiga estaba mucho más tranquila y optimista así que ‘no problem’.

La mejor entrevista de trabajo que he dado en mi vida fue una en la que apenas si habré dicho 100 palabras. Mi entrevistadora, deseosa de contar sus experiencias, su estilo de liderazgo, las estrategias que utilizaba, acaparó la (casi) totalidad de la entrevista.

No paraba. Cuando empezaba a quedarse sin gas, una pregunta insignificante, un superfluo ‘ajá’ e incluso un levantar de cejas en señal de asombro, le restituían su empuje y continuaba soltando su chorro sin vacilaciones.

¿Conseguí el empleo? No. La empresa cerró en las siguientes semanas.

Los seres humanos adoramos hablar. Con algunas excepciones, somos felices cuando nos escuchan.

Hablar en muchas ocasiones constituye una forma de darle sentido a nuestro mundo interior, es una manera de ordenar nuestros pensamientos. “¿Cómo voy a saber lo que pienso hasta que no vea lo que he dicho?” declaró con gracia el escritor Edward M. Foster.

Cuando nos ocurre algo significativo en la vida, por ejemplo, es habitual que empecemos a crear conversaciones mentales con nuestra pareja, padres o amigos; de manera anticipada imaginamos cómo se los vamos a contar y cuáles serán sus reacciones. Nuestro afán por comunicarnos nos lleva a fabricar conversaciones imaginarias.

El único problema que esto tiene es que, claro, todos queremos hablar, y pocos estamos dispuestos a escuchar.

En reuniones y conversaciones las personas están más apuradas por ir y soltar su carga, que por recibir la de los demás. Incluso, aunque parezca que están escuchando, no lo están. Ponen cara de que si, pero en su cerebro están preparando su próxima descarga, mientras su interlocutor habla ellos piensan lo que van a decir enseguida.

Así que, dado la urgencia que tenemos todos por hablar, si quieres causar una buena impresión, aumentar tus competencias sociales y “ganar amigos e influir sobre las personas”, no intentes parecer interesante con tu perorata; muéstrate interesado. Escucha.

Prestar sincera atención a las personas es uno de los caminos más directos hacia su corazón. "He aprendido —dijo Maya Angelou— que la gente olvidará lo que has dicho, la gente olvidará lo que hiciste, pero las personas nunca olvidarán cómo los hiciste sentir". Cuando alguien nos escucha con genuina atención nos hace sentir condenadamente bien. Sentimos que importamos, que nuestra existencia cuenta, un anhelo básico en todos los seres humanos.

Escuchar con esmero es uno de los mejores obsequios que podemos hacer a alguien.

Prestar imperturbable atención cuando nos hablan no es fácil, no sólo interfiere nuestro natural deseo de hablar; también ocurre que pensamos mucho más rápido de lo que hablamos, así que mientras escuchamos es normal que nuestra mente se disperse, pues le sobra tiempo para ello.

Por eso escuchar requiere esfuerzo, concentración y buena disposición. Pero vale la pena.
Escuchar es una cosa extraña y magnética, una fuerza creativa. Los amigos que nos escuchan son a los que nos acercamos. Cuando se nos escucha, somos creados, hace que nos despleguemos y nos expandamos. —Karl A. Menniger

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