sábado, 11 de junio de 2016

La inteligencia colectiva como un desafío de diseño

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Gonzalo de PolaviejaEmpiezo con éste un seriado de posts con entrevistas a practicantes y expertos de prestigio en el campo de la inteligencia colectiva que iré publicando como parte del trabajo de campo que estoy haciendo para mi libro. El estreno no podía ser mejor, con una larga conversación que tuve conGonzalo de Polavieja, doctor en ciencias físicas por la Universidad de Oxford y postdoc en Neurobiología del Laughlin Lab (Cambridge), que ahora lidera un grupo de investigación en elCollective Behavior Lab del Champalimaud Center on the Unknown, un centro científico puntero que radica en Lisboa.
Gonzalo, además de ser un tío estupendo, es uno de esos investigadores renacentistas que salta de la biología a la política con naturalidad. A él le sigo la pista desde hace tiempo, a partir de sus investigaciones en el Instituto Cajal del CSIC, y hemos coincidido en New York porque fue invitado como ponente a la 2016 Collective Intelligence Conference. Nuestro diálogo fue súper estimulante porque es una persona que piensa con un rigor científico a prueba de balas pero al mismo tiempo tiene una sensibilidad muy práctica. No vive en las nubes, así que eso lo hace unsparring óptimo para poner a prueba hipótesis y mitos. Aquí os dejo con un resumen de la conversación que tuvimos. No es una transcripción literal porque es mi interpretación de algunas cosas que me dijo y contiene además algunas reflexiones que construimos en común:

Del comportamiento animal a los colectivos humanos  

Polavieja dedica gran parte de su investigación a estudiar el comportamiento colectivo en animales. Ahora usa a los peces como modelo de análisis en laboratorio. Le he preguntado si se puede utilizar el “colectivismo” de los animales (hormigas, abejas, etc.) como un ejemplo a imitar por los humanos, teniendo en cuenta que somos organismos cognitivamente mucho más complejos. Su respuesta es, como me esperaba, prudente:
Yo intento aprender de toda la biología. Estudiar a los animales ayuda porque, desde mi punto de vista, tienen retos parecidos y usamos mecanismos similares de los que se puede aprender, pero sin caer en absurdas generalizaciones. Por ejemplo, la información que nos llega al cerebro de animales y humanos es muy ambigua. Ambos usamos lo social para reducir ambigüedad. También aprendemos con premios/castigos. Yo me pregunto qué es lo más básico que nos une y qué propiedades se activan de forma similar entre las distintas especies, porque eso ayuda a descubrir dónde está lo universal. Al final se pueden extraer modelos conceptuales y matemáticos a partir de los comportamientos que siguen los animales. Me interesan especialmente sus mecanismos de decisión. De ahí podemos generar algoritmos inspiradores para interpretar y mejorar las interacciones colectivas en humanos, porque por algo ciertas especies de animales hacen tan bien lo que hacen”.
Pero Polavieja advierte que “El mito del colectivismo animal es una lectura que a menudo tiene tintes ideológicos”, y extrapolar eso a los humanos es muy arriesgado porque “No podemos convertirnos en los animales que no somos. Por ejemplo, hay hormigas sociales pero las hay también solitarias. No en todas las especies animales el liderazgo es distribuido, ni tampoco centrado en una cabeza visible. Hay una gran diversidad de situaciones que hay que estudiar en cada caso. Cada especie intenta optimizar sus características para sobrevivir en el entorno específico en el que le toca vivir, y lo mismo podríamos decir de los humanos.

Importancia del diseño de una arquitectura participativa:

Este ha sido de los temas más interesantes que hablamos: “Cuando el diseño de interacciones está claro, definiendo una estructura y unas normas para gestionar de forma ordenada y transparente el proceso de agregación; la figura del ‘facilitador’ se convierte en un vigilante del cumplimiento de esa arquitectura. Con reglas claras y compartidas, la labor de facilitación se limita a vigilar que nadie se salte esas normas, porque siempre habrá gente que lo intente”.
El poder, entonces, ya no radica en unos líderes que actúen de forma discrecional, sino en los códigos comunes que regulan el juego y que todo el mundo tiene que respetar. A mejor estén diseñados esos códigos o normas, menos riesgo de que hayan liderazgos opacos que manipulen.
Por supuesto, si el poder se traslada a las pautas de diseño, entonces hay que prestar mucha atención al “meta-diseño”, o sea, al procedimiento utilizado para fijar esas pautas. Por eso habrá que discutir también el método seguido para negociar la arquitectura participativa.

Una aportación clave del diseño es favorecer la inclusión:

Lo que nos ocurre es que no se utilizan estructuras deliberativas que se respeten”, afirma Polavieja. Que haya una estructura o arquitectura participativa clara es condición necesaria (aunque no suficiente) para que haya igualdad de oportunidades en el proceso de agregación. Y al contrario de lo que mucha gente cree, los espacios colectivos sin normas, ni un diseño adecuado, lo que hacen es favorecer siempre a los más fuertes que navegan con ventaja en entornos desregulados.
Por ejemplo, si no quieres tomar decisiones arbitrarias, lo primero que hay que hacer es definir colectivamente unos criterios de elección, que sean comunes y transparentes; y entonces se elige la opción que mejor satisfaga esos criterios. Pero sin esa referencia o marco para la reflexión: “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Por cierto, ¡¡que vivan las contradicciones!! porque escribí hace un mes en mi blog personal otro post en el que resaltaba las ventajas de los sistemas desregulados: Cuando las normas nos vuelven más pasivos, pero que más bien ayuda a completar el análisis de los pros y cons de ambos modelos.

Lo colectivo como excusa para evadir la responsabilidad:

Estuve repasando con Gonzalo una propuesta de taxonomía que estoy elaborando para tipificar los fallos más frecuentes que se dan en los procesos colectivos, y él me hizo ver uno en el que no había pensado: “echar mano de lo colectivo como excusa para evadir la responsabilidad de tomar decisiones delicadas que a alguien le corresponde tomar porque se le ha dado autoridad para eso”.
A mí lo de determinar cuándo tiene sentido delegar las decisiones al colectivo me parece un tema que admite muchas interpretaciones, pero es cierto que estamos viendo situaciones en las que para evitar que se le atribuyan a unas personas las consecuencias de una decisión crítica y controvertida, traspasan el marrón al colectivo en lugar de hacer valer su punto de vista y exponerse a las consecuencias. Esto en dilemas estratégicos que exigen legitimidad es correcto, pero la lógica se pervierte cuando sólo se traslada al colectivo las decisiones que van a dar como resultado lo que interesa al responsable para así legitimar una decisión ya tomada: “Lo que no vale es trasladar al colectivo solo lo que conviene”, recordaba Polavieja.

Procesos vs. Resultados. Eficiencia, eficacia y calidad de la experiencia:

Una réplica habitual que yo me encuentro a las críticas sanas que hacemos a la ineficacia de algunos procesos colectivos se resume en esta frase: El método es el fin”. Por eso pregunté a Polavieja cómo integrar en la evaluación otras señales de éxito diferentes a la eficacia (resultados) como los relacionados con la calidad de la experiencia (proceso). Aquí hay una discusión de fondo que importa, por ejemplo, a los movimientos participativos progresistas y que parecen rechazar de plano cualquier narrativa que reivindique la palabra “eficiencia”.
Hemos coincidido con que es saludable poner en valor el proceso y que no importa solo el resultado. Pero conformarse con “lo que la gente aprende” puede ser, a juicio de Polavieja, un “criterio de perdedor”, o sea “tiene que haber un grado razonable de eficacia, o sea, que se consigan cosas, que se progrese hacia un objetivo”. Y yo añado: como la paciencia tiene un límite, en términos de tiempo y de recursos, la eficacia no es posible sin un grado razonable deeficiencia.
Polavieja está convencido de que: “nada impide que se pueda conciliar la calidad de la experiencia con la eficacia del resultado. No hay que elegir entre los dos, y el diseño debería ayudar a eso, a no tener que hacer un tradeoff descompensado”. Pero matizaba. Ese dilema sí existe en los procesos de decisión con plazos muy ajustados, que exigen una agregación rápida. Esas situaciones suelen darse cuando el plazo viene impuesto desde fuera y el horizonte temporal es corto, algo que ocurre mucho, por ejemplo, en política. También en las empresas. En estos casos la eficacia debe primar por encima de la calidad de la experiencia.
Si hay que actuar rápido, lo más razonable es echar mano de procesos eficientes, que casi siempre implican simplificar los procedimientos y reducir significativamente el número de participantes, lo que suele tensionar la legitimidad. Polavieja afirma que “si hay que decidir rápido, mejor que lo haga la gente que sabe, la más competente”, lo que apunta a un modelo mixto de liderazgo que combine lo colectivo con decisores individuales muy capacitados y elegidos meritocráticamente.

La “influencia social” en los procesos colectivos de decisión:

Polavieja y su equipo han estudiado el impacto de la “influencia social” (o sea, dejarse influir por lo que piensan los demás) en los procesos de decisión grupal, concluyendo que “la resistencia a la influencia social correlaciona estadísticamente con la exactitud” de la decisión tomada.  Por eso le he preguntado que si eso es cierto, qué papel dejamos a la deliberación como mecanismo de agregación teniendo en cuenta que llegar a una decisión colectiva implica reducir diversidad y por tanto, dejarnos influir por otras posturas.
De su respuesta pude intuir que hay más estudios dedicados a demostrar los efectos nocivos de la influencia social que a visualizar los positivos, porque la influencia social no es un problema per se. De hecho, siendo pragmáticos y si nos centramos solo en los resultados: “Hasta el denostado groupthink podría llegar a ser bueno si lleva a la decisión correcta, o sea, si hace que el grupo se alinee con la mejor opción de las posibles”. Tiene lógica porque si alguien cambia de opinión gracias a la influencia social de otra persona, o de un grupo, no sería un problema si eso le lleva a aceptar una idea que es buena y que es la correcta. La gracia está, como insistía Polavieja, en “asegurarse que la idea que uno adopta sea mejor que la que tenía antes de interactuar con el grupo”. Tan fácil y tan difícil como eso :-)

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