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Lecciones de innovación
Innovar no es tarea fácil. Y si no, que le pregunten a esos empresarios que andan buscando algo diferencial con lo que, aplicado a su producto o a su servicio, aspiran a ser capaces de hacerse con una porción de mercado. Pero, claro está, ni todo el mundo lo consigue ni todo el mundo entiende la innovación del mismo modo. El MIT acaba de hacer pública su primera lista sobre quien innova y cómo.
AUTOR | Xavier Pujol Gebellí
La lista lleva por nombre TR50 y en ella aparecen sobre todo compañías de origen estadounidense. Las hay de gran tamaño, "gigantes" como las denominan los editores de la revista, hasta pequeñas start-ups con tecnologías prometedoras. Desde el punto de vista del MIT, una innovación tecnológica se identifica tanto por la capacidad de la empresa para usarla como herramienta de crecimiento económico, es decir, para hacer negocios, como para transformar de alguna manera nuestra forma de vida. A partir de ahí, pueden tomarse en consideración otros aspectos como el modelo de negocio, las estrategias de implementación o, mucho más subjetivo, qué expectativas de éxito despiertan.
Energía y sociedad de la información se llevan la palma en esta primera lista. Ciencia de materiales y biomedicina, completan el elenco de las 50 compañías innovadoras. Entre ellas, además del tamaño, cuentan también las que son estrictamente privadas o aquellas en las que, de algún modo, participa el capital público. Veamos algunos casos.
En el ámbito de la energía, A123 Systems ha desarrollado nuevos tipos de baterías de ion-litio con materiales más seguros y baratos que las convencionales estructurándolos a escala nanométrica para obtener mejores resultados. El mercado potencial se sitúa en los cada vez más cercanos coches eléctricos. En este mismo sector, hay también nuevos cables superconductores, paneles solares ultrafinos, diseño de redes eléctricas inteligentes o el novedoso coche eléctrico de Nissan. Pero hay también microorganismos capaces de generar energía utilizable o nuevas formulaciones de biodiésel.
Si nos vamos al mundo de los nuevos materiales, los hay destinados a paneles solares de nueva generación, pero también tintas inteligentes y plásticos biodegradables.
En biomedicina, el abanico es más amplio. El MIT ha seleccionado para su lista fármacos basados en la interacción con microRNA, sistemas web que se benefician del innovador concepto del cloud computing, nuevas y más rápidas técnicas de análisis genómico, en particular un secuenciador ultrarrápido que promete una secuencia humana por tan sólo 10.000 dólares, implantes cerebrales para tratar el trastorno obsesivo-compulsivo, nanoesferas de diagnóstico clínico, aplicaciones con células madre o nuevos usos del resveratrol para combatir los efectos del envejecimiento.
En el territorio web, o mejor dicho, en el mucho más amplio de las TIC o de la Sociedad de la Información, el MIT no se olvida de las grandes. Amazon, con su nueva generación de libros electrónicos, Apple con su iPad, o la coreana HTC con su móvil basado en Android, encabezan esta particular lista. En ella no faltan Intel y sus nuevos chips semiconductores o los prototipos de IRobot, destinados a ocupar algún día algún lugar en el complejo mundo doméstico. Adobe, en la sugerent lista de aplicaciones cloud computing, aparece con innovaciones destinadas a móviles de nueva generación, Akamai ha desarrollado nuevos algoritmos para localizar información en Internet e IBM nuevos desarrollos para clientes. Servicios de web TV, de pago seguro o de prestaciones humanitarias, además del inevitable Twitter, el servicio de comunicación por excelencia de 2009, cierran una lista que todavía podría extenderse muchísimo más.
Observando lo que los editores de Technology Review consideran una innovación, hay al menos dos factores que llaman poderosamente la atención. El primero de ellos es lo que podríamos llamar "previsibilidad". Como en aquellos guiones de películas o de culebrones en los que somos capaces de anticipar qué va a ocurrir, en muchas de las innovaciones seleccionadas por el MIT se da esta característica, lo cual, en este contexto, no es en absoluto una mala noticia. El ejemplo más claro lo tenemos en biomedicina.
Desde que se lograra el primer borrador de la secuencia del genoma humano, hace ya casi diez años, muchos fueron los que se imaginaron que llegaría el día en que sería posible obtener una secuencia individualizada en una sola tarde de trabajo y por un precio asequible incluso para bolsillos de ciudadanos de a pie. Eso ya está empezando a ocurrir y hay anuncios de que, en un futuro muy próximo, no va a ser en absoluto descartable que clínicas, especialmente las privadas en una primera fase, ofrezcan este servicio a sus clientes.
Lo que faltaba hasta la fecha era la tecnología adecuada para lograrlo. Esa tecnología, que implica un sinfín de mejoras técnicas y métodos innovadores para la interpretación de la multitud de datos que se generan en la lectura del código genético, ya están disponibles. O eso parece. Y ahí es donde radica la innovación, en ser capaz de aportar algo nuevo para hacer algo que, aunque previsible con tiempo, paciencia y dinero, nadie había logrado.
El segundo, y casi tan definitivo factor como el precedente, tiene que ver con el conocimiento. Siguiendo con el mismo ejemplo, lo que empieza a conocerse como la explosión de los negocios basados en el conocimiento de los genes no sería posible sin las múltiples aportaciones de ciencia básica que ha habido a lo largo de los años en genética o en desarrollo tecnológico corriendo en paralelo. Es decir, sin genética, sin Mendel, difícilmente podríamos hablar de aplicaciones basadas en el genoma o del nacimiento de un nuevo sector de negocio.
Lo mismo cabria decir para las múltiple innovaciones que van surgiendo en el mundo de las TIC o de los nuevos materiales. O, para ser aún más incisivos, en el mundo de la energía. El punto de partida, que proporciona la ciencia básica con el apoyo tecnológico, es que las condiciones físicas del planeta están cambiando a un ritmo acelerado, y con ellas las biológicas. Planteada la necesidad de preservar ambas, lo que corresponde es encontrar mecanismos para mitigar o disminuir los efectos que provocan el cambio. El desarrollo de tecnologías limpias, o verdes, según la nomenclatura, forma parte de las medidas a impulsar (ahí es donde políticos y economistas, además de agentes sociales y económicos, juegan su papel). Sentado el principio, es cuestión de ponerse a trabajar. En un entorno de estímulo a la innovación, es factible pensar que, algún día, alguien va a dar con una clave para obtener energía a un coste razonable para el medio ambiente y para el ciudadano (obviamente, también para la compañía que lo explote). Eso es innovación.
Conocimiento, desarrollo y aplicación en entornos de estímulo en toda la cadena de valor. Ojalá os políticos españoles competentes en este área, que alguno debe haber, se lean este tipo de informes como los que elabora el MIT y saquen sus propias conclusiones. Pero eso sí, deben saber leer e interpretar.
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