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Hace poco asistí a una charla sobre innovación. Lo cierto es que no me pareció nada del otro jueves, sino muy de éste. Alguna idea interesante y algunas frases un tanto “provocadoras”.
Twiteé alguna de ellas en nuestro canal interno de tatum. Una de ellas fue “El miedo es el motor de la innovación”.
Casi al instante tuve contestación. La reacción planteaba la tesis contraria: nada más alejado de la innovación que el miedo (Pilar Jericó suele hablar del “no-miedo”).
La frase, obviamente, estaba sacada de contexto. Intenté darle el sentido que tenía en la conferencia: las situaciones de crisis provocan, inicialmente, sensaciones de miedo que tienden a provocar un rechazo de lo que se avecina; a continuación suele acontecer un sentimiento de resignación/aceptación y, finalmente, se genera una acción de adaptación al nuevo entorno. El miedo, se venía a sostener, es una emoción fuerte que hay que saber controlar (como hacen los toreros, se decía).
Una vez hecha la aclaración, las aguas parecían volver a su cauce, si bien hubo otro comentario que volvió a “incendiar” el debate: “el miedo es una de las emociones más genuinas y poderosas”.
Siguió un tanto la polémica, que yo, francamente, no había querido provocar al menos conscientemente.
Hasta ahí la cosa normal, no pensé más en ello hasta que vi un programa de Redes (el Punset nuestro de cada día) en la que se hablaba de nuevo del miedo (a través de un equipo de especialistas de la Universidad Oberta de Cataluña). “Especialistas en miedo” pensé de forma un tanto divertida. Le hubieran venido muy bien a Juan Sin Miedo (o a su traslación al mundo de Astérix, con aquel pueblo nórdico que ansiaba conocerlo todo y que se sentía incompleto al no conocer el miedo).
Varios de estos especialistas intentaban conceptualizar alguna de estas cuestiones escenificándolas en conflictos bélicos (como el de la antigua Yugoslavia). Algunos testimonios de periodistas “de guerra” hablaban con naturalidad del miedo como una herramienta de supervivencia en un entorno hostil (conjuntamente con la valentía, por paradójico que esto pueda parecer).
Es curioso, pensé, que una emoción con tan “mala prensa” ocupe un programa como éste. No me pude resistir a consultar una definición de emoción, por un lado, y de miedo, por otra:
“Las emociones son fenómenos psicofisiológicos que representan modos de adaptación a ciertos estímulos ambientales o de uno mismo. Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria. Fisiológicamente, las emociones organizan rápidamente las respuestas de distintos sistemas biológicos, incluyendo expresiones faciales, músculos, voz, actividad del SNA y sistema endocrino, a fin de establecer un medio interno óptimo para el comportamiento más efectivo.
Conductualmente, las emociones sirven para establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno, impulsándonos hacia ciertas personas, objetos, acciones, ideas y alejándonos de otras. Las emociones actúan también como depósito de influencias innatas y aprendidas, poseyendo ciertas características invariables y otras que muestran cierta variación entre individuos, grupos y culturas (Levenson)”.
“El miedo o temor es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano”.
Sin ánimo de polemizar … ¿deberíamos dejarle un rinconcito a esta emoción por entender que aporta algo positivo a nuestro desarrollo?
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