Hoy
me despido de ustedes por un tiempo. Les doy las gracias por haber
compartido este espacio que abrimos hace año y medio bajo las
inspiradoras palabras de ‘Alma, Corazón y Vida’.
Hasta aquí he traído algunas de mis experiencias, encuentros con
personas que para mí han supuesto ejemplos de superación y de esfuerzo
por encontrar su lugar en el mundo en circunstancias más que adversas,
citas y libros que me han dejado huella y que alumbran mi camino y, en
cada uno de los artículos, mis opiniones. También quiero dar las gracias
a quienes trabajan en El Confidencial por hacer posible que esto ocurriera.
Mi ánimo al comunicarme con ustedes ha sido compartir mis
razones (subrayo mi razón y no la razón). Para mí, compartir es poner
encima de la mesa mi visión de las cosas, no convencer. Comparto mi
verdad, la realidad como yo la veo, lo cual no refleja lo que algunos
llaman la verdad objetiva o única. Entiendo que al mostrarme así, se
generan reacciones. Unos se sentirán identificados, otros confrontados,
algunos juzgarán, etc. Asumo que cualquier lector se proyecte a sí mismo
con sus juicios y lo acepto con el mismo respeto con el que expreso mi
mirada sobre el mundo. Tengo la misma consideración por lo que es hijo
de la experiencia de los demás que la que tengo por lo mío. A los seres
humanos no se nos ha otorgado el don de la visión periférica o de 360º.
Cuando dos personas están de espaldas y uno mira al mar y el otro a
tierra adentro, cada uno cuenta lo que ve y pueden elegir entre
compartir o confrontar. Creo que una de las opciones enriquece, ofrece
un paisaje más completo y amplía el campo de posibilidades.
Una
idea ha constituido el eje central de los distintos temas expuestos: la
necesidad de ser uno mismo y los obstáculos a los que nos enfrentamos
cuando optamos por ese camino. Insistiendo en ella, quiero cerrar
este periodo tan gratificante para mí. Mi mensaje se resume en esta
frase: eres único y, respecto a esto, no tienes elección. Descubriendo
quién eres, y no quién te han hecho creer que eres, podrás desarrollar
todo tu potencial, amarte a ti mismo y desde ahí ser un miembro útil,
imprescindible, para la sociedad y para el mundo. Sólo así puedes
evitarte sufrimientos innecesarios y esta es la única vía para apreciar
en su totalidad el don de la vida y la experiencia de ser humano. Este
es el trampolín con el que dar el salto al amor a los demás y a la
alegría de vivir.
'Proceso de aborregamiento'
Durante
nuestra existencia nos vamos vistiendo con un disfraz que se va
haciendo cada vez más pesado hasta convertirse en armadura adherida a la
piel. Todo comienza con la pesada carga de las creencias, un
subproducto del miedo (el polo opuesto al amor) y de la búsqueda de una
seguridad que, como la realidad se empeña en demostrar día tras día, no
existe. Empieza después una falsa socialización que se convierte en ‘proceso de aborregamiento’.
Sobre esto he opinado durante varias semanas y no me extenderé mucho
más. Los niños y jóvenes, en general, son sometidos a un trágala de
contenidos, a una automatización que reduce o incluso anula la
creatividad y el espíritu crítico. El desarrollo del hemisferio derecho
del cerebro es mínimo. Se enseña a competir y muy poco a colaborar, a
reprimir sentimientos y emociones, a copiar y no a crear libremente. Quien no se adapta (cada vez un número mayor) se convierte en ‘fracasado escolar’. Y si no quieren ese caldo, dos tazas.
La
formación universitaria y sus alternativas no contribuyen a mejorar lo
anterior. Todo lo que huela a desarrollo humano está en trance de
desaparecer. El llamado Plan Bolonia, dado el papel desempeñado por la European Round Table of Industrialists (Mesa Redonda de los Empresarios Europeos), lobby
que agrupa a ejecutivos de multinacionales, presenta por lo menos una
grave amenaza ya que podría poner a la universidad al servicio de la
gran empresa privada. Todo el
sistema educativo trataría así, de producir materia prima en forma de
personas de iguales características, uniformadas por estrictos patrones
de comportamiento y prescindibles como individuos al ser perfectamente
sustituibles unos por otros. La única respuesta de este ganado de tan fácil pastoreo, aparecerá ocasionalmente en forma de algún quejumbroso balido.
Acto seguido nos vemos abrumados por la maquinaria del ‘tienes que ser mejor’.
Todo el aparato publicitario, que invade hasta nuestra intimidad, va
dirigido o bien a inocularnos grandes dosis de miedo, o bien a hacernos
creer que para sobrevivir y adaptarnos a ‘lo que se espera de nosotros’
(un eufemismo para vendernos la moto) hay que ser más: más listo, más
guapo, más fuerte, más divertido, tener más cosas y más dinero. La
paradoja es que en general la directriz conduce al resultado opuesto:
la mayoría acaba más pobre y, lo que es peor, más infeliz. No es
sorprendente que un tigre no pueda paladear más que mínimamente el gusto
por vivir si siempre ha creído ser oveja. Aunque ello le haga sentir
que forma parte de un rebaño, que pertenece a algo que le da un cierto
calorcito, una cierta tranquilidad. Sosiego aparente y efímero que se
verá trastocado cuando se enfrente a su reflejo, a su verdadero ser.
Desnudarse
y empezar a vestirse de uno mismo no es tarea fácil. Cuando uno echa a
andar, ya no hay marcha atrás. Se busca un ropaje que está oculto tras
muchos otros y del que no se tiene una idea muy clara. Al fin y al cabo,
todo nuestro entorno se ha encargado de hacernos ver que tal cosa no
existe y de proveernos de un camuflaje que nos disimule entre la manada.
Poco a poco empiezan a aparecer señales y personas que van dándonos
mayor confianza donde no la había. Son apoyos, ayudas de cámara
temporales en un viaje que sólo puede realizar uno mismo. Lentamente las
dudas desaparecen, descubrimos talentos insospechados en nuestro
interior y los miedos son menos. La soledad adquiere otro significado y
descubres que tienes la compañía de otros que transitan ese camino y que
no conforman el rebaño.
El genio
Así se van sucediendo las etapas que uno atraviesa para convertirse en el genio que nunca le dejaron ser. Pues la etimología de genio (del latín genius) nos remite a ‘la persona misma, su personalidad’ y no a algo extraordinario o que esté fuera del alcance de todos nosotros. Para
llegar a la esencia de nuestro genio, a nuestras cualidades innatas,
debemos soltar las amarras de las creencias limitantes y el gregarismo y
hacernos a la mar que es la vida más incierta, más arriesgada y a su
vez más libre, más abundante y más plena. Ahí uno recupera la
responsabilidad sobre su propia existencia y puede ser verdaderamente
útil a los demás, fuente de la propia armonía y felicidad. Creo que ese
es el significado más profundo del ‘todos somos uno’, donde desde la
verdadera individualidad uno se encuentra con los demás y constituye
algo nuevo y mejor.
Me despido, cómo no, con una cita, esta vez de Oscar Wilde,
el inigualable (como cada uno de nosotros) genio y estigma de la
sociedad victoriana que le toco vivir. “La finalidad de la vida es el
desarrollo de uno mismo. Estamos aquí para realizar a la perfección
nuestra propia esencia. Hoy día la gente tiene miedo de sí misma.
Y ha olvidado el más alto de todos los deberes, el deber que uno tiene
consigo mismo. Las personas son generosas; alimentan al hambriento y
visten al mendigo. Pero sus propias almas pasan hambre y están desnudas.
La valentía ha desaparecido de nuestra raza. Quizá nunca la tuvimos de
verdad. El terror a la soledad, que es la base de la moral, y el terror
a Dios, que es el secreto de la religión, son las dos fuerzas que nos
gobiernan. Sin embargo, creo que si una persona viviera su vida con
plenitud, si diera forma a sus sentimientos, si expresara sus
pensamientos y realizara todos sus sueños, el mundo conseguiría el
impulso de la alegría. Pero aún el más valiente de nosotros tiene miedo
de sí mismo. La mutilación de nuestro lado salvaje tiene toda su trágica
supervivencia en una abnegación que coarta nuestras vidas. Se nos
castiga por nuestras negativas. Todo impulso que procuramos sofocar se
queda maquinando en la mente y nos corrompe”.
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