“El
negligente no aprende de sus errores, el inteligente sí lo hace, pero
el sabio aprende de los errores ajenos.” Este popular refrán se vuelve
muy real al concluir o iniciar un período de trabajo, proyecto y
relación personal. Pasar a una nueva etapa sin rescatar lecciones de la
anterior es una condena a repetir los mismos errores.
¿Por qué hay organizaciones y personas que fracasan reiteradamente en la misma forma?
¿Será porque son incapaces de aprender de su pasado y romper círculos viciosos?
Confucio lo advirtió así: “El que ha
cometido un error y no lo corrige, comete otro aún mayor.” Con respecto a
este hecho, hay cuatro preguntas que todo equipo podría hacerse cada
semana, tal como algunos padres de familia acostumbran hacerlo con sus
hijos.
Primera: ¿Qué hicimos? Su intención es
recordar lo realizado y tomar conciencia del destino dado al esfuerzo,
los recursos y el tiempo en los últimos siete días.
No se trata de evaluar sino de verificar hechos y resultados comparados con las metas que se tenían para el período.
Segunda: ¿Cómo lo hicimos? Valorar lo
que se hizo bien o mal, ofrecerá una dosis de realismo y sensatez que
será la base para mejorar. Marcar la línea entre lo positivo y lo
negativo, dice mucho sobre el nivel de calidad que el equipo se exige a
sí mismo. Los aspectos favorables incrementarán la confianza para
procurar logros mayores, pero cuando existe la tendencia de ocultar los
desfavorables, es porque la soberbia se impone sobre el temor de
aprender de ellos.
Tercera: ¿Qué aprendimos de nuestro
desempeño, de los aciertos y errores? Esta es la pregunta que demanda
mayor transparencia y atención, porque de su respuesta depende tanto el
crecimiento del equipo, como su determinación para dejar de persistir en
los mismos errores o estancarse en logros fáciles. En este momento
deben surgir los verdaderos líderes, catalizando lecciones, elevando el
nivel de análisis y provocando la confianza del equipo hacia el futuro.
Las lecciones son victorias, sin importar si nacieron de éxitos o de
derrotas.
Finalmente, la pregunta esencial: ¿Cómo
aplicaremos lo aprendido? La disposición de resolver errores, disuelve
los temores; la determinación para superar los logros, disuelve el
conformismo y la rutina. Volver a la acción no exime al equipo de
equivocarse otra vez, pero al menos hará cierto otro conocido refrán:
“¿Para qué incurrir en los mismos errores habiendo tantos nuevos e
interesantes por cometer?”
Convertir
las lecciones en acciones dinamiza, reta y compromete a quienes están
dispuestos a equivocarse al intentar mejorar y desean ampliar su
sabiduría, porque como R. Tagore advierte: “Si cerramos las puertas a
todos los errores, también la verdad quedará afuera.”
German Retana
Profesor Pleno de INCAE Business School
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