TE AMO CON TODO MI
CEREBRO
Se equivocaron Aristóteles y
Shakespeare, dicen neurobiólogos y psicólogos. El amor jamás
se originó en el corazón: su centro es el cerebro, puro y
duro.
Stephanie Ortigue, una de las
psicólogas y neurocientíficas más reputadas de la Universidad
de Ginebra, está en la treintena. Es delgada y su largo pelo
oscuro enmarca un rostro que, de lejos, se adivina latino: es
francesa, nació en Savoya, cerca de los Alpes. De su rol de
psicóloga en Francia, saltó, muy joven, a laboratorios
especializados en neurociencia y ciencias cognitivas en Suiza.
Y de ahí, a la Universidad de Syracuse, en Nueva York. En
ambas universidades -la de Europa y la de Estados Unidos- hoy
enseña, investiga y publica papers de alto nivel. Los latidos
del corazón-y las ondas cerebrales- la han llevado
lejos.
La profesora Ortigue tuvo, desde el
principio de su carrera, una meta: identificar el origen
científico del amor. Con su sofisticada expertise y su ojo
treintañero, se puso a trabajar incansablemente para
investigar -y probar en forma irrefutable-, la conexión entre
la actividad cerebral y el sentimiento romántico. Múltiples
estudios anteriores señalaban la vía que desligaba al amor del
corazón y lo reconducía hacia la cabeza. Pero, en su calidad
de neurocientífica, Stephanie observaba que faltaba una
investigación definitiva. Una basada exclusivamente en
parámetros de alta ciencia. La movía una causa: desentrañar
los procesos cerebrales que desencadenan la euforia, la pasión
y el apego sentimental, para poder trabajar sobre ellos como
si tuviera una plastilina entre los dedos.
A poco andar, el equipo dirigido por
Ortigue constató que repasar las investigaciones anteriores de
los expertos sobre el tema -en lo que se ha llamado un
metanálisis- echaba luz, además, sobre distintas redes
cerebrales que se activan frente a distintas categorías de
amor, desde el filial al amistoso.
Desde su cátedra en la Universidad de
Ginebra explica: “Entre mis cientos de pacientes estaban esos
enamorados que sufrían, esas víctimas del corazón que no
sabían o no podían sublimar su experiencia y se enredaban en
amargas depresiones y largas angustias ante un quiebre
sentimental. No era un tema superficial para mí. Muchas veces,
con colegas, habíamos pensado que, si entendiéramos el proceso
científico del amor, podríamos tal vez mejorar la angustia y
la sensación de soledad de aquellos pacientes que no saben
reaccionar bien frente a un quiebre. Fuera de una finalidad de
investigación pura, había una terapéutica”, dice.
Para eso, esta profesora -y su equipo,
donde la secundaba el psiquiatra suizo-italiano Francesco
Bianchi-Demicheli- se abocó a la prueba irrefutable de su
hipótesis: examinar centenares de resonancias magnéticas del
cerebro de gente enamorada. Trabajaron largos meses. El
estudio se completó en agosto de 2010. Por primera vez, la
ciencia estableció e identificó -vía la tecnología de punta de
la resonancia magnética- un abanico de redes corticales
asociadas con el amor apasionado. De paso, los científicos
pudieron contrastar en el cerebro al amor sentimental con
otros tipos, como el materno. sofisticado e intelectual Las
áreas cerebrales involucradas se identificaron con tal
certeza, que un dibujante pudo, por primera vez, colorear un
diseño esquemático y ponerle número a cada zona
“enamorada”.
Stephanie Ortigue explica a seis meses
de presentada su investigación científica en The Journal of
Sexual Medicine: “El amor está lejos de ser una emoción,
porque puede durar toda la vida. Es un sentimiento mucho más
elaborado, sofisticado e intelectual. Con nuestras
investigaciones demostramos que hay varias áreas del cerebro
que se activan frente a la sensación de enamoramiento. Son
áreas claves para la emoción y la motivación. También
descubrimos que se alertan áreas cognitivas -por ejemplo, la
unión temporo-parietal-, que está sobre la oreja izquierda.
Fue interesante descubrir que, al enamorarnos, no nos
percatamos de los cambios en nuestra actividad cerebral, por
lo que es una actividad inconsciente. Sólo detectamos signos
físicos: aumento de latidos cardíacos, mariposas en el
estómago, sudor. Esta cualidad del subconsciente indica que
cada vez es `tu cerebro el que se enamora
apasionadamente`”.
“Es tu cerebro el que se enamora
apasionadamente”, explica la investigadora
Confirmado: es una cuestión de
química
Muriel Anne Benson, una atractiva
diseñadora de ropa que vive y trabaja en las afueras de Salem,
Carolina del Norte, recuerda nítidamente el día en que decidió
inscribirse en el sitio web chemistry.com. Fue a principios de
2006 cuando, desesperada por haber completado dos años sin
novio -tenía entonces 32 y vivía sola-decidió probar suerte en
este sitio que realiza un estudio químico y psicológico global
de cada candidato. Hoy, felizmente casada y con una beba de 9
meses, rememora: “Me sentía sola, a pesar de mi éxito
profesional. Mi sueño era mudarme a Washington, pero no quería
recomenzar mi vida en la capital sin pareja. Me inscribí en el
sitio y ahí comencé a aprender sobre las hormonas cerebrales y
su efecto en los sentimientos. No podía creer que el cerebro
tuviera tanta conexión con lo que una mujer
siente”.
Después de varias citas que no
resultaron, Muriel Anne conoció a su marido, Arthur, a quien
hoy considera “su alma gemela”. Tanto que después de cinco
años la pareja sigue viviendo en su casa de campo. No
emigraron. “Cuando me inscribí fui aprendiendo cosas. Como que
uno no se enamora por pura magia, aunque ésta sigue
existiendo: no somos máquinas. Hay un factor biológico que es
importante y que está relacionado con ciertas hormonas
cerebrales: tendemos a enamorarnos de quien tiene un perfil
químico opuesto al nuestro en sus dosis de dopamina,
serotonina, estrógeno y testosterona. Te enamoras porque, al
ser distintos químicamente, te complementas. Supongo que eso
nos pasó a nosotros”.
Y fue la antropóloga canadiense Helen
Fisher, una de los más connotadas especialistas en conducta
humana de la Universidad de Rutgers, quien, después de
estudiar 30 años las implicancias biológicas y psicológicas
del amor, se convirtió en la asesora científica de esa
web
Fisher identificó tres pasos
evolutivos del ser humano en su proceso de emparejarse: 1) la
libido o el impulso sexual,2) la atracción intensa y 3) el
apego definitivo. Los tres sistemas parten de nuestro cerebro
y son regidos por él. Centrada en la antropología evolutiva,
Fisher identificó a cuatro tipos de personalidades, cada uno
asociado a distintos químicos: 1) explorador (dopamina), 2)
negociador (estrógeno), 3) director (testosterona) y 4)
constructor (serotonina).
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