Para la persona poco avezada, la palabra empatía suele confundirse con simpatía, pero, en rigor, la empatía es mucho más que eso.
Algunas definiciones válidas podrían ser las siguientes:
» La empatía es darse cuenta lo que le pasa al otro y asimismo la capacidad para ponerse en el lugar del otro, sin perder la propia identidad.
» Es la capacidad o aptitud para comprender los sentimientos, razonamientos y motivaciones de los demás.
» Es la facultad de entendimiento, comprensión o comunión afectiva con las personas.
» Es, en sentido más vulgar, ponerse “en los zapatos del otro”, de manera tal de poder entender sus penas, sus miedos o temores y sus alegrías.
» La empatía es la habilidad para reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás.
» En otras palabras, ser empáticos es ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas y saber que les sucede.
La empatía es una habilidad fundamental de la comunicación, puesto que mejora y facilita el desenvolvimiento y progreso de todo tipo de relación entre las personas. La empatía viene a ser algo así como nuestra conciencia social, ya que a través de ella se pueden apreciar los sentimientos y necesidades de los demás, dando lugar a la calidez emocional, el compromiso, el afecto y la sensibilidad. A pesar de que la mayoría de las personas no son crueles ni malvadas cuando responden inconscientemente, muchas veces sus respuestas producen el efecto no deseado, porque en realidad, lo que les falta es habilidad para comunicarse (empatía).
Algunos entrenadores no tienen la habilidad para conocer las emociones de sus dirigidos. Son aquellos que poseen un déficit en la capacidad de “leer” lo que les sucede. En otro orden, son llamados analfabetos emocionales, o con sordera emocional. Todos ellos evidencian fallas en la capacidad para interpretar adecuadamente las necesidades de los demás.
La empatía vendría a ser como una suerte de radar social, el cual permite navegar con acierto en el propio mar de nuestras relaciones. Si no le prestamos atención a la empatia (a lo que “los otros nos dicen incluso sin decir nada”), con seguridad equivocaremos el rumbo y difícilmente arribemos a buen puerto.
Proceder con empatía no significa estar de acuerdo con el otro, ni implica dejar de lado las propias convicciones y asumir como propias la del otro. Es más, se puede estar en completo desacuerdo con alguien, sin por ello dejar de tener empatía y respetar su posición.
A través de la lectura de las necesidades de los demás, podemos reajustar nuestro actuar pero recordando y teniendo en cuenta que lo que funciona con una persona posiblemente no funcione necesariamente con otra, y lo que en un momento funciona puede no servir en otro, incluso tratándose de una misma persona. No es raro que se crea comprender al otro basándonos tan solo en lo que se nota de manera superficial y no ver más allá de lo evidente y lo que nuestra propia perspectiva muestra.
En rigor, nuestras relaciones se basan no sólo en contenidos manifiestos verbalmente, sino en otros mecanismos también llenos de significado. La empatía permite conocer lo verdadero y profundo del otro, y que tal vez no observemos a simple vista. Es un hecho que no podemos leer la mente, pero sí las señales que parecen invisibles, pero que podemos aprender a captar.
La postura del cuerpo, el tono o intensidad de la voz, la mirada, un gesto e incluso el silencio, son portadores de gran información sobre la persona. Por ello, quien tenga empatía, podrá decodificar esa información y darle la interpretación adecuada. Una persona con empatía es alguien que cuenta con una buena dosis o capacidad de escuchar y sabe ciertamente cuándo debe hablar y cuándo no.
Una persona con empatía es una persona con la habilidad para leer las situaciones mientras estas tienen lugar, ajustándose a las mismas conforme éstas lo requieran. Por el contrario, las personas débiles o carentes de esta habilidad, tienen serias dificultades para leer e interpretar correctamente las emociones de los demás y no saben escuchar.
Las personas que manifiestan incapacidad empática no saben leer su radar social, y a veces (incluso sin proponérselo) dañan la intimidad emocional con quienes tratan. En el grado extremo de la carencia de esta habilidad encontramos a los alexitímicos, que son aquellas personas incapaces de expresar los propios sentimientos y de percibir adecuadamente los de terceros.
Mahatma Gandhi le da (sin proponérselo) una dimensión de gran importancia a la habilidad de la empatía diciendo que “las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista…”
La falta de capacidad para reconocer los sentimientos de los demás, esto es ausencia de empatía, conduce a la ineptitud y la torpeza en las relaciones humanas. Por ello, muchas veces, hasta las personas intelectualmente más brillantes, pueden llegar a fracasar de manera estrepitosa en su relación con los demás, y resultar arrogantes, insensibles, o incluso odiosas.
Aquel entrenador que tenga la habilidad de “leer” lo que les sucede realmente a sus jugadores; ver sus emociones y sentimientos más profundos, podrá entenderlos y comprenderlos. El entrenador con empatía entiende y comprende lo que les sucede a sus jugadores, porque sabe interpretar sus mensajes no verbales.
Por ello, el entrenador con empatía no hiere, no humilla, no avergüenza a sus dirigidos ni les quita su autoestima. Muestra respeto hacia sus jugadores e infunden el mismo respeto de parte de estos. El entrenador dotado de empatía sabe que les pasa a sus jugadores y actúa en consecuencia. Conoce a sus jugadores y sabe si están ansiosos, nerviosos, enojados o frustrados.
Bajo la aureola de la empatía, la comunicación con sus dirigidos será óptima y podrá construir relaciones eficaces y duraderas.
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