| Javier Martínez Aldanondo Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar |
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Pertenezco a una generación de europeos que creció leyendo las historias de Ásterix y los irreductibles guerreros galos. Todos recordamos con nitidez que el arma que impedía que, en el año 50 A.C. las legiones romanas pudiesen confirmar al Cesar que TODA la Galia había sido ocupada, era la poción mágica que otorgaba una fuerza sobrehumana a quien la ingería. El único que conocía el secreto para su preparación era Panoramix, el druida, Sólo él tenía ese conocimiento específico que hacía la diferencia entre el triunfo y la derrota, o lo que es lo mismo, entre la vida y la muerte.
Si utilizamos hechos reales y acudimos a otro ejemplo bélico más cercano en el tiempo, posiblemente el suceso más importante del siglo XX fue la segunda guerra mundial. El evento que gatilló el fin de dicho conflicto fue el lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. En ese momento, el único país capaz de fabricar esa arma mortal era Estados Unidos puesto que la “poción mágica” (conocimiento estratégico) estaba en manos de sus científicos, por cierto, muchos de ellos de origen alemán. Poco ha cambiado desde entonces: quien tiene el conocimiento, tiene una ventaja insuperable.
Curiosamente, los ignorantes asumimos que toda poción mágica tiene propiedades milagrosas y nos resulta difícil explicar cómo funciona. Por si fuera poco, creemos que sus efectos fantásticos siempre estuvieron ahí. Pero no, no hay nada mágico en la poción sino que hay mucho CONOCIMIENTO. Si, por ejemplo, hoy te diagnosticasen Ébola, tu vida dependería de una poción mágica (conocimiento) para salvarte. En este caso, la poción tendría que ser una vacuna que, por falta de conocimiento científico, actualmente no está disponible. Esta carencia significa que estarías condenado a muerte, tal y como acaba de suceder en Uganda con decenas de personas. No hay magia que valga, se trata de conocimiento.
Actualmente, cada organización tiene su dosis de poción mágica (conocimiento) que le permite sobrevivir. De la misma forma, quienes lideran sus mercados son aquellas empresas que tienen más poción que los demás. Igualmente cada persona tiene la suya propia, un conocimiento que le permite desempeñar su trabajo. Ese conocimiento puede ser tan preciado como pilotar el ultimo modelo de Airbus 380 o descubrir una vacuna para el cáncer o tan cotidiano como preparar una paella o reparar el motor de un automóvil. La semana pasada, un importante holding minero contrató a uno de los ejecutivos de mayor experiencia en el mundo porque en palabras del presidente del grupo “tiene un extenso conocimiento del negocio minero”. Las empresas no contratan personas sino que alquilan conocimiento.
El ingrediente fundamental del conocimiento, el que explica todo lo que eres capaz de hacer, es la experiencia. Si careces de experiencia en algún ámbito o disciplina, simplemente no puedes actuar. El alcalde de Lorca (España) reconocía, al cumplir 1 año del terremoto que asoló la ciudad, que la gente murió porque no tenía conocimiento para actuar en una emergencia. La semana pasada, el vicepresidente del senado de Chile estuvo a punto de morir en un accidenteprecisamente por falta de experiencia. Todo el mundo coincide en afirmar que la experiencia es muy valiosa mientras los jóvenes protestan porque es su principal déficit. La pregunta entonces es evidente ¿Cómo se la inyectamos a quien no la tiene? Aunque el sistema educativo crea lo contrario y trate de engañarnos con rituales ridículos como cursos, clases, asignaturas, exámenes o notas, la experiencia se adquiere pero no es posible inyectarla. Todo el mundo puede averiguar en 10 segundos la receta de la paella y aprendérsela de memoria sin gran esfuerzo. Otra cosa es ser capaz de hacer una paella como dios manda. Una historia para ilustrarlo: Hace algunos años y con motivo de una reunión que debía celebrarse a primera hora de la mañana en Chicago, me trasladé al aeropuerto para tomar el vuelo que salía a medianoche. Como mandan los procedimientos, realicé los trámites habituales: facturar el equipaje y obtener la tarjeta de embarque, pasar el control de pasaporte, franquear los escáner para detección de metales y esperar pacientemente en la puerta de embarque. Finalmente, cuando nos llamaron a embarcar y mientras hacía la cola, un detalle me llamó la atención. Junto con el empleado de la compañía aérea que verificaba la tarjeta de embarque, se encontraba un funcionario que revisaba nuevamente los pasaportes. Cuando me llegó el turno y tras hojear mi pasaporte, el funcionario pronunció una frase que nunca imagine que iba a escuchar y que jamás olvidaré: “Señor, no puede embarcar en este vuelo, no tiene usted pasaporte electrónico”. Se me cayó el alma a los pies. Ante mi incredulidad, me aclaró que 3 meses atrás, el gobierno estadounidense había modificado la legislación exigiendo un nuevo formato de pasaporte. Ni yo tenía noticia alguna de dicho requerimiento ni tampoco la agencia de viajes me había advertido al respecto. Podéis imaginar la cara que se me quedó cuando tuve que dar media vuelta y enfilar de nuevo el camino a mi casa y explicar sucesivamente a mi mujer, a quienes debían participar en la reunión concertada al día siguiente en Chicago y a mis compañeros de la oficina porqué no había podido tomar el vuelo. Las experiencias, sobre todo las fallidas, son la mejor oportunidad para aprender.
El conocimiento es el combustible, la energía que permite que las personas y las organizaciones actúen y tomen la decisión correcta y no cualquiera. El proceso de producción de conocimiento se llama aprendizaje. El conocimiento que tienes hoy no es un regalo que se pueda agradecer a la genética (no forma parte de la herencia precargada en el ADN que te dejaron tus padres) ni es fruto de la inspiración divina. Todos aquellos que hoy son cinturón negro en cualquier arte marcial, fueron cinturón blanco en algún momento de su vida.
Existen 2 razones por las que hay que empezar por analizar como está ocurriendo ese fenómeno del aprendizaje: La primera es determinar cómo ocurre a lo largo del sistema educativo ya que constituye el primer proceso estructurado al que todos accedimos para ser formados. Y la segunda, para comprobar cómo ocurre en el mundo de la empresa cuando esta decide que capacitar a sus colaboradores es parte de su estrategia para competir y proyectarse hacia el futuro.
¿Cómo capacitan las empresas? Hace 1 mes, un cliente nos solicitó analizar su proceso de inducción. Curiosamente, aunque lo que harán los recién contratados cuando se integren a la organización es atender clientes, durante los 5 días que dura el curso, jamás atienden cliente alguno. Reciben, eso sí, gran cantidad de información mediante powerpoints respecto a una amplia gama de temas técnicos, conceptos, conocen los sistemas que utilizarán, etc. Los directivos de la empresa están convencidos de que hay algo que no funciona bien y lo que esperan es mejorar ese proceso, hacer mejor lo que ya se hace, es decir, hacer más de lo mismo (depurar los contenidos, contratar mejores instructores, incrementar las horas de duración del curso, incorporar tecnología, etc). Sin embargo, de lo que se trata es de hacer menos de lo mismo y más de otra cosa. Por ejemplo, olvidar los contenidos y empezar revisando qué tipo de situaciones plantean los clientes (según la frecuencia en que ocurren, su complejidad, el impacto de no resolverlas adecuadamente, etc), qué tipo de errores se suelen cometer y cuales son las mejores formas de resolver dichas peticiones. El curso que se diseñe, deberá colocar a los alumnos, desde el primer minuto, a atender clientes, empezando por solucionar las reclamaciones más simples y avanzando hasta las más complejas. Si este enfoque es tan evidente, ¿por qué la mayoría de empresas hacen justo lo contrario? Muy sencillo, a la hora de implementar procesos de aprendizaje, la empresa se mira en el espejo de la escuela y copia de forma casi exacta su modelo. Los adultos enseñan tal y como ellos fueron enseñados…
¿Cómo sucede el fenómeno del aprendizaje en el sistema educativo? Para nadie es un secreto que el sistema educativo adolece de unas falencias descomunales que no es capaz de superar. Cada uno de nosotros sabe perfectamente que el conocimiento que tiene, lo obtuvo como resultado de un largo proceso de aprendizaje en el que poco tuvo que ver la educación formal recibida en el colegio y la universidad. Varias veces nos hemos referido a la necesidad urgente de que la educación cambie, por un lado, cómo aprenden nuestros jóvenes y por otro, qué aprenden.
La educación sigue insistiendo en prepararnos para trabajar en una fábrica. Muchas décadas atrás, el destino de la mayoría de los jóvenes eran las líneas de montaje y las cadenas de producción donde los principales requerimientos eran resistencia física, capacidad de ejecutar tareas rutinarias sin desmayo y desde luego “habilidad” para obedecer. Pero hace ya muchísimos años que todas esas actividades fueron sustituidas por máquinas por una razón elemental: el conocimiento necesario para realizarlas es muy rudimentario. Hoy en día, un porcentaje abrumador de personas trabaja en el área de servicios, su motor es su propio cerebro y los requerimientos son radicalmente opuestos: Creatividad, capacidad de aprender, colaborar y trabajar en equipo, etc. Marina Bassi, especialista de la División de Educación del BID, publicó el documento Desconectados: habilidades, educación y empleo en America Latinadonde hace hincapié en 2 aspectos esenciales que explican donde está fracasando la educación: 1. La escuela no entrega herramientas a los jóvenes para desempeñarse en la vida y 2. Lo que más valoran las empresas que los contratarán no son sus saberes académicos sino intangibles como la capacidad de aprender, compromiso o criterio. Textualmente, los empresarios manifiestan: “Contratamos actitud y entrenamos aptitud” o lo que es lo mismo, nosotros los formamos porque, por un lado no traen el conocimiento que necesitamos y, por otro, el conocimiento que sí traen, apenas nos sirve. ¿Cómo enfrenta el sistema educativo esta realidad? Tapándose los ojos. Cuanta más educación formal, menos creatividad y capacidad de innovar.
El proceso de aprendizaje se puede llevar a cabo de muchas maneras pero eso no significa que todas ellas sean iguales. La naturaleza nos muestra un camino incuestionable, sólo tenemos que examinar la estrategia que nos permitió aprender gran cantidad de competencias antes de ir al colegio. ¿Conoces a algún niño que llegase al colegio con 5 ó 6 años sin saber caminar o hablar? ¿Recuerdas haber tenido que hacer algún curso, asistido a un aula o haber tenido que estudiar y hacer algún examen para aprender a andar? ¿Y para aprender a hablar? Y ojo, no caigamos en la tentación de pensar que caminar y hablar son competencias simples, más bien al contrario, se trata de habilidades tremendamente sofisticadas y que requerirás a lo largo de toda tu existencia. ¿Cuántos computadores conoces que sean capaces de acompañarte a caminar por la montaña o mantener una conversación contigo? La clave para que aprendieses a caminar y a hablar fue en primer lugar tu interés, tu motivación por explorar el mundo que te rodeaba y por comunicarte con el resto de seres a tu alrededor. A partir de ahí, el proceso marchó sobre ruedas:
- empezaste por intentarlo sin desanimarte (no conozco ningún niño que no aprendiese a caminar o hablar por encontrarlo demasiado difícil)
- a fallar sistemáticamente (en su momento llegué a contar cuantas veces por hora se caía mi hijo mientras intentaba andar)
- a corregir esos errores introduciendo variaciones para ir perfeccionando la técnica
- y a practicar continuamente durante millones de horas. Woody Allen decía “Sólo me ha llevado cuarenta años tener un éxito de la noche a la mañana”
¿Necesitaste de un profesor para lograrlo? ¿Cuál fue el rol de tus padres o el tuyo cuando acompañaste a tus hijos en el proceso? Muy sencillo: facilitar el camino al niño para que probase tantas veces como quisiera, no recriminarle cada vez que se equivocaba (y lo hizo miles de veces) y corregirle y darle feedback para ayudarle a hacerlo mejor. Sin embargo, esta metodología, que se demuestra enormemente eficiente y que nos acompaña durante toda la vida, es explícitamente excluida y rechazada por el mundo escolar y académico que basa su propuesta en que alguien ya decidió lo que debes aprender, en que el profesor hable y te lo cuente, los alumnos escuchen (y tomen notas) y luego demuestren que recuerdan lo escuchado en un examen. ¿Por qué sucede esto? Los colegios y universidades están llenos de profesores que saben mucho de sus materias pero muy poco de cómo aprenden las personas. La razón de los malos resultados que obtienen los alumnos en las distintas pruebas a los que son sometidos no tiene que ver con que profesores no dominen sus materias sino que no saben como hacer que sus alumnos aprendan. Retomando los ejemplos previos (andar y hablar), el primer requisito para aprender es generar interés, captar la atención, involucrar a los alumnos. ¿Alguien podría afirmar que nuestros niños y jóvenes acuden entusiasmados diariamente a las aulas, deseosos de aprender lo que sus profesores les van a enseñar? ¿Y que los profesores concentran todos sus esfuerzos enemocionarlos, en entusiasmarlos? Si tus alumnos no tienen interés en aprender, todo lo que venga a continuación carece de sentido. La mayor evidencia de que la mayoría de profesores no saben de educación es que de lo contrario, no enseñarían como enseñan. Solamente cabe una explicación: que estén prisioneros de un curriculum que no les da ningún margen de maniobra para hacer las cosas de otra manera. Pero me cuesta trabajo admitir esa hipótesis ya que no veo indicios de rebelión entre los profesores ante esa camisa de fuerza. ¿Hace falta ser profesor para lograr que las personas aprendan? Os contaré otras 2 historias bien elocuentes. Semanas atrás, conversaba con uno de los abogados más reconocidos de Chile que además, hace clases en una de las escuelas de derecho más prestigiosas y que obtiene evaluaciones espléndidas por parte de sus alumnos. Le pregunté si la universidad le había sometido a alguna capacitación para enseñarle a ser profesor. Me dijo que no, nada en absoluto. Casi al mismo tiempo, un familiar que se encuentra cursando un diplomado en otra reputada universidad, me confirmaba que los académicos son siempre los profesores peor valorados por los alumnos en las evaluaciones de final de curso. Los profesores que más aprecian los alumnos son los que menos “saben de educación” y los que más traicionan el modelo tradicional. Por tanto, nos estamos equivocando drásticamente al hacer énfasis en incorporar más contenidos, mejorar las asignaturas y desarrollar a los profesores. Evidentemente, siempre será positivo contar con profesores óptimos pero el énfasis real está en el otro lado de la ecuación: los alumnos. Lo más importante es despertar sus ganas de aprender, su disposición, su curiosidad. En palabras de Walter Scott“ la parte más importante de la educación del hombre es aquella que él mismo se da”. Es decir, el mejor profesor es uno mismo. Ya que estarás contigo mismo durante toda tu vida, resulta primordial perfeccionar tu habilidad para aprender. Si hay algo que caracteriza a un buen profesor es su capacidad para generar motivación y lograr que sus alumnos quieran aprender y además sepan cómo aprenden. El aprendizaje es un proceso centrífugo (de adentro hacia afuera) y no uno centrípeto (de afuera hacia adentro). El acto de aprender es personal e intransferible.
Hay un caso de aprendizaje sobre el que existe consenso internacional y que se puede usar como referencia: el proceso para obtener el carnet de conducir. Todos estamos de acuerdo en que no basta conocer la teoría y aprobar el test sino que necesitas demostrar desempeño y realizar diversas maniobras con el vehículo ante la mirada de un observador calificado. Es más, la inmensa mayoría de conductores que leen este artículo y que acumulan miles de horas y de kilómetros de experiencia al volante, serían incapaces de aprobar el examen teórico si tuviesen que tomarlo de nuevo hoy. Para nuestra desesperación, colegios, universidades y empresas hacen caso omiso de esta evidencia y escogen las peores alternativas para que niños y adultos aprendan. Según el ministro de educación de Chile, una de las claves para ser buen profesor es “planificar las clases y conocer sobre la disciplina impartida”. Señor ministro, el concepto mismo de clase es absurdo. Y si las disciplinas fuesen tan importantes, usted no sería ministro de educación sino que sería ministro de química y en lugar de compartir gabinete con los ministros de salud, vivienda o empleo, lo haría con el de matemáticas, el de geografía y el de inglés.
Los máximos responsables siguen sin entender nada. El conocimiento no ocurre por arte de magia sino por arte del aprendizaje. El conocimiento no es contagioso sino que hay que vivir cuantas más experiencias mejor para crearlo. Por el bien del conocimiento (poción mágica), ya es hora de que todas estas instituciones entiendan cómo aprenden las personas.
A partir de octubre, dictaremos el curso virtual Cómo implementar una estrategia de Gestión del Conocimiento y Aprendizaje en las organizaciones a través de Aefol Formación.
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