El Diccionario de la lengua española de Espasa-Calpe (2005) define transgresión así:
f. Violación de un precepto, de una ley o de un estatuto.
El artista plástico incapacitado para crear nuevas formas, el cineasta sin talento para armar una narración o el creativo publicitario poco fino, pero avispado, puede utilizar la etiqueta ’transgresión’ para vender un producto que, a menudo, está poco desarrollado.
LANA DEL REY SABE A PEPSI
Mientras que las marcas de compresas españolas se empeñan en decir que las mujeres huelen mal, Lana del Rey canta en uno de sus últimos trabajos: “My pussy tastes like Pepsi Cola”, es decir, y con perdón, “Mi coño sabe a Pepsi Cola”. Nunca antes una frase tan sencilla como popular tuvo la fuerza de toda una campaña publicitaria. En minutos, la frase ha sido objeto de comentarios en blogs, revistas y periódicos online, mereciendo más de dos párrafos. “Lana es una artista transgresora”, dice parte del gafapastismo que ha encumbrado a la artista.
Quizá la mención de la palabra “coño” en una letra sea motivo de escándalo en Los Estados Unidos. Es posible que la canción no sea difundida en las emisoras de radio. Es posible que en Europa algunos “creadores de opinión” hablen de la moral pacata de los norteamericanos. (Con frecuencia olvidamos que la televisión por cable estadounidense es atrevida con el sexo —y otros temas de calado intelectual—, mucho más que la televisión europea).
En cualquier caso, Lana compone y canta en un estado democrático, de modo que la transgresión de Lana es, en realidad, un burdo truco publicitario. A menudo la transgresión del artista contemporáneo se reduce al hecho de haber sido el primero en decir o mostrar lo que otros, por pudor o elegancia, se habían abstenido. Si la Macu, la sobrina de Mauricio Colmenero (Aída), hubiera dicho: “Mi coño sabe a Pepsi Cola”, a estas horas la frase no habría salido de los foros de los aficionados a la serie española.
LA TRANSGRESIÓN EN LA EUROPA CONTEMPORÁNEA
De alguna manera, en la Europa democrática ‘transgresión’ es una etiqueta para colocar productos poco elaborados. Utilizar un muñeco para simular la violación de un bebé es considerado un acto transgresor por parte del público, tanto como el uso de iconografía religiosa o simbología de partidos políticos no afines, de manera poco ortodoxa. En ambos casos, los creadores, más que que expresar posiciones ideológicas, buscan la reacción airada de parte del público. El artista ‘transgresor’ de turno desea declarar a los medios que “una vez más, se demuestra que vivimos en una sociedad intolerante”, confundiendo a propósito la crítica con un fundamentalismo que conduce a la hoguera.
Si el artista ’transgresor’ no consigue la reacción del público contra el que ha creado una obra fácil, siente que no ha conseguido su propósito. Paradójicamente, con la publicidad gratuita conseguida gracias a las críticas, el artista ’transgresor’ realiza un ejercicio de marketing quizá contrario a lo que se supone que es un artista contracultural.
LA VERDADERA TRANSGRESIÓN ES UN RIESGO PARA EL ARTISTA
El artista plástico incapacitado para crear nuevas formas, el cineasta sin talento para armar una narración o el creativo publicitario poco fino, pero avispado, puede utilizar la etiqueta ’transgresión’ para vender un producto que, a menudo, está poco desarrollado. La transgresión verdadera es aquella que se realiza en un entorno hostil para el artista. Transgresor es Duchamp con el urinario en 1917 (una época de buenas costumbres y arte “bonito”); Buñuel con su Viridiana rodada en España en 1961; el Festival de Cine Gay de Turquía de 2011; o el conjunto Pussy Riot con su actuación en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, contra Putin y la Iglesia Ortodoxa Rusa (representación que ha conducido a algunas componentes del grupo a prisión).
JUGAR A TRANSGREDIR PUEDE ENCORSETAR LA CREATIVIDAD
Son cuestionables las calidades de algunas de las obras mencionadas, pero nadie dudará de que han sido creadas en condiciones difíciles, sociales o políticas, y con propósitos más allá que los titulares de prensa. En las obras mencionadas hay riesgos reales para los artistas. Sin embargo, el artista del Occidente contemporáneo utiliza la etiqueta ’transgresión’ de manera gratuita, formando en torno a la misma historias de conspiración cuando la obra es recibida con indiferencia por el público, la crítica, y aquellos a los que pretendía ofender. Lo paradójico es que, a la larga, el artista ‘transgresor’ se convierte en un artista ‘cliché’. A partir de este momento, el artista sólo concibe obras para un determinado público y en ocasiones, contra un determinado público.
Igual que artistas enconsertados en la ‘transgresión’, hay artistas encorsetados en las izquierdas o en las derechas, en corrientes estéticas o de opinión. Estar enconsertado es un pecado para el artista porque ahogará la creatividad: más que seguir a las musas o a la verdad, seguirá cánones estéticos y/o ideológicos concretos, o seguirá al dinero. El artista ‘transgresor’ contemporáneo es, a menudo, un artista cómodo.
Creadores como John Cleese, Terry Prattchet o Marion Zimmer Bradley coinciden en la necesidad de crear sin pensar en la recompensa monetaria, y en la crítica como método creativo. Una crítica que el artista debería comenzar consigo mismo.
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