Me gustó mucho una frase pillada al vuelo de una entrevista en La Vanguardia (11.01.13) a Ignacio
Vidal Folch en el sentido que a partir de los cincuenta años nadie debería hablar mal de los demás.
Hay muchas ofensas y muchos desprecios innecesarios en nuestra vida, personal y profesional. Y
si lo miramos con perspectiva, se perciben todavía más innecesarios. No quiero decir que no debamos
ser capaces de la contundencia ante comportamientos reprochables. Me refiero a estos
pequeños destellos de desdén, a la tontería profesional, a la incapacidad de agradecer. Me refiero
a las veces que juzgamos sin venir a cuento, o a ese adjetivo de más que delata una cierta soberbia
que vive profunda. La falta de finezza en el trato a los demás, en el manejo de tonos inapropiados. A
veces el exceso de elogios vuelve una situación en artificial innecesariamente. Menos es más, también
el respeto a los demás; menos, pero oportunos y sinceros.
Los líderes solventes son gente que evita lo innecesario y se vuelca en una lógica de servicio y de
respeto. Efectivamente, hay un momento en la gente presenta una humildad real, para nada
impostada y evita lo innecesario. Desde luego, evitar lo innecesario es una muestra de madurez.
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