Somos seres racionales, o al menos eso pensamos. Si salimos a ligar con un amigo mucho más atractivo que nosotros, es de esperar que la percepción que las mujeres tienen de nosotros no cambie significativamente a pesar de la presencia de este. Si, en dicho club nocturno, alguien nos invita a una copa, probablemente aceptaremos la invitación sin pensar que hemos contraído una clase de deuda y estimaremos que si nos la han ofrecido es por un gesto desinteresado. Además, seremos precavidos y no esperaremos al más mínimo gesto ofrecido por ninguna de las mujeres de la habitación para lanzarnos rápidamente a derribar sus defensas amatorias. Al fin y al cabo, somos seres racionales, ¿no?
Pues bien, nada de eso: según la lógica que solemos utilizar con frecuencia, cuanto más bello sea nuestro acompañante, más feos les pareceremos a los demás; si aceptamos una invitación, sea cual sea, sentiremos una sensación de deuda que no desaparecerá hasta que correspondamos en sentido inverso; y sobrevaloraremos nuestras capacidades y pensaremos que ese gesto ambiguo que nos han destinado es una invitación. Estos no son más que tres de las falacias del conocimiento (la del efecto contraste, la de reciprocidad y la del efecto del exceso de confianza) de las 52 que el suizo Rolf Dobelli detalla en El arte de pensar. 52 errores de lógica que es mejor dejar que cometan otros (Ediciones B), gran éxito en Alemania y un interesante ensayo sobre los errores de lógica que no podemos dejar de cometer.
Es imposible evitarlos, pero posible estar alerta
“Tenemos que tener presente que nuestro cerebro ha sido diseñado para cazar y recolectar, y no para movernos en un mundo complejo, con mercados financieros, comercio internacional, ciudades con millones de habitantes”, señala Dobelli, que ha pasado por nuestro país para promocionar su nuevo libro, a El Confidencial. El empresario parte de la teoría evolucionista para explicar por qué nos cuesta tanto pensar correctamente: según él, nuestra cabeza irá siempre varios pasos por detrás de nuestro cuerpo, ya que la evolución tecnológica del ser humano ha sido tan rápida que no hemos sido capaces de adaptarnos correctamente a esa nueva tesitura, y seguimos pensando como aquel cazador de la era primitiva. “No nos adaptaremos jamás, porque la sociedad cambia a una velocidad mucho mayor que nuestro cerebro”, indica Dobelli.
Reducir un 10% nuestros errores ya sería muchoParece ser, por lo tanto, que no podemos escapar a esos errores que forman parte de nuestro ADN, aunque quizá conocerlos ayude. “Los errores son inevitables en cuanto que se deben a un desajuste entre un órgano biológico, nuestro cerebro, y la realidad en la que vivimos”, indica el fundador de empresas como getAbstract o Zürich.Minds. “Confío en que mi libro pueda ayudar a los lectores a minimizar los errores. En cualquier caso me conformo con que mi libro sirva para reducir en un 10% nuestros errores, eso ya sería mucho”.
Quizá por eso, Dobelli ha sido especialmente crítico con la autoayuda y la psicología positiva, especialmente en lo que concierne a los mensajes que suelen lanzar y que afirman que somos capaces de conseguir cualquier cosa sólo con proponérnoslo, aunque no sea así. “Tenemos que pensar por nosotros mismos y poner en tela de juicio nuestro propio saber”, indica el autor, que dio inicio a su proceso de exploración de los errores de razonamiento después de una conversación con Nassim Nicholas Taleb, autor de El cisne negro (Planeta). “Uno de los errores más frecuentes es el sesgo de confirmación: tendemos a filtrar la realidad para quedarnos solo con las informaciones que nos confirman lo que ya pensábamos antes”. Dobelli utiliza el ejemplo de un hombre que intenta adelgazar y que se sube a la báscula todos los días para ilustrar tal paradoja: si pierde peso, pensará que la dieta está funcionando, pero si aumenta, estimará que son las fluctuaciones lógicas de cualquier proceso de adelgazamiento.
Unos errores que podemos pagar muy caros
Todos estos errores de distorsión de la realidad o infraestimación del riesgo pueden conducir a situaciones espinosas, originadas por las graves consecuencias de nuestros actos, y que en retrospectiva, podrían haber sido fácilmente previstas. Por ejemplo, la actual crisis económica. ¿De qué manera algunos de estos sesgos influyeron en el contexto en el que vivmos actualmente? A Dobelli no le cabe duda que han ejercido una gran influencia, y ejemplifica a través de dos de estas distorsiones lo que puede haber estado en juego. “Podemos hablar de prueba social cuando analizamos lo que ha ocurrido con la burbuja inmobiliaria”, señala. La prueba social es aquella que sugiere que “nos comportamos correctamente cuando nos comportamos como los demás”, es decir, tendemos a imitar comportamientos o actitudes cuando otros incurren en ellos, a pesar de que no los habríamos realizado por nosotros mismos.
Ante una figura de autoridad estamos dispuestos a creer casi cualquier cosa“Podemos hablar de sesgo de autoridad si pensamos en la confianza ciega con la que creímos todo lo que decía Alan Greespan”, señala el autor refiriéndose al economista estadounidense que presidió la Reserva Federal entre 1987 y 2006, y que ha sido acusado en diversas ocasiones de haber sido uno de los principales causantes de la crisis al minimizar los riesgos de, por ejemplo, la proliferación de productos derivados. Como su nombre indica, el sesgo de autoridad es el que nos conduce a ser menos cuidadosos con las opiniones de los expertos sobre un tema. Ello no significa que estén siempre equivocados, sino que nosotros mismos relajamos nuestros niveles de exigencia en presencia de esas figuras.
¿Hay salida posible?
Si tan mal discurrimos en nuestro día a día y tan lejos parecemos encontrarnos de alcanzar ese punto evolutivo que nos permita situarnos en sintonía con las necesidades de nuestro entorno, ¿qué podemos hacer? En realidad, como señala Dobelli, poco más que ser conscientes de los errores en los que solemos incurrir, o de esos condicionantes mentales en los que caemos sin darnos cuenta. La mayor parte de decisiones de nuestra vida son tomadas de manera intuitiva, y sólo es en un momento ulterior cuando comenzamos a racionalizar dicha decisión, tergiversando la realidad una vez más.
“La estrategia es aprender a pensar por nosotros mismos y evitar los errores de lógica”, concluye el autor, un inversor consumado que afirma haberse beneficiado en el mundo de los negocios por el conocimiento de estos sesgos. “Podemos confiar en nuestra intuición para las decisiones más sencillas o que hemos tomado muchas veces, pero para todo lo demás debemos recurrir a nuestra lógica”. Aunque, claro, quizá no haya por qué tomar las palabras de Dobelli al pie de la letra, porque quizá, de esa manera, no estemos más que incurriendo en el sesgo de autoridad una vez más.
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