Pregúntate a cuántos cursos has ido a lo largo de tu carrera profesional. ¿Cuántas horas de formación has vivido? Probablemente te asombre la cantidad de tiempo que has dedicado a formarte. Y ahora, pregúntate cuántos comportamientos nuevos y sostenibles en el tiempo han sido fruto de esas formaciones. O mejor aún, si el número de horas es proporcional a la cantidad de cosas que has aplicado o llevado a tu día a día.
Ya en el año 2001, el consultor David Maister, autor de la investigación y libro Practice what you preach demostraba que la formación era necesaria para desempeñar un puesto de trabajo, pero que no correlacionaba con el aumento de la satisfacción de los clientes, ni de los empleados, ni afectaba a la cifra de negocio. Es decir, que cuando una persona está ya preparada para desarrollar su rol, invertir en más horas de formación no cambia nada. Y es que sabemos que la formación es condición necesaria, pero no es suficiente; por eso, es el momento de plantear algo diferente.
Bienvenidos a la era del aprendizaje, en la que aprender no es un hecho aislado, sino un proceso y una experiencia. En la que necesitamos ver resultados tangibles y cuando hablamos de aprendizaje y desarrollo de personas, estos se traducen en hábitos.
La ciencia ha clarificado cómo se generan nuevas rutinas en nuestro cerebro, lo que podemos llamar la fórmula del hábito. El ingrediente mágico es una sustancia conocida como mielina, que es la vaina que une las nuevas neuronas conectadas y que las mantiene unidas fuertemente. Todavía no se conocen con exactitud las bases neurofisiológicas del aprendizaje, sin embargo, si se tienen certezas de que está relacionado con la modificación de las conexiones sinápticas . ¿Qué necesitamos para que se produzca el hábito?, o mejor dicho, ¿qué hay detrás de la mielinización? Pues bien, lo primero es identificar y aceptar la necesidad. Si no lo necesitamos, no lo vamos a aprender. Cuando una persona identifica y percibe que necesita algo, determinadas neuronas se inflan y se aproximan unas a otras. La segunda condición del hábito es la repetición. Una vez que nuestras neuronas se han acercado, tenemos que engancharlas y unirlas unas con otras con la famosa mielina y esto se consigue haciendo y repitiendo la acción de forma sostenida con el esfuerzo que conlleva. Hasta que llega un momento que sale solo, no hay esfuerzo hay hábito. No menos importante para nuestra fórmula del hábito, es tener los conocimientos y herramientas para poder identificar las necesidades y habituarnos, es decir hacer, hacer y hacer. Si entendemos bien esta fórmula, podemos generar procesos de aprendizajes potentes y a la vez sencillos para generar y aplicar comportamientos nuevos.
La habituación se puede considerar la forma más primitiva de aprendizaje, y se da en todos los niveles del organismo, desde el celular hasta el psicológico. La habituación no es una conducta innata. Por el contrario, se trata de verdadero aprendizaje, ya que representa un cambio de conducta a partir de la experiencia. Y volvemos de nuevo a la experiencia, no podemos generar nuevos aprendizajes y transformarlos en hábitos, si no experimentamos con nuestra propia realidad.
Otros descubrimientos neurocientíficos apuntan hacia la concepción del aprendizaje como el resultado de la interacción compleja y continua entre tres sistemas: el sistema afectivo (cómo nos afectan emocionalmente las situaciones), el sistema cognitivo (nuestras creencias, interpretaciones y reflexiones) y el sistema expresivo (relacionado con las áreas de función ejecutiva, articulación de lenguaje y homúnculo motor). Así, podemos afirmar que el aprendizaje se produce cuando impacta en nuestro comportamiento y hay cambio.
Desde esta perspectiva, el aprendizaje adquiere una dimensión personal e intransferible por lo que ha de estar totalmente adaptado a cada individuo, con sus características personales y con su entorno concreto. De manera que si en un curso, un conjunto de alumnos reciben el mismo paquete de contenidos, no hay personalización y, por tanto, la experiencia de aprendizaje se diluye. Y aunque cada alumno elija qué aprende o qué se lleva de esa formación, después cuando sale del aula, se topa con su entorno y la fuerza del día a día desbanca lo aprendido. Por ello, una de las claves del éxito de los procesos de aprendizaje radica en que han de realizarse en el entorno habitual de la persona. De esta forma, nos aliamos con el día a día y este deja de ser una amenaza.
Bajo este prisma, ya no hay ni estudiantes, ni alumnos. Ahora hablamos de protagonistas, actores, exploradores… Y en lugar de maestros, profesores o formadores, hablamos de entrenadores. La formación se transforma en aprendizaje y es algo fácil, que tiene que ver contigo. Imagina que pudieras observar, escuchar, sentir, reflexionar, experimentar y divertirte mientras estás aprendiendo. De esto se trata.
¿Cómo se materializa? Diseñando experiencias o procesos de aprendizaje que parten de un diagnóstico, con contenidos de última generación y en distintos formatos (vídeos, podcast, artículos…), ejercicios sencillos de reflexión y aplicación en el puesto de trabajo y también en la vida personal, incluyendo el wellness o autocuidado, con la oportunidad de contar y compartir tu experiencia con otros colegas (testimoniales, espacios colaborativos, concursos…) y con el apoyo de un entrenador con el que puedes interactuar. Parece un sueño y ya es realidad. La formación es fundamental y a la vez no es suficiente, podemos complementarla con nuevos enfoques y tendencias para que cumpla su auténtica función: transformar a las personas y su entorno.
Marta Romo, socia directora de Be-Up
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