viernes, 3 de mayo de 2013

Estudiar no tiene sentido, aprender si lo tiene

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Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar
 
No puedo, tengo que estudiar. ¿Recuerdas esa frase? Imagino que hace ya mucho tiempo que no la pronuncias. Sin embargo, yo sigo escuchándosela a mis sobrinos y me temo que más pronto que tarde, se la oiré decir también a mis hijos. Volvamos  momentáneamente a nuestra infancia: ¿Qué recuerdas con placer de cuando eras niño?¿Qué volverías a hacer si pudieras? ¿Aparece ir al colegio entre las opciones elegidas? ¿Echas de menos estar en clase de gramática, geometría o física? Si te pido que me cuentes algún recuerdo agradable del colegio, ¿Sería estudiar para los exámenes una de las cosas que disfrutabas? ¿O tal vez jugar con tus amigos en el recreo? ¿Es estudiar algo que recuerdas con especial agrado? La gran mayoría de niños hacíamos todo lo posible por evitar estudiar así que imagino que difícilmente es algo que te gustaría volver a repetir. Exactamente lo mismo que pasa con los niños actuales. El mayor premio del colegio era salir de él, terminarlo. Uno de los sueños que más se repite entre los adultos consiste en creer que todavía te falta una asignatura para terminar la universidad. Menuda pesadilla…
¿Por qué estudiar? En algún momento, alguien decidió que hay determinadas cosas que es imprescindible saber y que la mejor manera de aprenderlas es estudiando. Cada vez que tomo el Metro, revivo la misma escena: me topo con algún estudiante de pie, leyendo detenidamente un cuaderno con apuntes (o unas fotocopias de un libro o de una presentación en powerpoint que previamente subrayó) y repitiendo en voz baja lo que lee tratando de grabárselo en la memoria. Absurdo e inútil pero lo más normal del mundo.
La vida de un estudiante se divide entre lo que hace en el aula y lo que hace fuera de ella. Cuando está en el aula, su labor consiste en ir subrayando el libro mientras el profesor “hace clase” y en caso de que no exista libro, en tomar apuntes de lo que dice o de lo que escribe en la pizarra (incluso están apareciendo defensores de usar powerpoint para mejorar el aprendizaje). En una clase apenas existe interacción, la mayor parte del tiempo es un monólogo del profesor y resulta muy poco frecuente que los alumnos hagan preguntas. Cuanto más pasivo es un alumno, menos aprende. Fuera del aula, dado que no confiamos en que los alumnos aprendieron por el mero hecho de leer el libro o escuchar al profesor, el tiempo se dedica a estudiar para los exámenes. Un antiguo refrán afirma que “el saber no ocupa lugar”.El fin que persigue el acto de estudiar (saber más) es encomiable pero puede resultar contraproducente e incluso perjudicial dependiendo de cuál de las 2 definiciones sea la que manejemos.
1. Para muchos, estudiar es casi siempre sinónimo de aprender de memoria para repetirlo en un examen. Esta definición acarrea algunos inconvenientes graves:
a. Aprender de memoria implica que, demasiadas veces, aprendes cosas sin entenderlas. Evidentemente, no es posible aprender sin entender lo que aprendes pero muy a menudo, nuestros hijos (al igual que nosotros cuando éramos colegiales), estudian, es decir memorizan, gran cantidad de cosas sin comprenderlas. Y lo que todavía es más preocupante es que es perfectamente factible que memorices algo sin entenderlo y aun así seas capaz de sacar buena nota en un examen. La historia de la niña que responde las preguntas del viajero con que comienza el artículo sobre los 5 mandamientos para la educación sigue plenamente vigente. Además, cómo estudiar es un proceso eminentemente individual (también los exámenes lo son) si no comprendes lo que debes estudiar, por mucho tiempo que le dediques, difícilmente lo entenderás a no ser que alguien te ayude y por ende, la única salida que te queda es memorizarlo.
b. Cuando estudias, aprendes cosas que no te importan lo que significa que no van a durar mucho tiempo en tu memoria. Estudiar no es tan solo tedioso sino que además es un método muy poco efectivo para aprender. Para confirmar este aspecto, pregúntate por qué olvidaste la inmensa mayoría de lo que estudiaste en el colegio o la universidad. Si no entiendes el por qué debes estudiar lo que te piden ni te interesa lo más mínimo lo que debes estudiar (y encima, nunca más te lo vuelves a encontrar en tu vida), sería una proeza extraordinaria que fueses capaz de recordarlo años después. Este artículo Exámenes empujan a estudiantes a olvidar pronto lo aprendido lo ilustra perfectamente.
Estudiar no equivale a aprender y tampoco sacar buenas notas es garantía de que tengas  conocimiento. Estudiar siempre ha tenido una connotación negativa: se percibe como algo  aburrido, falto de sentido, como una pérdida de tiempo (lo que lamentablemente la vida se encarga de demostrarnos innumerables veces). Estudiar es un acto obligatorio y no voluntario ya que si no te obligasen, no lo harías. Estudiar es un acto que no nace de tu propia iniciativa sino que es externo: los más interesados son los padres y los profesores. Estudiar es un acto planificado en un lugar y un momento concreto mientras que aprender ocurre las 24 horas del día y en cualquier sitio (hoy, el aula ya es el mundo entero). Cuando estudias, no tienes la posibilidad de escoger lo que estudias y por tanto, de discrepar, de contradecir o de abordar otros temas. En el colegio o la universidad, te irá bien siempre que respondas lo que el profesor espera, pero te irá mal si respondes lo que tú crees. ¿Necesitamos niños que repitan como loros lo que otros les dijeron? ¿Dónde queda tu capacidad de opinar y articular tus propias ideas? Ayer mismo, una entrevista a un experto europeo en empleo titulaba así: Hay que enseñar a tener iniciativa desde la guardería. En caso de considerarlo importante ¿sabría el colegio cómo enseñar “iniciativa”? En lugar de ocuparse de ayudarte a desarrollar la imaginación, la creatividad o la innovación, el foco del sistema educativo parece orientado a enseñarte a obedecer. Por eso, aunque siga siendo considerado un acto sagrado que nadie se atreve a cuestionar, estudiar de esta manera no tiene ningún sentido.
2. El viernes 12 abril, Kobe Bryant, 34 años, uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia se rompió el tendón de Aquiles  Es posible que Kobe no supiese demasiado respecto de dicha lesión ni de cuál es la función del más famoso de los tendones. Pero obviamente, la primera preocupación del deportista fue estudiar a fondo los casos de jugadores que han pasado por este tipo de lesión para saber si podrá recuperarse plenamente y en qué plazo. Estudiar, en esta circunstancia es algo totalmente distinto. Significa perseguir tus propios intereses y para ello, investigar, analizar, cuestionar, preguntar, interpretar, inferir, pronosticar, concluir, decidir… Aprender es un acto guiado por ti mientras enseñar es un acto guiado por el profesor. En este caso, hablar de estudiar, es hablar de imaginar, sopesar, profundizar, reflexionar, evaluar, cualquier cosa menos memorizar sin entender y luego repetir sin saber por qué. Estudiar empieza por identificar lo que te entusiasma, tener la libertad de decidir qué quieres aprender, hasta donde quieres llegar, qué medios utilizar, cómo demostrar lo aprendido, etc. Lo más increíble es que el diccionario de la RAE define estudiar comoEjercitar el entendimiento para alcanzar o comprender algo”. Aprender exige entender, por eso las máquinas no aprenden ya que no entienden el sentido de la información que tienen dentro. Y por eso, detrás de cualquier cosa que investigas, siempre existe un desafío, un objetivo que te mueve mientras que al estudiar en el colegio no hay ningún desafío ni motivación poderosa. Cada vez que imparto un taller, suelo preguntar a los participantes qué cosas les quitan el sueño respecto de su trabajo. Lo que me responden es siempre algo que les importa y por tanto, algo que están interesados en aprender porque les preocupa resolverlo para volver a dormir tranquilos de nuevo. Kobe Bryant no estudia acerca de su lesión sino que está aprendiendo una barbaridad todos los días acerca de la misma.
Lo que cabe esperar de la educación es que te enseñe cosas que serán las que luego utilizarás en todos los órdenes de tu vida adulta. Que te enseñe a leer, escribir o hablar adecuadamente tiene todo el sentido porque durante toda tu vida, dichas habilidades resultarán esenciales. ¿Sería absurdo que el colegio me enseñase a herrar caballos, forjar espadas, manejar un escudo y una lanza o aprender curtiduría? No menos absurdo que estudiar cosenos y derivadas, la tabla química, las células eucariotas o qué es una prosopopeya. Subrayar libros, tomar apuntes o estudiar y hacer exámenes es algo que, por fortuna, los adultos nunca más vuelven a hacer. De hecho, me sorprende que a pesar de la importancia que la sociedad le otorga al estudio, nadie jamás te enseñe a estudiar o a tomar apuntes. Como desarrollaremos en otra columna, aprender exige hacer. Y no me refiero a un hacer físico o manual sino a un hacer intelectual. La labor de un abogado no consiste en estudiar (ni tampoco nadie le hace un examen mensual) sino que todo lo que aprende lo aplica y su conocimiento se plasma en los “productos” que elabora: una estrategia legal, un escrito, un recurso, etc. El conocimiento de un médico se refleja en un diagnostico de un paciente y en el tratamiento que le recomienda. El conocimiento de un arquitecto se muestra en los planos que elabora, el de un periodista en los artículos o reportajes que escribe y así sucesivamente. Ninguno de ellos estudia ni rinde exámenes sino que aprende y “hace” gran cantidad de cosas. Estudiando adquieres únicamente información (que olvidas en poco tiempo) mientras que cuando aprendes adquieres experiencia. La manera de demostrar que sabes algo es haciéndolo, llevándolo a la practica y no únicamente hablando o escribiendo acerca de ello. En palabras de Einstein “El aprendizaje es experiencia, todo lo demás es información”. Cualquier joven que se matricula en una universidad lo hace con la esperanza de que esta le prepare para encontrar un trabajo que le permita ganarse la vida. Para ello, es imprescindible que le enseñe a hacer cosas y no sólo a estudiar y saber cosas.
Uno de los principales problemas de estudiar tiene que ver con la motivación. Lo que aprendes depende de tu actitud en el proceso de aprendizaje. La motivación lo es todo pero hay que ser consciente de que las personas no están interesadas en aprender (no es mas que un medio), sino en crecer, desarrollarse, mejorar, obtener algún logro. Si estudiar no me garantiza ninguno de dichos objetivos ¿para que voy a perder tiempo en ello? Las “recompensas” del aprendizaje (sensación de progreso, descubrir capacidades ocultas, reforzar autoestima, etc) tienen que ser motivantes para quien lo realiza. Recientemente apareció una noticia abogando por usar el ajedrez para mejorar el rendimiento escolar, un gran ejemplo de cómo estropear esta potente herramienta pedagógica. En lugar de aprovechar el ajedrez para que los niños aprendan a pensar, a planificar, a gestionar el tiempo, mantener la concentración, anticipar y diseñar estrategias o lidiar con la derrota, la brillante propuesta plantea desperdiciarlo para mejorar el rendimiento. No se pueden pedir peras al olmo…
Los seres humanos somos expertos en aprender (aunque no sabemos cómo lo hacemos) pero sabemos menos acerca de lo que nos gusta. El objetivo de la educación es precisamente, desarrollar tu capacidad de aprender (que ya es muy buena cuando llegas al colegio por primera vez aunque nunca dedicaste 1 minuto a estudiar) y no atrofiarla y sobre todo ayudarte a encontrar tu pasión, aquello donde enfocar tu ilimitada capacidad de aprender.
Dad al alumno algo que HACER y no algo que aprender, ya que el hacer tiene tal potencia que exige pensar y reflexionar (John Dewey). Nadie sabe nada hasta que lo aprende y por suerte, nos pasamos todo el día aprendiendo sin que nadie no esté enseñando. La educación tiene que ocurrir en el mundo real, sin sillas, aulas o pizarras. Para aprender hay que vivir la vida en lugar de estudiar libros, hacer exámenes y llenar la memoria de los jóvenes con información que no les interesa. Estudiar no tiene sentido, aprender sí. Los jóvenes siguen asistiendo a colegios y universidades a estudiar (memorizar) y no a aprender (experimentar) llegando a extremos ridículos como realizar exámenes de ingreso a niños de 4 años. Fruto de la obsesión por el estudio y las notas, muchos niños no entienden lo que estudian y tampoco entienden porque lo deben estudiar, no le encuentran sentido generando un rechazo que en ocasiones se arrastra durante toda la vida. Aprender por el contrario te empuja a estudiar algo que te interesa, bien por que quieres saber más (hobby, curiosidad) o bien por que lo necesitas para hacer algo que te importa (dar seguridad a tu familia,  desarrollarte y promocionar, ganar más dinero, sentirte bien, ayudar a otros, etc). Cuando preguntaron a uno de los periodistas más reconocidos de Chile cuál es su meta en la vida, respondió: “no dejar pasar un día sin sentir que fue interesante, novedoso y que aprendí algo nuevo”. No es casualidad que muchas personas, después de jubilarse, decidan ponerse a estudiar (incluso en la universidad) aquello que siempre les interesó por el mero placer de aprender y sin ninguna presión añadida. Como siempre escuché en mi casa, “sarna con gusto no pica”.


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