En 1909, un químico norteamericano de origen belga, Leo Baekeland, sintetizó un nuevo y extraño material: un polímero formado a partir de moléculas de fenol y formaldehído. Fue el primer plástico sintético de la historia: un material que iba a revolucionar el mundo donde vivimos, por sus extraordinarias propiedades (capacidad de aislamiento eléctrico, térmico y acústico, baja densidad, fácil moldeado y resistencia a la corrosión). Además, se podía producir en masa de forma económica. Hoy en día, el plástico se encuentra en todas partes: desde el teclado del ordenador a los paquetes de cigarrillos. De las cápsulas de circuitos electrónicos a los juguetes... Hoy, el mercado mundial de plásticos llega a los 500 millones de toneladas anuales.
Un nuevo material disruptivo está llegando: el grafeno. Un material de propiedades únicas: flexibilidad, dureza extrema (superior al acero o al diamante), transparencia, elasticidad, ligereza, conductividad eléctrica, y bajo efecto térmico al conducir electricidad. Todo indica que la llegada del grafeno significará una invasión disruptiva de impacto similar a la del plástico 60 años atrás. Un mercado masivo se va a producir dentro de una década, aproximadamente, cuando se haya completado el ciclo de innovación tecnológica, de producto y de proceso que se está iniciado. Millones de puestos de trabajo se van a generar, si se cumplen las perspectivas en las que todos los analistas confían. La Unión Europea ha movilizado un fondo de 1350 millones de euros para investigar en grafeno. Corea del Sur, 350 millones para investigación orientada a mercado. Y el Reino Unido, 50 millones de libras con la misma finalidad (comercialización de nuevas aplicaciones).
Ante la nueva ola emergente, universidades y centros de investigación están ya preparándose para capturar buena parte de los recursos públicos que se van a poner en juego. Se van a publicar centenares de artículos de frontera en esta tecnología, de máximo impacto mundial, que van a salir de nuestro país. Pero... ¿Y las empresas? Obviamente, son tontas si no son capaces de ver el negocio brutal que va a producirse a diez años vista. De hecho, aquéllas empresas internacionales de mayor dimensión, más recursos y mayor horizonte estratégico, con toda seguridad ya estarán contactando y contratando investigadores de élite locales, preparando gamas de producto que se valorizarán en una década.
Nuevamente, nos estamos equivocando. No hemos aprendido de los errores del pasado. Mientras engrasamos los motores de la investigación básica, no creamos las condiciones de contorno para que el tejido industrial pueda absorber el conocimiento que se está generando. Mientras universidades y centros de investigación pueden adentrarse en el futuro y trabajar (con dinero público) para proyectos que serán rentables dentro de diez años (rentables para otros), nuestro tejido empresarial, básicamente formado por pequeñas y medianas empresas, sólo puede pensar a un año vista. Su horizonte estratégico está limitado por su tamaño empresarial. Pero es el tejido que tenemos, el que debe competir internacionalmente y el que debe generar puestos de trabajo para solventar el horrible paro que nos atenaza.
Está pasando lo que pasa siempre: habrá recursos competitivos para investigación básica, competiremos con éxito, publicaremos a primer nivel e incluso transferiremos conocimiento a los Intels, Googles, Apples o IBMs. Pero ese conocimiento no se convertirá en ventajas competitivas locales, ni en crecimiento económico, ni en empleo local.
Si la ola del grafeno es tan evidente, tenemos la gran oportunidad de hacer (por fin) las cosas bien: prioricemos las alianzas estratégicas a largo plazo de universidades y centros de investigación con empresa para realizar investigación conjunta. Prioricemos los incentivos públicos para proyectos co-financiados por empresas. Reservemos fondos para ese tipo de proyectos (¡también para empresas!). Busquemos sistemáticamente aplicaciones locales a la investigación generada. Es misión de la administración, si deseamos un país competitivo. Es increíble que sea más fácil financiar un investigador público que un proyecto de investigación en una PYME deprimida. Las cosas no van a pasar solas, no han pasado jamás en ningún lugar: preparemos a las empresas para absorber ese conocimiento. No pensemos en la "transferencia" (hay un exceso de conocimiento, a ver dónde lo colocamos). Hagamos "concurrencia" tecnológica: preocupémonos de que se investigue al máximo nivel y, a la vez, que se forme el clúster empresarial del grafeno. Integremos las políticas de investigación e industria de una vez.
Y, señores empresarios... ¿Cuándo van a reclamar políticas como éstas?
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