La empatía es una cualidad con la que algunos nacen, pero también se puede acceder a ella mediante experiencias o prácticas espirituales. La ciencia ha tratado de ver cómo se puede medir esta virtud y, más que eso, cómo se puede neurodiseñar.
¿De dónde viene la empatía y qué se podría hacer para que aumente? Tomando en
cuenta que es un sentimiento de armonía que tiene que ver con la interacción con los demás,
la pregunta tiene varias aristas, empezando en que hay dos tipos de empatía: la cognoscitiva,
que tiene que ver con la capacidad de un ser humano para reconocer las emociones de los
demás, y la emocional, que involucra la verdadera conexión con el prójimo. Según Abigail
Marsh de la Universidad de Georgetown, aquél que no tiene empatía cognoscitiva se
puede considerar autista; no quiere decir que no le importe lo que siente alguien más, sino
que no se da cuenta. En cambio quien carece de empatía emocional no tiene compasión, y por
ende no se conecta con lo que el otro siente.
La diferencia entre alguien en el extremo autista del espectro y alguien en el extremo del
psicópata es, al parecer, la amígdala, un conjunto de neuronas en el cerebro que se encargan
de procesar y almacenar reacciones emocionales. De alguna manera el tener amígdalas
más activas o más grandes podría aumentar la empatía en el ser humano, sin embargo no es
lo único que importa, pues a fin de cuentas la empatía también puede ser una opción. Se ha
comprobado que todos aprendemos a ignorar la empatía cuando queremos, y de la misma
manera gente que tiene un bajo nivel físico de empatía puede funcionar normalmente si hace
un esfuerzo. Es decir, en gran parte de los casos es posible elegir hacerle caso a la empatía
aunque ello implique un mayor esfuerzo.
La oxitocina es otro factor importante. Es una hormona mamaria localizada en la
glándula pituitaria posterior, en el cerebro, y actúa como neuromodulador, sobre todo
relacionada con la reproducción sexual. Cuando un bebé nace, la madre suelta una
gran cantidad de oxitocina, lo cual ayuda químicamente para que haya ese acercamiento
maternal con el bebé. En cuanto a la empatía, esta hormona hace que una persona ponga
más atención a las expresiones faciales de la gente para saber sobre todo si tienen
miedo. Pero simplemente aumentar los niveles de oxitocina puede acarrear efectos
negativos en la memoria, por ejemplo, además de que la empatía no es una cuestión
meramente química, sino que es un estado mental complejo que entre más
se practica más se perfecciona.
a simular las emociones que alguien
más siente. La capacidad de entender
que alguien está en peligro lleva
naturalmente al deseo de ayudarlo.
Es ponerse en los zapatos del otro lo
que hace un vínculo más fuerte, por
eso es más fácil que haya empatía entre
miembros de un mismo grupo social,
racial o cultural que entre miembros
de grupos disímiles.
Y todo se aprende desde la cuna. Es más fácil adquirir la facultad de la empatía si se
practica desde pequeño que si se quiere desarrollar más grande. El entorno familiar
es un factor determinante en la capacidad de empatía del niño, que evolucionará con el tiempo.
Lo mismo sucede con el entorno cultural fuera de casa. Ya dice el proverbio: “Se necesita
un pueblo para educar a un niño”.
Tener empatía no quiere decir que seamos más cándidos o más ingenuos, y que por ello alguien
se podría aprovechar de nosotros con mayor facilidad. Significa una apertura hacia el otro a
un nivel más profundo, lo cual también se puede traducir en saber si alguien quiere tomar
provecho de una situación particular.
Se necesita un mundo con mayor empatía, pero sobre todo un mundo con menor nivel de
antipatía e indiferencia.
(io9)
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