Los defensores y los enamorados de las políticas de innovación como base de la competitividad de las naciones estamos de enhorabuena. Se va a producir un cambio de ciclo. El mundo se está dando cuenta de que los estereotipos y las ortodoxias reinantes no están funcionando: los países competitivamente más sólidos son aquéllos en que existen potentes políticas industriales, tecnológicas y científicas, y donde éstas están integradas. La mejor política industrial es la que existe, tiene base tecnológica, se mantiene en el tiempo y está suficientemente dotada de recursos.
Algunos best-sellers de última hora están confirmando estas tesis. Uno de ellos, "The Entrepreneurial State", de la profesora Mariana Mazzucato, de la Universidad de Sussex. Para Mazzucato, que investiga en profundidad sistemas de innovación, empresas y productos líderes en todo el mundo, la capacidad innovadora de los países y, por tanto, su capacidad de creación de riqueza, depende fundamentalmente del papel financiador del estado desarrollando nuevas tecnologías. Si se espera que la innovación de ruptura, aquélla realmente capaz de generar íntegramente nuevos sectores, mercados y/o productos sea inducida únicamente por el sector privado, nos estamos equivocando... La innovación que provenga del mercado será sólo incremental y cortoplacista. Cuando se trata de desarrollos de I+D de frontera, la empresa percibe sus potenciales retornos como muy improbables o demasiado desplazados en el horizonte temporal. Por ello, renunciará a financiarlos.
Mazzucato destruye algunos mitos: ¿y si la raíz de la crisis actual fuera, no un exceso de estado sino precisamente, un defecto? ¿Y si problemas como el de Grecia o España no fueran debidos a exceso de gasto público sino a una asignación incorrecta de recursos? ¿Y si el estado hubiera financiado sistemáticamente proyectos de alto riesgo tecnológico durante décadas, como en USA, en lugar de absurdos aeropuertos? ¿No se habrían consolidado fuertes capacidades innovadoras de desarrollo de producto en dichos países? No es un problema de gasto, sino de cómo se distribuye.
Parece que hay un consenso en que el modelo americano tiene mayor éxito porque es más "market-pull", porque de forma natural, los agentes del sistema (empresas, emprendedores, operadores de capital riesgo) tienden a asumir más riesgo. En Europa, por contra, parece que el peso de las administraciones lastra la competitividad de las naciones. Pero eso es falso, y Mazzucato aporta las evidencias: no es la mano invisible del mercado la que impulsa la formidable competitividad americana sino la mano visible y muy presente de la administración, financiando tecnologías que el mercado jamás hubiera financiado. Todas las tecnologías que hoy sustentan grandes sectores emergentes, inexistentes hace unos años, han sido desarrolladas bajo sólido impulso público: desde internet a la nanotecnología, desde los materiales avanzados a la farmacia o la biotecnología. Como muestra, las tecnologías radicalmente innovadoras que hacen posible el iPhone han sido financiadas públicamente en su totalidad: la telefonía wireless, el touch screen, el GPS, la propia internet, o el asistente de voz Siri proceden de fondos públicos. Y, empresas como la propia Apple, HP o Google obtuvieron fondos de lanzamiento de la Small Business Administration cuando eran balbuceantes embriones con prototipos de extraños dispositivos para hobbystas como el primer ordenador personal, el primer osciloscopio o el primer buscador indexado en internet. El capital privado sólo acude cuando los retornos están a la vista (como en todas partes). Yo mismo tuve la oportunidad, en un viaje de estudios a Stanford, en 2003, de entrevistar a varias empresas líderes americanas y comprobar que sus desarrollos de largo plazo, los verdaderamente rupturistas, venían demandados por la administración (compra pública innovadora). Una de esas empresas me comentó que "estaban desarrollando los ordenadores más rápidos del mundo para el 2020, requeridos por Defensa". Con dichos desarrollos, crearían plataformas que posteriormente permitirían comercializar aplicaciones civiles líderes internacionalmente.
Otro libro que demuestra el mismo impacto de la mano visible de la administración es "How Asia Works", que describe en detalle cómo países como Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur e incluso la propia China despegan internacionalmente en unas pocas décadas. En pocas palabras, el modelo asiático tiene un denominador común: una primera fase de desarrollo de capacidades manufactureras en base a tecnología importada, una segunda fase de creación de mercados financieros muy enfocados al desarrollo industrial, y una tercera fase de potenciación de capacidades científicas propias, muy vinculadas a la industria. Las claves del éxito: obsesión por el manufacturing y todas las tecnologías que lo hacen posible, impulso a los sectores emergentes de alta productividad y proyección internacional ("infant industries"), y instrumentos financieros públicos preferentes para industrias exportadoras, para acelerar su expansión internacional.
Para competir como los polos dominantes actualmente, USA y Asia, hay que hacer lo que ellos hacen (no lo que dicen que hacen). Existe una estrategia nacional subyacente en cada caso de éxito. No es la mano invisible del mercado que se haya encaprichado de ellos, sino el impulso estratégico y permanente de administraciones enfocadas. Ello no significa predeterminar qué sectores y qué empresas han de liderar el futuro "picking winners", sino sentar las bases para crear competencias de conocimiento y tecnología locales, conectar los agentes, acelerar el paso del conocimiento al crecimiento, y dejar que el mercado haga el resto.
Alemania, Suecia, Dinamarca o Finlandia lo saben y lo hacen. Alemania ha incrementado sus inversiones en I+D en un 10% anual desde 2009. Y la financiación de la innovación de sus empresas está asegurada a través de su banco de inversión público (el KfW), o sus Landesbanks regionales. En el Sur de Europa, seguimos con el lirio en la mano. ¿Es asunto únicamente empresarial financiar la innovación? Rotundamente no, es objetivo y responsabilidad de los gobiernos generar empleo y puestos de trabajo. Innovar, a escala nacional, es un objetivo y una necesidad compartida entre el sector público y el privado.
Vendrán tiempos excelentes para la innovación. Las voces que reclaman estados emprendedores y políticas sólidas de innovación cada vez son mayores, visto el estrepitoso fracaso neoliberal y austericida actual. La próxima ola de innovación será una ola de intensa reindustrialización, clusterización, interconexión real entre ciencia y empresa, y sólidas políticas microeconómicas de innovación.
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