Observemos la morfología de un corredor de fondo. Su cuerpo, acostumbrado al sufrimiento extremo durante largo tiempo, ha suprimido todo atisbo de grasa. Sus brazos y sus piernas no tienen potencia para desarrollar esfuerzos instantáneos. Su corazón está preparado para bombear sangre al ritmo exacto de su respiración. Un ritmo, en general, lento. Si el corredor pierde dicho ritmo, pierde el aliento, se ahoga y debe parar. Su cadencia debe ser constante para no desequilibrar la frecuencia cardíaca y continuar adelante con pequeñas y constantes dosis de aire. Su cuerpo es una máquina energética perfectamente adaptada a exprimir toda la energía disponible en cada gramo de glucosa. Cada pequeño paso es una victoria. Mantener el ritmo, concentrarse en la respiración, abstraerse del mundo exterior, fijar la visión en el infinito, sin ver nada en concreto, y resistir, resistir, resistir más que los competidores, sin parar jamás, pase lo que pase.
Un sprinter tiene otra estructura ósea y muscular. Preparada para la potencia, para los esfuerzos cortos y muy intensos, para desplegar toda la energía disponible durante un periodo breve de tiempo, para explotar todo su potencial instantáneamente Su cerebro está entrenado para la respuesta ultrarápida. Percibir las señales del entorno (el disparo de inicio de la carrera) una centésima de segundo antes que los competidores puede ser determinante.
Las empresas tienden a acostumbrarse a correr por un camino que desean tan largo como sea posible. Se preparan para una carrera infinita. La carrera del negocio tradicional. Hacer lo mismo, con la misma cadencia, con el mismo bombeo de actividades en cada proceso organizativo, viviendo de un “long tail” de márgenes escasos (los mejores márgenes de la industria se concentran en las fases iniciales del ciclo de vida, en las fases de innovación). La empresa que se centra en el ritmo de su negocio clásico se torna un fondista, pierde reservas, pierde grasa, pierde peso y empieza a quedarse en la piel y el hueso tras su obsesiva carrera de mejora del producto tradicional.
Muchas organizaciones persisten compitiendo en fases de ultramadurez, siguiendo en su carrera de fondo, esperando ver cómo los competidores caen extenuados. Una empresa madura debe economizar energía (recursos humanos y recursos materiales) en todos los puntos de sus procesos. Debe estandarizar los mismos para especializarlos y, así, ahorrar más si cabe. Debe aprender a correr sin agua, sin comida y sin aire, bajo cualquier condición atmosférica. Y, cada vez, su morfología se parece más a la de un escuálido, aunque ultrarresistente corredor de fondo. El problema es que, en ocasiones, un cambio disruptivo provoca que, de repente, el infinito camino que piensa recorrer, se acabe inesperadamente. Entonces no puede hacer ningún sprint para encontrar rápidamente otro camino, porque no tiene su fisiología preparada. No le queda energía. Una empresa con estrategia y estructura de fondista no está preparada para carreras de velocidad, y al intentar lanzar un nuevo modelo de negocio, un nuevo producto o una nueva tecnología será la más lenta del mercado de sprinters. La empresa fondista pierde completamente la capacidad de innovar.
Y, recordemos, el camino del futuro no será un plácido camino campestre preparado para un trote relajado, como había sido el del pasado. No podemos correr mirando el retrovisor. La competición del siglo XXI se parece más a una secuencia de sprints en todas direcciones que a una maratón. Y, si empezamos a aligerar peso y costes, mirando el horizonte y pensando que será de larga distancia, lo más probable es que los sprinters internos que tengamos en la organización opten por irse. El talento huye de las organizaciones escuálidas. Prepare a su empresa para constantes y ultrarápidos sprints, no para una larga carrera de fondo.
Mire su empresa... ¿Es una potente sprinter o es una esforzada y tenaz fondista?
¿Y su país?
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