Cuando veo a un grupo de chavales golpeando el suelo una y otra vez con sus ‘skates’, bicicletas BMX o patinetes deportivos, suelo quedarme mirando algunos segundos, si tengo tiempo minutos. Conozco mucha gente que cuando se cruzan con estas ‘pandillas’ refunfuñan, se quejan o maldicen en voz baja. Hay gente que los percibe como molestos, intrusivos o mal educados. Cierto que el respeto por la convivencia y el uso urbano de muchos de ellos sería revisable, pero hay un grado de ‘molesto’ en lo que hacen que representa la esencia de muchas posturas sociales y de reacciones a infinidad de contratos que no piensan firmar.
Sin embargo, tras cada salto, cada caída, cada nuevo intento hay una filosofía de la excelencia, de la mejora, del levantarse tras cada error. Un giro en el aire de la tabla, un golpe lateral a una pared con las ruedas o cualquier figura con nombre anglosajón que desconozco y que ellos tan bien pueden listar en una conversación, son centenares de horas de intentos fracasados y dolorosos. Todos amontonados en un éxito aparente. Son así. Es la generación de ‘las vidas infinitas’, del ‘game over’ programado. Crecen asumiendo que tras una derrota en la ‘play’ hay otra oportunidad empezando desde el principio. Tras cada logro, una búsqueda de una figura, de un salto o de un giro aun más complejo y difícil. Viven persiguiendo retos.
Son una metáfora de cuanto debería de dictar nuestra vida cotidiana. El aprendizaje y la excelencia surge de la pasión y la dedicación a pesar de los errores, los golpes y las críticas. Me apena cuando alguien dice que ‘es lo que puede ser’ y no ‘lo que quiere ser’.
Ayer tomé un café con un buen amigo que se marcha de Dublín definitivamente. Me confesó acerca de sus anhelos y de cuanto cree no haber logrado aquí. Me temo que no sabe cuanto se lleva realmente. Todos los sinsabores son en esencia parte del asunto. Le conté que, en mi caso hace mucho que renuncié a cosas que considero complementarias y que no me ayudan a perseguir mis retos o sueños. Ya no cuenta como le contaba a nuestros padres o abuelos eso de tener donde ‘terminar tu vida’. Menuda mierda de expresión. Sabemos que la seguridad dejó de existir en términos económicos. Le ha quedado claro a quienes se embarcaron en ruinosas aventuras inmobiliarias, a los que dedicaron altos porcentajes de sus sueldos en planes de pensiones o preferentes que se han difuminado sin más. Prever el futuro es importante, pero vivir el presente es lo principal.
Ser feliz no depende del tamaño de las ruedas de tu coche sino de ese paseo tranquilo por tu barrio de la mano de quien quieres y pensando que la jornada que termina, aun habiendo sido un desastre, sólo era el día anterior a uno que mañana será genial.
Le contaba a mi amigo que decidí hace mucho que mi trabajo sería global por que me gusta vivir sin fronteras, agotador porque disfruto con él como si fuera ocio, apasionante porque me permite conocer personas que saben mucho más que yo todos los días, enriquecedor porque a cada paso, a cada vuelo, a cada noche de hotel los minutos se convierten en un reto pendiente, vibrante porque cada nuevo proyecto que asumo es el primero, electrizante porque todo pasa a una velocidad digital e innovadora y brillante porque me ciega la luz que emite todo cuanto quiero hacer todavía. También le confesé que en un tiempo, no muy largo, levantaremos el pie del acelerador para descubrir otras cosas que a tanta velocidad te pierdes. Por eso es tan importante aprender de cuanto no sale como esperas.
Muchas veces las cosas no salen bien. Es obvio. Sólo en esas ocasiones debemos tener más claro que nunca cual es el siguiente paso. Como hacen los chicos del video y sus ‘BMX’, para llegar ahí, antes se ‘rascaron‘ brazos, piernas y cara. Por eso no hay otra que volver a intentarlo. No hay más.
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