Para Amanda, una apreciación.
Enumeraré los encantos de mi mujer, aunque sean innumerables.
PRIMERAMENTE, su sonrisa es como un rayo solar que atraviesa una nube en una pintura medieval.
SEGUNDAMENTE, se mueve como gatos y panteras –y también puede quedarse quieta–.
TERCERAMENTE, nadie podría ponerse de acuerdo sobre cuál es el color de sus ojos –pero yo lo recuerdo perfectamente cuando cierro los míos–.
CUARTAMENTE, se ríe de mis chistes, canta despreocupadamente por la vereda y da dinero a los músicos callejeros como un acto religioso.
QUINTAMENTE, coge como gatos salvajes durante las tormentas.
SEXTAMENTE, sus besos son suaves.
SÉPTIMAMENTE, la perseguiría, o caminaría a su lado, o frente a ella a donde quiera que vaya: estar con ella calma mi mente.
OCTAVAMENTE, sueño con ella y me reconforta.
NOVENAMENTE, no he conocido a nadie como ella –¡y he conocido a tanta gente!–. Nadie, de verdad.
FINALMENTE, ella grita cuando digo “tacho de basura” y durante las mañanas, al despertar, siempre tiene cara de sorprendida.
Firmado,
Neil Gaiman
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