La reflexión de hoy no es nueva, porque somos seres sociales desde el inicio de nuestro tiempo. Pero lo que si es nuevo es nuestra capacidad para tejer nuestra red y catalizar su crecimiento gracias al número de conexiones que podemos establecer en las redes sociales. Creo que si tuviera que construir de forma manual la red de personas con las que tengo interacción en estos momentos, tardaría toda una vida y aun así habría muchas personas que me aportan muchísimo valor a las que ni siquiera conocería.
En este momento estás a un click de distancia de seguir a personas con intereses similares a los tuyos y de conversar o establecer todo tipo de relaciones con ellas. Decíamos hace un tiempo que tu valor no te pertenece, sino que reside en tu malla, porque en ella vuelcas tu conocimiento y de ella recibes mucho a cambio.
En ese sentido, la red me recuerda a la cúpula de la serie ‘Under the dome’, pero no porque produzca aislamiento, sino porque en realidad es un ser vivo y reacciona a todo lo que en ella acontece. De este modo, todo lo que deposites en tu red y cómo fluyas por ella, se verá reflejado en aquello que después recibas. Pasamos del ‘somos lo que comemos’ al ‘somos lo que conectamos’ y así como tengamos configurada nuestra red, podremos extraer de ella el valor que necesitemos en sus diferentes formas: aprendizaje, conversación, conocimiento, conexión,…
Vivimos en un momento de gran facilidad a la hora de enlazar nuevos nodos y puede que dentro de un tiempo sea la propia red la que gestione esta tarea de forma independiente, porque nos conozca incluso mejor que nosotros mismos.
Nos movemos desde una sociabilidad catalizada por las redes, hacia una inducida y personalizada.
Lo curioso es que nadie nos ha enseñado a construir nuestra red ni a alimentarla y aún así lo hacemos. Será porque en el fondo somos animales sociales y lo único que ha cambiado es la herramienta de construcción.
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