"Ideas en la ducha", de Sebastián Campanario, es una investigación coral sobre creatividad, con testimonios de expertos en las áreas más diversas, de la economía a la física, pasando por la música y las neurociencias.
POR RAQUEL GARZÓN
"¿Qué haremos hoy, Ferb? ¿Un submarino o un proyector de rayos miniaturizantes?”, le pregunta Phineas a su hermano durante el desayuno en un episodio de Phineas y Ferb, uno de los programas de dibujos animados más estimulantes de la nueva era Disney. Nada les parece descabellado o imposible; todo puede intentarse en el patio de casa.
Ese mismo espíritu emprendedor, eje del siglo que nos toca, protagoniza Ideas en la ducha(Sudamericana), de Sebastián Campanario: una investigación coral sobre creatividad, con testimonios de expertos en las áreas más diversas, de la economía a la física, pasando por la música y las neurociencias, inspirada en sus columnas periodísticas de La Nación.
Mientras releva técnicas para potenciar la aparición de ideas (rituales de inspiración como trabajar usando la banda sonora de Coffitivity, un app que replica a 70 decibeles el ambiente de un café con sus diálogos entreverados, sus expresos y espumadoras de leche), Campanario defenestra algunos mitos y pone en perspectiva datos que permiten resetearnos. Confirmado por distintos estudios hoy sabemos, por ejemplo, que nada liga de modo excluyente la creatividad con la juventud; lo esencial es superar la “fijación funcional”. “Nuestro cerebro está acostumbrado a pensar poco y en lo mismo de siempre para ahorrar energía. Para generar nuevas ideas hay que estimularlo a pensar más y de manera distinta”, sintetiza el autor. Cambiar el foco ayuda. Promover el “intercambio de ocurrencias”, “poner en valor” los errores que redirigen proyectos y estar abiertos a los desvíos que plantea el azar también pagan bien.
Otro prejuicio que el libro demuele es el de las epifanías y el éxito fácil. Aunque la “gran idea” pueda llegar cuando estamos relajados (tomando una ducha, por ejemplo, de allí su título), requiere una búsqueda previa y obsesiva: a talento semejante, la diferencia entre bueno y excelente, afirman los gurúes, son “10 mil horas de práctica”.
Divertido y muy documentado, el libro desestima los extremos que encarnan tanto los “vendedores de humo” (¡conocemos!) como los “ life hackers ”, que saltan maniáticamente de una innovación a la siguiente. La optimista metáfora final –un bote de motor que encara la ola del tsunami antes de que crezca y se vuelva mortal– se hermana con una entrevista sobre literatura en la cual César Aira me confió que, como razón vital, prefiere siempre lo nuevo a lo bueno. “Buscamos –graficó– algo que aún no tiene nombre.”
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