Revista VIVA
Innumerables veces, como padres,nos pusimos enfrente de nuestros bebés para hacerles gracias, jugarles y hablar. Y, mientras tanto, nos preguntábamos en qué estarían pensando al vernos a nosotros, al percibir el hogar y el paisaje que los rodea, el mundo que les ha tocado. Muchos investigadores llegaron a la conclusión de que el cerebro de los bebés funciona como el de un gran científico.
Los seres humanos recién nacidos son dependientes de sus padres durante mucho más tiempo que cualquier otro “cachorro” en el reino animal. ¿Por qué? Justamente, aunque parezca contradictorio, por las aptitudes más desarrolladas y complejas de nuestra especie con respecto a las otras: la sorprendente capacidad de aprendizaje. A diferencia de los animales que cuando nacen ya dominan toda una serie de funciones que son específicas de su especie, los humanos tenemos una alta variabilidad de las cosas que podemos aprender a lo largo de nuestra vida. Es así que, durante los primeros años, cuando todo está por aprender, es necesario que la energía esté concentrada en descubrir cómo funciona el mundo que nos rodea. Y para ello se necesita que todas las necesidades básicas estén satisfechas. Sólo así alcanzará el tiempo para ser los grandes científicos de la humanidad mientras los bebés se arrastran en cuatro patas: exploran el mundo buscando sus sistemas y regularidades, ponen a prueba hipótesis sobre cómo actúan las personas de acuerdo a cómo actuamos nosotros mismos, entre tantos otros desafíos.
A la vez, los bebés son “verdaderos genios” en adquirir nuevos lenguajes, ya que antes del primer año de vida pueden discriminar diferentes sonidos de cualquier idioma (cosa que los adultos no podemos hacer). Esta habilidad disminuye dramáticamente luego de ese primer año de vida. Varios grupos de investigadores han encontrado que durante los primeros seis meses los niños son extremadamente buenos para discriminar un amplio rango de contrastes fonéticos, incluyendo los sonidos del habla no natales. Tales hallazgos han sugerido que las categorías manifestadas en la discriminación del habla infantil son precursoras de las categorías que serán completamente establecidas más tarde y que los niños pierden gradualmente su habilidad inicial para discriminar los sonidos del habla no natales. Acústicamente, es probable que el cuerpo de las mamás actúe como un filtro al dejar pasar bajas frecuencias y atenuar altas frecuencias.
La gran velocidad en el desarrollo del lenguaje que se observa hacia los dos años de edad se ha relacionado con cambios en la estructura de las neuronas con aumento en el proceso de conectividad y mielinización en el cerebro en general, permitiendo a esta edad una conducción nerviosa más rápida y eficiente. El recién nacido cuenta con apenas unas pocas conexiones neuronales que con el tiempo se hacen no sólo más numerosas sino que forman circuitos mucho más complejos.
Ese proceso de aprendizaje “enérgico” requiere la optimización de otro elemento fundamental en este proceso: la memoria (y el olvido). Se sabe que las memorias muy tempranas de los niños pequeños son frágiles y vulnerables, y pueden borrarse fácilmente. De hecho, es extraordinario que recordemos algo de nuestra infancia más allá de los cuatro años aproximadamente.
Podemos comprobar así que el aprendizaje para los bebés es un proceso tan sofisticado como aquel que llevan adelante grandes y laureados científicos, cuyas investigaciones están centradas en lograr conocer y entender algo específico del universo. Aunque, pensándolo bien, el de los bebés es infinitamente mayor: ellos quieren conocer y entender de una vez todo el universo.
Los seres humanos recién nacidos son dependientes de sus padres durante mucho más tiempo que cualquier otro “cachorro” en el reino animal. ¿Por qué? Justamente, aunque parezca contradictorio, por las aptitudes más desarrolladas y complejas de nuestra especie con respecto a las otras: la sorprendente capacidad de aprendizaje. A diferencia de los animales que cuando nacen ya dominan toda una serie de funciones que son específicas de su especie, los humanos tenemos una alta variabilidad de las cosas que podemos aprender a lo largo de nuestra vida. Es así que, durante los primeros años, cuando todo está por aprender, es necesario que la energía esté concentrada en descubrir cómo funciona el mundo que nos rodea. Y para ello se necesita que todas las necesidades básicas estén satisfechas. Sólo así alcanzará el tiempo para ser los grandes científicos de la humanidad mientras los bebés se arrastran en cuatro patas: exploran el mundo buscando sus sistemas y regularidades, ponen a prueba hipótesis sobre cómo actúan las personas de acuerdo a cómo actuamos nosotros mismos, entre tantos otros desafíos.
A la vez, los bebés son “verdaderos genios” en adquirir nuevos lenguajes, ya que antes del primer año de vida pueden discriminar diferentes sonidos de cualquier idioma (cosa que los adultos no podemos hacer). Esta habilidad disminuye dramáticamente luego de ese primer año de vida. Varios grupos de investigadores han encontrado que durante los primeros seis meses los niños son extremadamente buenos para discriminar un amplio rango de contrastes fonéticos, incluyendo los sonidos del habla no natales. Tales hallazgos han sugerido que las categorías manifestadas en la discriminación del habla infantil son precursoras de las categorías que serán completamente establecidas más tarde y que los niños pierden gradualmente su habilidad inicial para discriminar los sonidos del habla no natales. Acústicamente, es probable que el cuerpo de las mamás actúe como un filtro al dejar pasar bajas frecuencias y atenuar altas frecuencias.
La gran velocidad en el desarrollo del lenguaje que se observa hacia los dos años de edad se ha relacionado con cambios en la estructura de las neuronas con aumento en el proceso de conectividad y mielinización en el cerebro en general, permitiendo a esta edad una conducción nerviosa más rápida y eficiente. El recién nacido cuenta con apenas unas pocas conexiones neuronales que con el tiempo se hacen no sólo más numerosas sino que forman circuitos mucho más complejos.
Ese proceso de aprendizaje “enérgico” requiere la optimización de otro elemento fundamental en este proceso: la memoria (y el olvido). Se sabe que las memorias muy tempranas de los niños pequeños son frágiles y vulnerables, y pueden borrarse fácilmente. De hecho, es extraordinario que recordemos algo de nuestra infancia más allá de los cuatro años aproximadamente.
Podemos comprobar así que el aprendizaje para los bebés es un proceso tan sofisticado como aquel que llevan adelante grandes y laureados científicos, cuyas investigaciones están centradas en lograr conocer y entender algo específico del universo. Aunque, pensándolo bien, el de los bebés es infinitamente mayor: ellos quieren conocer y entender de una vez todo el universo.
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