POR PEDRO TORRIJOS ( @PEDRO_TORRIJOS )
«Si quieres que tus hijos sean inteligentes, léeles cuentos de hadas.
Si quieres que sean más inteligentes, léeles más cuentos de hadas.»
Albert Einstein
L
os niños son niños, no son gilipollas. El problema es que, durante muchos años, la cultura ha considerado –y en muchos casos, sigue considerando- a los niños como seres incapaces de comprenderla. Como pequeños animalillos que requieren amor y cariño, pero cuya comprensión de la realidad debe estar vetada o edulcorada o directamente cambiada. Como mascotas inocentes sin inquietudes más allá de las puramente primarias y sin capacidad de raciocinio ni entendimiento de ningún tipo. En definitiva, como eso: como gilipollas.
Fíjate cómo la mayoría de los productos culturales infantiles acaban teniendo un estatus menor. Los juguetes infantiles suelen ser un compendio de estupidez y prejuicios; la literatura infantil nunca competirá por el Premio Nobel; la música infantil no deja de ser un ejercicio de vaguería compositiva; y el cine infantil, salvo excepciones, parece guionizado por un sociópata de 50 años desconectado de la realidad que habla a otros sociópatas de 50 años desconectados de la realidad. Y todo ello realizado con una pereza y una falta de respeto hacia su público natural que asusta. Y que, por otro lado, explica perfectamente por qué los adultos acabamos siendo, sí, lo has adivinado: gilipollas.
Por suerte, existen esas excepciones. Alicia a través del espejo, El mago de Oz, El Principito o casi toda la obra deRoald Dahl son hitos globales pese su inequívoco posicionamiento infantil. Lo mismo podríamos decir de La bola de cristal, el programa de Lolo Rico, que es un estandarte generacional porque no solo educaba a los niños en valores universales, sino que –Alaska, Kiko Veneno, Santiago Auserón o Pablo Carbonell y Pedro Reyes mediante– les acercó a la música y la cultura de la vanguardia contemporánea de los 80.
El mundo del cine infantil está lleno de basuras infectas, pero también ha creado maravillas como Wall-E o UP, e incluso Babe, el cerdito valiente, prodigiosa fábula atemporal que estuvo nominada al Óscar de Hollywood en 1996. Hasta la industria del juguete tiene más de un ejemplo que se separa del habitual nicho de muñecas y coches de carreras en miniatura. Quizá el más evidente sea el de los juegos de construcción, que desde siempre han apelado a la igualdad, a la libertad y a la imaginación como motivo esencial de su propuesta, como vemos en estas instrucciones de LEGO, fechadas ni más ni menos que en 1974.
«La necesidad de crear es igual de fuerte en todos los niños. Chicos y chicas. Lo que cuenta es la imaginación, no la habilidad. Construyes lo que sea que se te venga a la cabeza, de la manera que quieres. Una cama o un camión. Una casa de muñecas o una nave espacial. A muchos niños les gustan las casas de muñecas. Son más humanas que las naves espaciales. Muchas niñas prefieren las naves espaciales. Son más excitantes que las casas de muñecas. Lo más importante es poner el material adecuado en sus manos y dejarles crear lo que verdaderamente les apetezca».
Seguro que has jugado más de una vez con bloques de LEGO o Tente. Seguro que sigues viendo Hora de aventuras y lloras con UP. Seguro que te sabes la música de esta letra: «¿Qué tiene está bola que a todo el mundo le mola?». Y seguro que lo haces ahora, bastante tiempo después de que te dejasen de llamar niña o niño. Porque se suele decir que todas estas excepciones culturales son aptas para todos las edades; que apelan tanto al público infantil como al adulto. Pero en realidad deberían decir que tratan a los niños como personas inteligentes y, por tanto, consiguen que todos –todos- empaticemos tanto con el producto como con el usuario. Con el juguete y con el niño.
¿Pero qué sucede cuando no queremos enseñarle a los niños la realidad social, sino la realidad física? ¿Qué pasa cuando queremos que aprendan a leer el mundo?
Guías de viaje para niños
Las guías de viaje son uno de los generadores de ilusión más poderosos del mundo contemporáneo. Nos preparan para conocer lo que visitaremos y, a veces, nos enseñan lugares a donde nunca iremos. La prueba son las innumerables webs y blogs de viajes. Porque, aunque no podamos llegar allí con el cuerpo, siempre podemos ver el mundo subidos en los ojos de otra persona, llegando incluso más lejos que donde nos llevaría un billete de avión. Así, las guías de viaje se convierten en un juego. Un juego de la mente y de la ilusión. Nos movemos por la guía como fichas en un tablero lejano pero compartido.
Eso es precisamente lo que propone ZigZag: un juego. Cada guía es una cajita con un mapa, treinta cartas informativas y un par de tarjetones para anotar, escribir y dibujar. Creadas por la americana Alana Zawojski Ippolitoe ilustradas por la propia Zawojsky y por Jayde Cardinalli–cuyos dibujos te sonarán mucho, porque pueblan varios de los stickers de Facebook-, el lema de las guías ZigZag es «Para una aventura de verdad, deja que los niños abran camino». Es una apuesta casi inversa a las guías infantiles habituales, que suelen ser guías para adultos escritas como si el lector fuese tonto y donde solo enseñan supuestos lugares para niños.
Las ZigZag creen en el futuro. Quizá por eso toman al niño como protagonista, quieren que él sea el que mande en la exploración. Quieren que juegue sobre el terreno y sobre el mapa. Incluso el propio mapa se pliega como un juego.
El proyecto nació en 2011 a través de un kickstarter, pero ahora ya son cuatro las guías que tienen a la venta: Roma, San Francisco, París y Nueva York; aunque Londres y Venecia están en camino. «También nos gustaría hacer guías de países enteros» comenta Zawojski. «A lo mejor en el futuro», añade.
Mapas para niños
Como hemos dicho en alguna otra ocasión, los mapas no dejan de ser la versión más sintética y más abstracta de una guía de viaje. El tablero donde movemos las fichas imaginadas que somos nosotros mismos. Por eso, cuando esas fichas son niños, el tablero debe estar adaptado para ellos. Esto no significa que el mapa sea simple, plano o tonto, sino que el mapa proporcione información adecuada para ellos, que puede ser una información perfectamente adecuada para todos.
En awesome maps han creado un mapa infantil muy peculiar. Solo es una leve silueta del mundo con los continentes, los mares, las montañas y los desiertos más importantes. A priori parece un mapa muy soso, pero es la colección de cartas y pegatinas la que convierte al mapa en un juego. Uno sobre el que pegar lo que vamos explorando y conociendo del mundo. Aunque no hayamos ido allí.
Dicen en awesome maps que su mapa infantil tiene bastante información, pero no demasiada como para abrumar al niño. El ilustrador Michael Tompsett opina que, si vamos a dar mucha información, démosla de la forma más divertida posible. Esa es la base de su Animal Map of the World, donde la silueta de cada país y cada continente está formada por los animales y las plantas que los pueblan (y también de algún que otro edificio significativo).
Con todo, quizá los mapas infantiles más interesantes los publica Maps International. A primera vista, tan solo son mapas políticos convencionales con un tipo de letra menos serio de lo habitual. Tienen sus países coloreados con sus fronteras, sus cordilleras y sus nombres. Sin embargo, la decisión de planteamiento es tan sencilla como potente: los mapas no son eurocéntricos.
En efecto, uno de sus mapas coloca el centro del dibujo en el Océano Pacífico. Si la visión del mundo que tiene un niño es distinta de la convencional, ofrezcámosle un mundo distinto al convencional. Y si un niño quiere poner el mundo cabeza abajo, enseñémosle a leer el mundo cabeza abajo.
Parece raro, pero no lo es. Al fin y al cabo, ¿por qué el Norte es arriba? ¿No es eso un consenso? El Norte es una dirección en el terreno, no una dirección en el mapa. De hecho, ¿no es la deformadísima proyección Mercatortambién un consenso? ¿No lo son todas?
Dejemos que los niños escapen a las convenciones el mayor tiempo posible, porque ese escape les ayudará a pensar con libertad y creatividad en el futuro. Dejemos que exploren todas las posibilidades del mundo. Que no se limiten por las reglas. Porque, en realidad, eso es lo que hacen en cuanto pueden: coger a la Barbie, disfrazarla de troglodita, subirla encima de un coche de HotWheels que ya no corre entre raíles y ponerla a pelear contra un unicornio de peluche.
Como dice el científico y escritor Seymour Simon: «Estoy más interesado en estimular el entusiasmo de los niños, que en enseñarles los hechos. Los hechos pueden cambiar, pero el entusiasmo por explorar el mundo permanecerá con ellos para siempre».
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