En 1939, en Baden-Württemberg (Sur de Alemania), emergieron fragmentos de una extraordinaria figura humana esculpida en hueso de mamut del subsuelo de una oscura gruta de las montañas del Jura (la cueva de Städel). La figura, que representaba un hombre o una mujer, tenía cabeza de león. El inmediato estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que la obra de arte, el Hombre de Städel, fuera olvidada durante treinta años en el cajón de un museo. Una vez recuperada, se tardaron dos décadas más en restaurar la estatua. En 2009, los arqueólogos localizaron el lugar exacto donde emergieron los primeros fragmentos, y fueron capaces de recuperar algunas otras piezas. Mientras, las dataciones mediante Carbono-14 dieron un sorprendente resultado: la figura tenía 40.000 años. La pieza había sido esculpida por un remoto antepasado, un homo sapiens de la Edad del Hielo, al inicio del Paleolítico Superior. Un hombre que vivió en la Europa de los leones de las cavernas nos dejaba su legado. Es la figura zoomorfa esculpida más antigua conocida, y la primera muestra documentada de arte figurativo en el mundo. Pese a la fascinación que genera, y a los esfuerzos científicos para interpretar su significado, jamás sabremos exactamente qué pensaba aquél hombre, que anatómicamente era exacto a nosotros, en el momento de crearla.
Mucho antes de esculpir el Hombre de Städel, hace 100.000 años, el homo sapiens ya había llegado a Europa, donde había encontrado unos primos lejanos, los neandertales. Dos especies diferentes de hombre convivieron en el continente, el sapiens y el neandertal, durante milenios. La primera, anatómicamente más débil, acabó prevaleciendo. Y es que algo sorprendente ocurrió en el lapso que va desde los 70.000 años atrás hasta la creación del Hombre de Städel. El homo sapiens empezó a hacer cosas extraordinarias: fabricó canoas, lámparas de grasa, arcos y flechas, y agujas para coser pieles mediante tendones animales, entre otras cosas. Las primeras tecnologías humanas, las que permitieron que el sapiens conquistara el continente europeo, abocando a los neandertales a la extinción. Según el profesor Yuval Noah Harari, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, autor del best-seller“Sapiens: Una Breve Historia de la Humanidad”, en esa época, el sapiens sufrió algún tipo de mutación en los mecanismos que interconectaban sus neuronas cerebrales para permitirle algo sin precedentes: imaginarse cosas inexistentes. Crear, en definitiva. Y ello dio lugar a una explosión de nuevos conceptos, que se convirtieron en expresiones artísticas o en innovaciones tecnológicas. Es lo que Harari bautizó como Revolución Cognitiva. La primera gran revolución humana, previa y menos conocida que la Revolución Agrícola, la Revolución Industrial o la Revolución del Silicio.
El hombre-león de Städel, la proyección de una imagen irreal en la realidad, es la primera muestra conocida de la capacidad creativa de nuestra especie. El homo sapiens podía pensar en cosas que no existen en la realidad. Una capacidad creativa que hace posible el arte, en todas sus expresiones. También hace posible la tecnología, con las ventajas competitivas que ésta comporta (en una empresa del siglo XXI, o en la Europa de los leones de las cavernas). Y algo quizá todavía más importante: la capacidad creativa nos permite imaginarnos instituciones inexistentes. La ficción permite idear creencias colectivas. Por ejemplo, mitos, normas, leyes, o principios. Podemos imaginar un dios inexistente, pintarlo en una pared, y extender hábitos de comportamiento que lo satisfagan (desde conductas éticas a sacrificios humanos). Mediante creencias colectivas, miles de individuos pueden alinear comportamientos y empezar a cooperar en proyectos comunes. ¿No fueron las pirámides de Egipto una ingente empresa impulsada por una serie de creencias –en dioses, en reyes- que sustentaban las primeras relaciones de poder? ¿No son el dinero, las empresas o los estados conceptos inexistentes que permiten cooperar a los individuos mediante pautas comunes? Objetos imaginarios como dictaduras o constituciones han cimentado sociedades, países, civilizaciones e imperios y han sido el verdadero eje vertebrador de la Historia. La creatividad nos ha socializado.
La creatividad, la capacidad de rastrear y combinar pensamientos en nuestra mente, de conectar grupos neuronales desconectados para alumbrar ideas increíbles (en ocasiones, aberrantes) permite llenar el mundo de nuevos conceptos imaginarios que han movilizado al hombre a través de los tiempos, propulsando su progreso. Sean esos conceptos espíritus en la Europa del Hielo, las cruzadas en la Edad Media, o Google en la Era del Silicio.
Muy bueno.
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