Hace pocos días recibí una consulta de este tipo por parte de un organismo oficial. Me preguntaban cuándo una innovación podía clasificarse como “disruptiva”. Según el Manual de Oslo, “la innovación radical o disruptiva es aquélla que tiene un impacto significativo en el mercado, y en la actividad económica de las empresas en dicho mercado. Este concepto se enfoca en el impacto en el mercado, más que en la novedad introducida. El impacto puede, por ejemplo, cambiar la estructura del mercado, crear nuevos mercados o hacer obsoletos los productos existentes (Christensen, 1997). Sin embargo, no es inmediato clasificar una innovación disruptiva hasta quizá mucho tiempo después de que ha sido introducida. Esto hace muy difícil recoger datos sobre innovación disruptiva mediante encuestas de investigación”.
Yo lo explico de otro modo. Para mí, la innovación es disruptiva si se cumplen dos condiciones:
- Significa la introducción de nuevas tecnologías o nuevas formas organizativas en el mercado.Una nueva forma organizativa o nuevo modelo de negocio, en el fondo es también una nueva tecnología, una tecnología organizativa, un nuevo conocimiento (organizativo) puesto en acción.
- Provoca la reconfiguración de ese mercado mediante la generación de nuevas bases y nuevos perfiles de consumidores. La disrupción genera una resegmentación del mercado preexistente, o la invención de nuevos espacios de mercado inexistentes previamente.
Las nuevas tecnologías o nuevas formas organizativas irrumpen en el mercado sin que previamente éste demande (y ni siquiera imagine), la nueva solución propuesta. El concepto disruptivo tiene que ver con la irrupción inesperada de esas novedades en el mercado, resultando en la generación de un nuevo paradigma tecnológico u organizativo con prestaciones muy superiores al preexistente.
El automóvil fue en su momento innovación disruptiva. Una nueva tecnología (el vehículo de combustión) irrumpe en el mercado, y genera un nuevo uso, una nueva demanda y una nueva base de consumidores. La nueva propuesta de valor es infinitamente superior en prestaciones a la de los carros de caballos. Pero no sólo el producto fue disruptivo, también lo fue el sistema de gestión (línea de proceso de Henry Ford), que significa la puesta en práctica de una nueva tecnología organizativa que permite abrir una nueva base de clientes (las clases medias norteamericanas) y generar nuevos segmentos de usuarios. El ordenador personal irrumpe en la economía de los años 80, y genera nuevos espacios de valor inesperados. Espacios de valor que son a su vez transformados y reconfigurados posteriormente por internet, y luego por los smartphones. Cada disrupción cambia la segmentación estratégica de los mercados previos. Pero también fue disruptiva MsDonalds, con nuevas propuestas de valor radicales, nueva tecnología organizativa (nuevo modelo de negocio: “no vamos a la mesa a servir al cliente, es el cliente el que viene a la cadena productiva”) capaz de crear bases de consumidores inéditas (experiencia de usuario fast-food) y rompe el paradigma clásico del sector restauración. Ikea hace lo propio en el sector del mobiliario. Tous en el sector de la joyería, Google en la búsqueda de datos por internet, o Facebook en el modo de entender las relaciones sociales.
La innovación disruptiva, pues, tiene lugar cuando nuevas tecnologías transforman la segmentación de los mercados y ofrecen propuestas de valor y nuevos paradigmas de uso netamente superiores a los anteriores.
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