A todos nos ha ocurrido alguna vez que nos hemos reído mucho más con películas cómicas que hemos visto en el cine, rodeado de otras cientos de personas que se reían al unísono, que al ver la misma película solos en casa. También ocurre que hemos visto una película solos y luego la volvemos a ver en compañía y nos reímos más.
Esta diferencia no estriba tanto en que ya hayamos visto la película y conozcamos sus giros y gracietas, sino más bien que las películas producen más risa si estamos rodeados de personas que también se ríen. Por eso las risas enlatadas se han usado durante tantos años en las sitcoms televisivas.
En un experimento de Willibald Ruch quiso poner a prueba la naturaleza social del humor solicitando a 60 sujetos que se sentaran en una sala con una televisión, momento en el cual una investigadora les explicaba que verían segmentos de diez minutos de seis comedías divertidas, como El sentido de la vida, de Monty Python.
Los sujetos debían evaluar en solitario hasta qué punto esas películas les hacían gracia. Mientras lo hacían estaban siendo grabados en vídeo. Pero en la tercera película entraba de nuevo la investigadora, se sentaba detrás del sujeto para leer un libro o unos informes, sin hacer ningún comentario sobre la película.
En otros casos, sin embargo, la investigadora se sentaba y comentaba que las tres películas siguientes eran sus favoritas, y se reía ostensiblemente en varios momentos mientras se emitían. Para que el sujeto no advirtiera la trampa, las risas debían ser naturales: ni demasiado prolongadas ni demasiado estridentes.
Los resultados son comentados así por Scott Weems en su libro Ja, sobre la ciencia del humor:
Los sujetos que vieron la película acompañados de la “investigadora humorística” se rieron más intensamente y más a menudo que aquellos visitados por la investigadora silenciosa… casi el doble. Además, para ellos los tres últimos segmentos de películas fueron más graciosos que para los sujetos de control, lo que indica que la influencia de la investigadora influenciaba no solo su comportamiento, sino también sus percepciones. Era como si la presencia de la “investigadora humorística” hubiera provocado que los sujetos parecieran más el humor.
No solo nos reímos más cuando estamos rodeados de personas que ríen, sino que nos reímos más todavía si esas personas son nuestros amigos o no son completos desconocidos. Eso no significa que nos podamos reír de cosas sin gracia, sino que nos reímos más de las que ya tienen gracia.
En resumen, la risa no es contagiosa como la gripe. Si lo fuera, nunca cuestionaríamos por qué los demás se ríe, simplemente nos sumaríamos a ellos. Pero el humor es social de la misma manera que nuestros amigos íntimos son sociales. Cuando exploramos juntos las semejanzas compartidas, se forman vínculos estrechos. En cambio, cuando la carcajada es artificial, el resultado es tan satisfactorio como llevar a tu hermana al baile de fin de curso. Simplemente no es lo mismo.