Desde mediados de los 90, las escuelas de negocio y las agencias de promoción económica de todo el mundo (y especialmente en Europa, donde hace 20 años empezó a perderse la carrera global de la innovación) han hecho un gran esfuerzo por diseñar e implantar modelos de gestión de la innovación en empresas (sobre todo, en PYMEs). A partir de los estándares de la OCDE (manuales de Oslo y de Frascati), miles de consultores han utilizado modelos de gestión que hunden sus raíces en el mundo del TQM (Total Quality Management) de los 70 y 80. Si la calidad, como proceso empresarial, podía sistematizarse, ¿por qué no la innovación? En diferentes países, versiones renovadas de dichos modelos fueron asumidas por organizaciones empresariales, agencias públicas, y multitud de consultores. Un ejemplo han sido las normas UNE 166.000, que determinan al detalle cómo diseñar un proceso sistemático de innovación y cómo gestionar sus proyectos derivados en la empresa. En algunos casos, el círculo se cerraba con entidades de acreditación que auditaban y certificaban el proceso, y lobbies empresariales e institucionales que intentaban vincular automáticamente la concesión de incentivos fiscales o ayudas públicas a la existencia de dichas certificaciones. Todo inspirado en las lógicas ISO provenientes del mundo de la Calidad Total.
Sin embargo, esta lógica no ha funcionado. Yo mismo, durante el periodo 2001-2010, participé en cientos de proyectos de incorporación de sistemáticas de innovación inspiradas en dichos modelos. Incontables reuniones con equipos directivos, en los escenarios del día a día y pensando en el campo de juego del negocio actual, con equipos similares a los de Calidad Total. Estaba equivocado. La cultura, los sistemas, los procesos y los perfiles de la innovación son antagónicos a los de la calidad. Si la lógica de la calidad es una lógica de especialización funcional, estandarización de procesos y tendencia al error cero; la de la innovación se basa en multidisciplinariedad, experimentación y tolerancia al fallo. Si la calidad conduce a la microgestión y al perfeccionamiento de cada detalle, la innovación nos lleva a la visión estratégica y a la creatividad. Si la calidad requiere excelentes gestores, la innovación requiere excelentes líderes. Si la calidad opera en el core business, la innovación lo hace fuera de la frontera del conocimiento actual (de negocio, de mercado y de tecnología). Son conceptos netamente ortogonales.
Intentar reproducir dinámicas de calidad para impulsar procesos de innovación nos lleva a un final de trayecto predeterminado: el simple incrementalismo. El tipo de innovación que generaremos desde elcore business, con los actores del propio core business, no pasa de ser innovación incremental. En mi opinión, no es innovación, es simple mejora. Intentar innovar con la mente puesta en el negocio clásico, con la cultura e instrumentos del núcleo del mismo, en los entornos físicos del día a día, y con los protagonistas del presente nos lleva a un tipo de innovación exenta de incertidumbre, que dentro de poco dejaremos de calificar como tal. Será clasificada sólo como mejora continua. Este enfoque no nos permite escapar a la fuerza gravitatoria del núcleo de negocio clásico, ni vencer la inercia de la organización actual.
En los últimos años, han aparecido metodologías que nos permiten avanzar en la exploración de nuevas oportunidades de una forma experimental, mucho más adaptadas a la innovación radical (que, dentro de poco, caracterizaremos sólo como “innovación”: la verdadera innovación). Estrategia basada en Capacidades Dinámicas, Open Innovation, Lean Start-Up, Design Thinking, Blue Ocean... Instrumentos que nos permiten inventar el futuro, no mejorar el presente. Al fin y al cabo, la verdadera riqueza proviene de la innovación, de la generación de nuevo valor, no de la optimización del valor preexistente. Intentar innovar mediante instrumentos y equipos incrementalistas versus metodologías de innovación radical es como afrontar un conflicto bélico con lentos y pesados ejércitos napoleónicos, versus fuerzas de operaciones especiales, mucho más orientadas a la iniciativa, a la improvisación y a la exploración de territorio desconocido.
Y, señor empresario, usted que opera en el core business, que conoce su negocio a la perfección y se siente emocionalmente vinculado al mismo, que está atrapado por las fuerzas anti-cambio de sus empleados, directivos, inversores, proveedores y clientes, no intente innovar. No lo va a conseguir. Céntrese en lo que sabe hacer: la mejora del core business hasta la extenuación. Exprima la vaca lechera (la cash-cow , en terminología del Boston Consulting Group) mientras la mantenga viva. Pero no desprecie la necesidad estratégica de innovar: actúe como un operador de capital riesgo corporativo. Deje que otros (especialistas, emprendedores, diseñadores, centros de investigación, centros tecnológicos, universidades...) lo hagan por usted. Quizá sus verdaderas oportunidades no están en su sector, ni los clientes del futuro se parecerán en nada a los actuales. Por eso sus fuerzas de choque de la innovación no pueden ser su equipo directivo actual. En el mundo de la Innovación Abierta, es ineficiente intentar crear un equipo de Fuerzas Especiales a partir de una organización de fusileros de Waterloo. Búsquelo fuera, subcontrate la innovación, pero no se olvide de ella. Especialmente porque hoy el tiempo de vida de una vaca lechera es inferior al de una mosca del vinagre.
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