Google ha anunciado recientemente que cambia su nombre a “Alphabet”. ¿Cuál es la razón de este sorprendente cambio? Seguramente la razón es que Google (o mejor dicho, sus accionistas) desean preservar la identidad estratégica de la empresa. Wall Street sabe que la marca Google (una de las más valiosas del mundo: 107.000 millones de dólares en 2014, según Interbrand) está asociada altratamiento eficiente de datos. El mercado financiero no entendería que Google, por ejemplo, desarrollara una nueva línea de negocio en venta de ropa deportiva, fabricación de nuevos materiales, o productos químicos para la limpieza. Seguramente tampoco al desarrollo de automóviles (sector en el que Google ha hecho algún intento, con sus famosos avances en vehículos autodirigidos). Los analistas de Wall Street, como cualquier inversor, tienen aversión a la innovación. Prefieren que Google se concentre en su núcleo de actividades clásicas, y en las tecnologías y modelos de negocio que la han convertido en un fenómeno internacional. En el fondo, el mercado financiero quiere encorsetar la innovación de Google, que hoy es ya una empresa madura pese a su indudable ímpetu innovador. Los accionistas no quieren verse perjudicados por las nuevas ideas disruptivas de la empresa (que pueden fracasar). También sus usuarios y clientes implícitamente perciben que las verdaderas capacidades diferenciales de Google se centran en el tratamiento eficiente de grandes bases de datos. Ese es su núcleo de valor estratégico actual.
El hipersensible mercado financiero, pues, penalizaría intentos de desarrollo de nuevos negocios en otros ámbitos, y sus clientes actuales no acabarían de apreciar el valor de las innovaciones (pues, en otros negocios, Google precisaría posiblemente otros clientes). Aunque Google, con la tecnología de bases de datos masivas de que dispone, y su ambición innovadora puede entrar en multiplicidad de otros sectores y negocios. No sólo a través de desarrollos de I+D internos. Google ha protagonizado épicas adquisiciones y operaciones corporativas para extenderse a otros sectores, como la compra de Youtube (1.650 millones de dólares, 2006), la de Motorola Móviles (12.500 millones de dólares en 2011) o la de Nest (empresa de sensores para el hogar, 2.300 millones de dólares, 2014), poniendo un pie en el sector audiovisual, de hardware móvil, o de domótica, respectivamente.
Google posee ya un core business maduro alrededor de los motores de búsqueda y de la publicidad asociada (de hecho, hoy Google es la mayor agencia publicitaria del mundo). El mercado de capitales (como cualquier propietario de una empresa madura) no permite que la organización (y mucho menos, la marca) escape a la fuerza gravitatoria de ese core business. Premiará los esfuerzos y resultados de I+D en él, y penalizará las inversiones exploratorias en la periferia. Por ello, Sergei Brinn y Larry Page, sus fundadores, necesitan una nueva marca para ubicar las spin-offs surgidas de Google. Una marca que no sufra la presión de Wall Street. La creación de Alphabet como “marca paraguas” pretende conservar la identidad estratégica de Google, enfocando la organización en su núcleo estratégico de operaciones, con el que el mercado se ha familiarizado, y generando una marca corporativa superior que permita entrar en nuevos negocios mediante la creación de nuevas aventuras. Será Alphabet, no Google, quien impulse los nuevos negocios de la corporación en otros sectores.
Al fin y al cabo, la empresa del futuro no será más que un core business consolidado (que conserve la identidad estratégica de la marca original) anexado a un motor de crecimiento que bombee continuas spin-offs organizativas. De eso va el corporate entrepereneurship, nueva frontera de la innovación. Alphabet será la nueva marca que ubique ambas cosas en el universo Google.
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