Hace unas semanas publiqué un post sobre el libro del McKinsey Global Institute “No Ordinary Disruption”. En él, comentaba que, según McKinsey, cuatro grandes fuerzas globales están convergiendo y retroalimentándose, generando una ola de cambio jamás vista antes: la emergencia de mega-ciudades, el envejecimiento masivo de la población, la hiperconectividad, y el acelerado cambio tecnológico. ¿Qué efectos van a producir esas fuerzas en el mundo? Como mínimo, los siguientes:
Brutal incremento de la base de consumidores. Hasta el siglo XX, menos del 1% de la población mundial disponía de recursos suficientes para garantizar sus necesidades básicas. Ni mucho menos, para consumir productos de educación, lujo u ocio. En 1990, el 45% de la población mundial todavía vivía en la extrema pobreza, con ingresos medios inferiores a 1,25 $ por día. Hoy, el centro mundial del comercio electrónico se encuentra en China. A finales de 2014, el supermercado on-line chino Alibabá registró un estratosférico récord de ventas: 9.300 millones de dólares en un solo día. Jamás se había llegado antes a esta cifra de transacciones en ninguna parte del planeta. El mercado chino de comercio electrónico dobla al de Estados Unidos, y el 50% de las operaciones se realiza ya vía móvil. La rápida urbanización asiática convierte campesinos en ciudadanos globales a una velocidad vertiginosa: 180.000 personas diarias se incorporan a las grandes urbes, convirtiéndose instantáneamente en nuevos consumidores del mundo global, con sus primeras experiencias en trámites bancarios, agencias de seguros, cadenas de comida rápida o grandes producciones audiovisuales. 7.400 por hora. 125 por segundo. A este ritmo, 1.800 millones de nuevos consumidores se sumarán al sistema económico en los próximos diez años
Tracción sobre los recursos naturales. La Gran Depresión iniciada en 2008 devolvió más de 50 millones de personas a la pobreza en Europa Occidental. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la Cruz Roja tuvo que repartir alimentos en Londres, en 2010. Pese a la reducción progresiva del precio de los alimentos (cuyo coste es una centésima comparativa al de hace un siglo), el efecto combinado de la crisis financiera y la emergencia de nuevas potencias ha devuelto el hambre a Europa. La incorporación de China e India al mercado mundial, por otro lado, ejerce una gran presión al alza en los precios de las materias primas. Y los procesos de oferta de recursos se hallan profundamente interconectados: la necesidad de generar biodiesel vegetal para suplir la escasez de combustibles fósiles, por ejemplo, reduce el espacio disponible para cultivo de cereales, contribuyendo a incrementar la escasez de alimentos y el alza de sus precios.
Incremento del coste de capital. Sólo en India, para mantener el ritmo de urbanización actual, se precisarán construir 900 millones de metros cuadrados de espacios comerciales y residenciales, 400 Kms de metros y trenes anuales, y 2.500 millones de metros cuadrados de carreteras pavimentadas, lo que significará una inversión de 1.200 billones de dólares hasta 2030. La ley de la oferta y la demanda nos dice que esta necesidad ingente de capital disparará los tipos de interés en el mercado mundial de capitales, estrangulando la liquidez. Políticas económicas ortodoxas llevarían a una desaceleración del crecimiento, generando desempleo y malestar social. Políticas heterodoxas (reducción artificial de los tipos de interés, o inyección de capitales por parte de los bancos centrales para mantener los ritmos de crecimiento) llevarían a nuevas burbujas financieras e inmobiliarias. Parece que estamos condenados a mantener una suerte de equilibrio inestable entre un crecimiento desbocado, explosiones financieras y etapas de recesión posteriores.
Desacoplamiento del mercado de trabajo. Históricamente, tras cada recesión mundial, una vez el PIB recuperaba sus niveles previos, el empleo lo hacía con un retardo de entre 3 y 6 meses. Este patrón se repitió en las crisis de 1969, 1973 y 1981 en Estados Unidos. Pero no en 1991, cuando se tardó 15 meses en recuperar el empleo previo, una vez recuperado el nivel de PIB. En 2001, fueron 39 meses. En 2008, 43 meses. Parece que se cumple dramáticamente la teoría de Schumpeter de “olas de destrucción creativa”. Cada gran crisis significa un cambio en la base tecnológica de la economía (el carbón, la producción en masa, el petróleo, el PC, internet…) que destruye el anterior orden de las cosas, y genera un nuevo paradigma, superior y más productivo. Nuevas olas de start-ups emergen en cada ciclo de cambio, asumiendo el liderazgo de sus sectores, o inventando otros de nuevos. Pero dejan detrás masas de trabajadores desadaptados, mientras la economía sufre un dramático desacoplo: las nuevas tecnologías requieren perfiles inexistentes, mientras que la oferta laboral real sigue anclada en las habilidades y modelos del pasado. El desacoplamiento deja fuera de juego al sistema educativo: mientras 2/3 de las empresas americanas declaran que no son capaces de cubrir sus vacantes en áreas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics), las universidades americanas sólo ofrecen un 15% de programas de estas áreas.
Nuevo rol de las administraciones: A finales de los 90, Alemania era el gran enfermo de Europa. A los pocos años de la reunificación, el desempleo superaba el 10%, y la economía se desaceleraba peligrosamente. Entre 2003 y 2005, el canciller Schroeder lanzó un agresivo programa de reformas que afectaban el mercado laboral, las políticas de I+D y el sistema educativo. Los ajustes, impopulares, le hicieron perder las elecciones. Pero quince años después, Alemania es el gran motor innovador y exportador de Europa. Sin administraciones públicas ágiles, innovadoras, productivas y con capacidad de liderazgo, no será posible mantener el ritmo de cambio que exigen las nuevas condiciones de contorno globales, ni mantener el nivel de bienestar de sus ciudadanos.
Ante estos retos, es urgente activar políticas habilitadoras de la competencia internacional: eliminar la fragmentación de mercados, invertir en infraestructuras físicas y digitales, estimular la I+D empresarial, desarrollar regulaciones que fomenten la productividad y aceleren la introducción de nuevos productos y servicios, ajustar el mercado laboral para la atracción de talento, redefinir el sistema educativo de acuerdo con las nuevas necesidades, y flexibilizar el mercado de trabajo. No será fácil… Pero no tenemos opción.
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