En una de sus Analectas (Libro II, Capítulo XXIV) Confucio afirma “Saber qué está bien y no hacerlo implica falta de coraje”. Dicho a inversa podríamos afirmar entonces que hacer el bien es de valientes y, en lógica consecuencia, es en sí mismo un valor.
No seré yo quien se aventure por ”jardines” filosóficos de los que no sabría salir, pero en una mínima incursión más descubro que el Ren, idea fundamental del confucianismo, es la virtud, expresada en la benevolencia, la lealtad, el respeto y la reciprocidad. …Y éste es, Confucio premonitorio, el marco en el que precisamente nos moveremos para entender qué es la Ética Empresarial.
La función de toda organización productiva, en formato Empresa, es satisfacer las necesidades y deseos de las personas en tanto que consumidores. Ambos son los protagonistas de eso que llamamos “mercado” que, por cierto, no entiende de ética ni nada similar. En realidad el sujeto de la ética es siempre y solo la persona; por tanto, la responsabilidad que en este terreno tienen las empresas es con las personas que forman el mercado. Vista así, lejos de abstracciones, quizá sería más sencillo asumirla como parte de toda estrategia empresarial que se precie de ser completa, de forma equivalente a como las empresas entienden, por ejemplo, el reparto de beneficios que al final siempre tienen nombre y apellidos.
La ética es una cuestión de valores… y respuestas
Sí, valores, esos fundamentos que nos guían en la vida, sea la personal o la organizacional, y que son la constante referencia de nuestra actuación. En ello podemos hilar más o menos fino. Puede simplemente asumirse que un comportamiento ético consiste en no matar, no robar y no mentir, aunque solo con eso más de uno tendría ya quebraderos de cabeza; o puede desmenuzarse en trazos más finos hasta plasmarlo, por ejemplo, en un Código Ético Empresarial o Profesional.
En el caso de las Empresas, la definición de los valores-eje sobre los que actúa merece más de una pregunta. ¿Son sobre todo valores económicos? No sería criticable, primero porque es legítimo que quien invierte y se arriesga pretenda obtener rentabilidad y también porque los beneficios hacen viable uno de los fundamentos de cualquier empresa: la consolidación y la permanencia (“pelotazos” aparte, como es obvio).
A modo de bandera ética empresarial, podríamos usar también el mástil “social”. Se entiende así que la Empresa, ante todo, debe contemplar al trabajador como su principal foco de atención y volcar sobre él todo su buen hacer. ¡Ojalá, en algunos casos, esto alcanzara siquiera el grado de aspiración! Lo cierto es que el trabajo, para la mayoría, es no sólo soporte de supervivencia sino incluso asidero para conservar un cierto equilibrio mental. El trabajo da sentido a la vida de muchas personas, aunque sólo ocupe un tercio de su tiempo. Y es bueno que la empresa tenga al trabajador en su punto de mira ético.
Para terminar, entre otras posibles opciones, puede también entenderse que la empresa debería inyectarse en vena el valor de su responsabilidad en el desarrollo global de la sociedad, de su crecimiento y de su bienestar. Es cierto que así debe ser y más en un entorno globalizado. La tan manida (y a veces malentendida) Responsabilidad Social Corporativa (RSC o RSE) busca justificarse en dicho escenario.
En resumen, beneficio del capital, trabajador o sociedad parecen responder, respectivamente, a escenarios en los que la Empresa puede interpretar sus valores éticos de cabecera. Sin embargo, en mi opinión, a ello hay que añadir dos factores básicos para aproximarnos a una correcta comprensión de la ética empresarial.
La ética empresarial es acción y equilibrio
El primero es que los valores no deben confundirse con los objetivos. Aspirar a que la empresa trabaje sin descanso para el bien de la sociedad no es sino el reconocimiento retórico de la incapacidad para hacerlo, y alardear de ello es pura exageración. Los valores éticos o son herramientas de uso diario o no son.
Y el segundo es que, como consecuencia de lo anterior, los valores éticos con los que actúa una empresa han de ser complementarios y equilibrados. Significa que, tomando por ejemplo los mencionados antes, respecto a la sociedad la empresa ha de trabajar para que su desarrollo se apoye en la igualdad. El acceso sin discriminación a las innovaciones médicas o nuevos medicamentos ilustra lo que quiero decir.
Pensando en los trabajadores, la ética empresarial debe actuar haciendo posible su crecimiento personal. El trabajo es un servicio que la empresa compra, es cierto, pero el actor de dicho servicio es un ser humano que va mucho más allá de sus conocimientos y habilidades. Hay empresas que lo olvidan y justifican casi todo a partir de una retribución salarial.
Y, en fin, si el beneficio económico es un valor, éste debe instrumentalizarse para que alcance de forma equitativa a todos cuantos lo hacen posible. La empresa y sus propietarios/accionistas deben reconocer y ser consecuentes con la evidencia de que, seguramente, “ganan lo que ganan” también a costa del medio ambiente, a costa del estrés acumulado de los trabajadores, a costa de prácticas demasiado agresivas de negociación con proveedores,… En definitiva, el beneficio del capital es un valor ético en la medida en que se distribuye de alguna forma entre “todos” los agentes que lo hacen posible.
Cuestión de estrategia
Hablar de ética empresarial es, por tanto, hablar de una estrategia que debe formar parte del negocio al mismo nivel que las estrategias de marketing, financieras o de expansión. Por eso ética y empresa son una pareja de hecho, que conviven aunque a veces se ignoren.
En las Escuelas de Negocios se está extendiendo de manera ya inexcusable la inclusión de la Ética Empresarial como materia de estudio en sus programas de Dirección, Gestión, Marketing… No sólo por los acontecimientos de las últimas décadas (desde el Exxon Valdés, pasando por Lehman Brothers hasta los cada vez mayores interrogantes sobre la actuación de las empresas de más renombre en el universo digital) el hecho es que la ética es objeto de estudio y su presencia en la empresa y los negocios, por acción u omisión, motivo de sesudos análisis. La conclusión es siempre que los valores resumidos en el “bien hacer” son consustanciales a la planificación de futuro que haga la organización de que se trate. Es una cuestión estratégica. La ética nunca puede ser estética.
…Y no. Ética y empresa no es un oxímoron
Porque no son términos opuestos ni las expresiones son contradictorias. La ética va unida a ese núcleo de relaciones en un espacio que es el mercado y que, como entidad jurídica, asume como objetivo la obtención de beneficios. Son inseparables porque todo comportamiento, también el de una organización, corresponde a unas normas morales, expresas o implícitas, y éstas a unos motivos éticos, merezcan el calificativo que para cada uno merezcan.
La repercusión de su conducta es positiva cuando el mercado y la sociedad aceptan como adecuados los objetivos y las formas del proceder empresarial. La experta de referencia en nuestro país en estos temas, Adela Cortina, deja suficientemente claro en sus escritos que la ética es rentable para la empresa. Pero, ante lo contrario, el castigo del mercado (por desgracia, no siempre) también se deja notar.
Que el 70% de los directivos considere “habitual” el soborno y la corrupción en España, o que una cuarta parte de los empleados financieros en Wall Street esté dispuesta a romper las reglas, y un tercio de ellos declare haber sido testigo de una operación irregular tras la crisis de 2008 son confesiones que no animan mucho para presuponer que la ética va ganando terreno en el quehacer económico de las empresas. Sin embargo, también hay que constatar que los inversores vigilan cada vez más el comportamiento ético de sus empresas destino y que índices como el FTSE4Good Indexse empiezan a contemplar como intangibles cada vez más apreciados entre los activos de las empresas cotizadas.
Más que esperanza, lo que hay, pues, es una realidad pujante a favor de la ética en el comportamiento de las organizaciones (me gustaría incluir en el concepto a partidos políticos y adláteres, pero no quisiera pecar ni de presuntuoso ni de ingenuo…). En fin, como alguien dijo: una empresa con principios no tiene final.
Sobre el Autor:
Javier Ongay
Consultor y Formador en Comunicación y Publicidad
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