Por Alberto Levy
Es cierto que mi especialidad tiene que ver con el conflicto: la competencia en los negocios sobre la que ayudo a empresarios casi siempre implica agresividad y hasta una brutal violencia; las relaciones entre jefes y colaboradores que muchas veces analizo, a menudo se basan en el autoritarismo de unos y la triste sumisión de otros.
A lo largo de mi carrera he visto feroces enfrentamientos de poderes y de voluntades. Sin embargo, también he comprobado que eso está muy lejos de ser el camino para lograr los propósitos de sus actores, porque no hay ninguna posibilidad de obtener el bien individual si no se trabaja en pro del bien común. Y la única forma de obtener ambas cosas es, según mi experiencia, trabajar sobre la sólida base de los valores trascendentes, universales y eternos que definen al ser humano como tal. Al ser humano que forma parte de la “gente buena gente”
Siempre he sostenido que el valor central del líder es ser un modelo a imitar. A través del ejemplo, el líder motiva las voluntades de los demás, enseña lo que se debe saber, no como jefe, sino como persona, y desde el respeto y el cariño que despierta en la gente. Porque no exige más de lo que se exige, porque representa con su acción los valores que defiende con la palabra y porque reconoce y satisface las necesidades de su gente. En definitiva, porque es “gente buena gente”.
En el mundo empresarial, el enfoque con el que camino por la vida ha sido trabajado con clientes alrededor del mundo durante los últimos 40 años. Con toda esta experiencia pude desarrollar la habilidad de ayudar a lograr resultados en un escenario en que la regla del juego es que cambian las reglas del juego. Cada vez con mayor frecuencia, cada vez con mayor impacto, hemos visto cómo poderosas e imprevisibles fuerzas que a las empresas les resulta imposible controlar y hasta imaginar, están afectando su capacidad de mejorar el desempeño de sus negocios. Y, en muchos casos, alejando la posibilidad de que la gente sea buena gente.
Hemos visto a las empresas luchar ante cambios en los mercados, en la competencia, en la tecnología, en las reglamentaciones gubernamentales, traumatizadas por intentos de incorporar soluciones que no dejan de ser variantes de soluciones ya intentadas pero de pobre desempeño, hasta que llega el momento en que tanto la Alta Dirección de las grandes empresas como los más incipientes emprendedores ya ni quieren escuchar otra propuesta sólo teórica y, para colmo, irresponsablemente simplista. Y muchos otros no quieren, a pesar de todo, dejar de ser buena gente. En todos los niveles. En todos los sectores. En todos los países.
Y tienen razón. Ya no sirve más de lo mismo. Los conceptos deben ser técnicamente sólidos y los métodos deben ser irrefutables en la práctica real y concreta. Y la gente no tiene porqué dejar de ser buena gente.
Pero hay algo que sólo los líderes comprenden: LAS COSAS MÁS IMPORTANTES NO SON COSAS. Son gente. Buena y no tan buena. Pero gente.
“Umuntu ngumunto ngabanutu” es un proverbio Zulu que quiere decir “una persona se completa a través de sus interacciones con otras personas…Yo soy porque somos”
Mi reconocimiento a todos los que a lo largo de mi vida me han enseñado y estimulado a nunca perder el Norte, mi “hora doce”, a tratar constantemente de distinguir entre lo trascendente y lo circunstancial, entre lo valioso y lo insignificante.
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