"De las dificultades nacen los milagros" —Jean de la Bruyere
Hace pocas semanas una investigación canadiense comprobó que venimos programados de fábrica para ser perezosos. Ya son varios los estudios que llegan a la misma conclusión.
El objetivo de la investigación era estudiar la forma de caminar de las personas cuando usaban una cinta de ejercicios. Para ello, todos los participantes vistieron un exoesqueleto que registraba cada uno de sus movimientos. La investigación encontró que después de unos pocos minutos, nuestro cerebro empieza ajustar los movimientos del cuerpo para reducir el consumo de calorías. Es decir, existen mecanismos biológicos que nos conducen por la vía del menor esfuerzo.
Visto a la luz de la evolución esto resulta razonable. Para nuestros antepasados, obtener las calorías necesarias para vivir era difícil. No todos los días podíamos comer, porque no todos los días había éxito cazando. Así que consumir el mínimo de calorías era cuestión de supervivencia.
Ahora ya sabemos porque de manera natural no nos levantamos del sofá y nos vamos para el gimnasio. Pero hay más, las malas noticias no paran ahí. Nuestro cuerpo no sólo viene predispuesto para evitar el trabajo físico innecesario, también venimos predispuestos para evitar el agobio psicológico: huimos de todo aquello que nos causa malestar emocional.
Por ejemplo, cuando en la oficina tenemos que hacer un trabajo que nos desagrada (el reciente invento de nuestro jefe, ese nuevo e inútil informe creado con el único objetivo de fastidiar la tarde del jueves), nuestro cerebro trata de escabullirse y nos “sugiere” que lo dejemos para después (procrastinamos) y en su lugar, hagamos algo más divertido, como darle un vistazo a Facebook.
Así es la vida. Es lo que hay: somos unos vagos tanto en lo físico como en lo mental. Pero eso no significa que ya estamos condenados. Hay esperanza. La buena noticia es que si nuestro cerebro nos conduce de manera natural por la vía del menor esfuerzo, podemos usar esa señal para ir en dirección contraria: por la vía que conduce a una vida más satisfactoria y feliz.
Resulta que gusto y disgusto son las dos caras de una misma moneda. Para poder disfrutar de una gran satisfacción es necesario realizar grandes sacrificios. Al contrario, ningún o pequeños sacrificios producen solo satisfacciones efímeras.
Disfrutar el gran privilegio de tener un cuerpo saludable, enérgico y atractivo, significa que en el pasado nos privamos de muchas cosas: evitamos comer (a menudo) la siempre tentadora comida chatarra, con dificultad abandonamos el mando y el sofá y nos fuimos a padecer al gimnasio... Pero valió la pena, cada uno de esos sacrificios fue una victoria más en el camino que nos llevó a ser el tipo de persona que somos hoy, un individuo saludable con el carácter suficiente para decirle no a las tentaciones cotidianas.
Esto no sólo es cierto en el campo de la salud, es aplicable a casi todos los asuntos humanos. No existe ninguna gran satisfacción en la vida que no provenga de él sacrificio y la lucha. Criar a nuestros hijos, escribir un libro, montar nuestro propio negocio, son cosas que pueden darnos una inmensa felicidad, pero que no se obtienen sin mediar esfuerzos monumentales.
Los filósofos Friedrich Nietzsche y Alain de Botton coinciden con lo anterior: son las dificultades las que conducen a las grandes satisfacciones.
El objetivo de la investigación era estudiar la forma de caminar de las personas cuando usaban una cinta de ejercicios. Para ello, todos los participantes vistieron un exoesqueleto que registraba cada uno de sus movimientos. La investigación encontró que después de unos pocos minutos, nuestro cerebro empieza ajustar los movimientos del cuerpo para reducir el consumo de calorías. Es decir, existen mecanismos biológicos que nos conducen por la vía del menor esfuerzo.
Visto a la luz de la evolución esto resulta razonable. Para nuestros antepasados, obtener las calorías necesarias para vivir era difícil. No todos los días podíamos comer, porque no todos los días había éxito cazando. Así que consumir el mínimo de calorías era cuestión de supervivencia.
Ahora ya sabemos porque de manera natural no nos levantamos del sofá y nos vamos para el gimnasio. Pero hay más, las malas noticias no paran ahí. Nuestro cuerpo no sólo viene predispuesto para evitar el trabajo físico innecesario, también venimos predispuestos para evitar el agobio psicológico: huimos de todo aquello que nos causa malestar emocional.
Por ejemplo, cuando en la oficina tenemos que hacer un trabajo que nos desagrada (el reciente invento de nuestro jefe, ese nuevo e inútil informe creado con el único objetivo de fastidiar la tarde del jueves), nuestro cerebro trata de escabullirse y nos “sugiere” que lo dejemos para después (procrastinamos) y en su lugar, hagamos algo más divertido, como darle un vistazo a Facebook.
Así es la vida. Es lo que hay: somos unos vagos tanto en lo físico como en lo mental. Pero eso no significa que ya estamos condenados. Hay esperanza. La buena noticia es que si nuestro cerebro nos conduce de manera natural por la vía del menor esfuerzo, podemos usar esa señal para ir en dirección contraria: por la vía que conduce a una vida más satisfactoria y feliz.
Resulta que gusto y disgusto son las dos caras de una misma moneda. Para poder disfrutar de una gran satisfacción es necesario realizar grandes sacrificios. Al contrario, ningún o pequeños sacrificios producen solo satisfacciones efímeras.
Disfrutar el gran privilegio de tener un cuerpo saludable, enérgico y atractivo, significa que en el pasado nos privamos de muchas cosas: evitamos comer (a menudo) la siempre tentadora comida chatarra, con dificultad abandonamos el mando y el sofá y nos fuimos a padecer al gimnasio... Pero valió la pena, cada uno de esos sacrificios fue una victoria más en el camino que nos llevó a ser el tipo de persona que somos hoy, un individuo saludable con el carácter suficiente para decirle no a las tentaciones cotidianas.
Esto no sólo es cierto en el campo de la salud, es aplicable a casi todos los asuntos humanos. No existe ninguna gran satisfacción en la vida que no provenga de él sacrificio y la lucha. Criar a nuestros hijos, escribir un libro, montar nuestro propio negocio, son cosas que pueden darnos una inmensa felicidad, pero que no se obtienen sin mediar esfuerzos monumentales.
Los filósofos Friedrich Nietzsche y Alain de Botton coinciden con lo anterior: son las dificultades las que conducen a las grandes satisfacciones.
Parece que los proyectos humanos más satisfactorios son inseparables de cierto grado de tormento, las fuentes de nuestras mayores alegrías se encuentran desagradablemente cerca de nuestros más grandes dolores ...
¿Por qué? Porque nadie es capaz de producir una gran obra de arte sin experiencia, ni alcanzar una posición destacada de inmediato, ni ser un gran amante en el primer intento; y en el intervalo entre el fracaso inicial y el éxito posterior, en medio de la brecha que existe entre quienes deseamos un día llegar a ser y lo que somos en la actualidad, debe haber dolor, ansiedad, envidia y humillación. Sufrimos porque no podemos dominar de forma espontánea los ingredientes de las grandes realizaciones.
Nietzsche se esfuerza por corregir la creencia de que la satisfacción debe llegar fácilmente, una creencia ruinosa en sus efectos, ya que nos lleva a renunciar prematuramente a retos que podríamos haber superado si nos hubiéramos preparado para la ferocidad que legítimamente es exigida para alcanzar casi todo lo valioso.
Nietzsche estaba tan convencido del valor de las contrariedades que no dudaba en desearlas a sus seres más queridos:
Para aquellos seres humanos por los cuales siento afecto, yo deseo sufrimiento, desolación, enfermedad, maltrato, humillaciones. Ojalá que no les sea desconocido el despreciarse profundamente así mismos, la tortura de la auto-desconfianza, la miseria de la derrota. No siento ninguna lástima por ellos, porque les deseo la única cosa que puede probar hoy si uno es digno o no de cualquier cosa que perdura.
Las grandes satisfacciones de la vida, aquellas que causan el mayor impacto y hacen que valga la pena vivirla no son gratis, vienen como consecuencia de amargas luchas. Si en realidad queremos disfrutar de una vida llena de logros, tenemos que sobreponernos a nuestra tendencia a recorrer el camino más fácil.
Por fortuna, cada batalla que luchamos nos hace más fuertes y nos deja mejor preparados para la siguiente, cada vez resistimos mejor el dolor y las frustraciones. Lo que hoy parece insoportable, mañana lo encontraremos apenas molesto.
Si hacemos lo que es fácil, tendremos una vida difícil. Si hacemos las cosas difíciles, nuestra vida será fácil. Sólo nosotros podemos decidir cuál camino recorrer.
Por fortuna, cada batalla que luchamos nos hace más fuertes y nos deja mejor preparados para la siguiente, cada vez resistimos mejor el dolor y las frustraciones. Lo que hoy parece insoportable, mañana lo encontraremos apenas molesto.
Si hacemos lo que es fácil, tendremos una vida difícil. Si hacemos las cosas difíciles, nuestra vida será fácil. Sólo nosotros podemos decidir cuál camino recorrer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario