Hoy he tenido la oportunidad de escuchar a Andreas Schleicher, coordinador del Programme for International Student Assessment más conocido como PISA. Su intervención, bajo el título, What spanish schools can leanr from spanish schools, ha puesto de relieve, entre otras cosas, la necesidad de prestar atención al profesorado como la medida más eficaz para incrementar la calidad y desempeño de los sistemas educativos: más y mejor formación, mayor consideración social, graduación y planificación de la carrera profesional, sistemas de incentivos específicos, autonomía en el trabajo y, sobre todo, colaboración y cooperación entre ellos. La suspicacia cultural española impide, en buena medida, que el verbo colaborar se conjugue en ninguno de sus tiempos, porque o bien se teme el juicio de los demás -acostumbrados como estamos, desde la misma escuela, a padecer la censura y la amonestación de los demás, de los mismos profesores-, o bien se recela del uso que pueda llegar a darse de algo que solemos contemplar como propiedad exclusivamente privada -llevando al extremo el uso del copyright como si tuviéramos que defender nuestras creaciones de la copia y la reproducción-. Todo lo contrario ocurre en Sanghai, según contaba Schleicher: todos los profesores comparten en una plataforma digital facilitada por el Ministerio de Educación sus lecciones y materiales en la esperanza de que sean revisados, criticados y mejorados con el doble fin, igualmente legítimo, de beneficarse del conocimiento de los demás y de incrementar su visibilidad profesional.
De lo que no se suele hablar demasiado a menudo, aunque PISA contenga los datos necesarios para analizarlo, es de la felicidad de los alumnos. En realidad, no creo que haya nada más importante que procurarles felicidad y entusiasmo, que darles la posibilidad de desarrollar lo mejor de cada cual para que alcancen sus propias metas. Como escribía Neil Nodding en un maravilloso libro, Happiness ad education,
las mejores escuelas deben parecerse a los mejore hogares [...] los mejores hogares proporcionan un cuidado continuado, atienden y evalúan de manera continua las necesidades expresadas o inferidas, protegen del daño sin infligir deliberadamente daño, se comunican con la intención de desarrollar un interés común e individual, trabajan cooperativamente, promueven la dicha del aprendizaje genuino, guián en el desarrollo moral y espiritual (incluyendo el desarrollo de una conciencia inquieta), contribuyen a la apreciación de las artes y de otros grandes logros culturales, fomentan el amor por el lugar en el que habitan y por la protección del mundo natural, y educan para el autoconocimiento y el conocimiento de los demás
Cada cual podría añadir otra serie de características de lo que un buen hogar, una buena escuela, podría representar. Todo con la intención de construir escuelas felices y niños y niñas felices.
Cuando se analiza el último de los estudios de PISA, el del año 2012 y busca datos relacionados con la felicidad de los alumnos, se encuentra con una sorpresa inicial: los alumnos más felices, así lo declaran ellos, son los indonesios, albanos, peruanos, tailandeses y colombianos, niños y niñas que no destacan por sus resultados académicos pero cuyas culturas promueven una adecuación entre las expectativas y las posibilidades de cada cual que invitan a disfrutar de lo que se posee sin hipotecarse por un futuro incierto. Esa es una de las llaves de la felicidad, sin duda, pero el problema que se plantea PISA, que nos planteamos todos, incluye un elemento adicional: ¿existen países en los que los niños obtienen buenos resultados académicos y son simultáneamente felices? ¿existen lugares en el mundo en los que los niños son felices aprendiendo, condición de la que se derivan sus buenos resultados? ¿existen niños y niñas entusiasmados por aprender, a los que no se reprende ni sanciona por equivocarse y preguntar, a los que se alienta a asumir riesgos y errar, a los que se incita a indagar y explorar sin temor a ser reprendidos? ¿existen colegios donde esté prohibido dejar de preguntar? ¿existen colegios en los que se toman en serio las aspiraciones y capacidades individuales de cada cual para impulsarlas a su máximo nivel de realización? ¿existe sistemas educativos donde la cooperación y el trabajo colaborativo primen sobre la competencia y el rango? ¿existen colegios donde en lugar de resultados (cuantitativos) se hable sobre posibilidades de mejora y evolución? ¿puede compaginarse la máxima aspiración de todo ser humano, que es la de ser feliz, con la dicha de aprender?
A tenor del cruce de los datos, los niños más felices con los mejores resultados son los de Singapur, Taiwan y Suiza. Es interesante resaltar que los koreanos -buenos estudiantes que arrojan estupendos resultados-, son esencialmente infelices. No todos los medios ni las madres tigre parecen justificados para obtener determinados resultados. ¿Cuál es la fórmula para que gocen de la felicidad de aprender? Neil Nodding dice: “los mejores hogares y escuelas son lugares felices. Los adultos en estos lugares felices reconocen que uno de los fines de la educación (y de la vida misma) es la felicidad. También reconocen que la felicidad sirve como medio y fin. Los niños felices, que crecen en la comprensión de lo que significa la felicidad, aprovecharán sus oportunidades educativas con deleite, y contribuirán a la felicidad de los demás. Claramente, si los niños fueran felices en las escuelas, también lo serían sus profesores. A menudo olvidamos esa conexión obvia. Y, finalmente, la gente feliz que conserva una conciencia social inquieta, contribuirán a un mundo más feliz”.
“No hay deber que descuidemos tanto”, dijo Robert Luis Stevenson, “que el deber de ser felices”. Que el deber de gozar y deleitarse aprendiendo, añadiría yo.
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