El tipo de cerebro que tenemos influye de forma positiva o negativa en nuestro comportamiento y éste puede ser "masculino" o "femenino.
La idea de que las mujeres tienen una mayor dificultad para leer los mapas y los hombres no saben escuchar no sólo es el título de un conocido libro: se ha convertido en un lugar común que simplifica enormemente las posibles diferencias existentes entre los cerebros de los hombres y los de las mujeres.
Desde el punto de vista biológico los cerebros femeninos y masculinos tienen sutiles diferencias, pero es difícil definir de qué forma influyen éstas en lo que respecta a nuestro comportamiento, entre otras cosas porque la igualdad está muy lejos de ser una realidad, y hombres y mujeres siguen recibiendo una educación diferenciada.
Uno de los científicos que más a fondo a estudiado la cuestión es Simon Baron-Cohen, profesor del departamento de psicopatologías de la Universidad de Cambridge. Según su hipótesis, conocida como la teoría de la empatía-sistematización, existen dos tipos de cerebros, uno típicamente masculino (tipo-S) y uno típicamente femenino (tipo-E), pero estos no siempre concuerdan con el género de la persona. En definitiva, hay mujeres que piensan como hombres y hombres que piensan como mujeres.
Los hombres tienden a estar más cerca del extremo que sistematiza y las mujeres más cerca del extremo empático, pero hay muchas excepciones
Los cerebros masculinos son más propensos a la sistematización: son propios de gente que tiene mayor facilidad descomponiendo y analizando sistemas. Las personas con esta mentalidad tienen mayor propensión a trabajar como informáticos, banqueros, administrativos o controladores aéreos, por poner un ejemplo. Y se distinguen por cosas como:
- Elaborar con facilidad listas de tareas.
- Responder honestamente a preguntas comprometidas del tipo: “¿Crees que he engordado?”
- Leer libros de no-ficción.
- Darse cuenta de errores gramaticales.
- Leer bien los mapas.
Los cerebros femeninos son más propensos a la empatía: tiene mayor facilidad para reconocer los sentimientos de las personas que les rodean. Las personas con esta mentalidad tienen mayor propensión a trabajar, por ejemplo, como psicólogos, profesores, asistentes sociales o en cualquier trabajo que requiera atender al público. Y se distinguen por cosas como:
- Tener facilidad para hablar con alguien que acaban de conocer.
- Darse cuenta de cuándo están incomodando a alguien.
- Centrarse en la belleza de un cuadro y no en la técnica pictórica del artista.
- Tener poco interés por los detalles técnicos de un ordenador o cualquier dispositivo electrónico
- Dificultad y desinterés para recordar las fechas de actos históricos.
Según Baron-Cohen nuestros cerebros tienen ambas habilidades, pero la mayoría de nosotros somos más de un tipo que de otro. Los hombres tienden a estar más cerca del extremo que sistematiza, y las mujeres más cerca del extremo empático, aunque hay muchas excepciones y casos límite. El psicólogo cree, de hecho, que el autismo es una forma extrema del “cerebro masculino” que impide a los que lo sufren darse cuenta de lo que siente la gente que les rodea.
Un tipo de mentalidad para cada profesión
En opinión de algunos investigadores, la sociedad ha ido adaptando los roles de hombres y mujeres en función de sus diferencias de comportamiento, lo que explicaría por qué algunas profesiones son más típicamente femeninas o masculinas. Es muy difícil diferenciar qué parcela de esta “especialización” se debe al puro y duro condicionamiento sociocultural, pero parece claro que el tipo de mentalidad de cada persona influye de forma positiva o negativa en función del trabajo que desempeñen.
El doctor Nick Drydakis, científico social de la Anglia Ruskin University, ha realizado una investigación para averiguar qué tipo de mentalidad está asociada a un mayor éxito laboral. Para ello ha revisado los datos de 16.000 británicos, que respondieron a un estudio longitudinal anterior en el que aportaron información sobre su profesión y salario y pasaron un test elaborado por Baron-Cohen para averiguar si su cerebro era “masculino” o “femenino”.
Los resultados de la investigación, que ha publicado el Instituto para el Estudio del Trabajo, son impactantes: de media un hombre con cerebro “masculino” gana un 9,8% más que uno con cerebro “femenino”, mientras que una mujer con cerebro “masculino” gana un 6,3% más que sus compañeras con cerebros propiamente femeninos.
Hombres y mujeres con determinadas profesiones tienen un mayor salario cuando sus habilidades son atípicas en su género
Drydakis cree que la brecha salarial entre hombres y mujeres, que se da incluso en las sociedades más avanzadas, se explica en parte por la diferencia entre unos y otros para desempeñar tareas que requieren una mayor sistematización o una mayor empatía y, a su vez, porque los oficios y cargos asociados a la primera están mejor pagados.
El profesor cree que la discriminación hacia las mujeres empieza mucho antes de que entren en el mercado laboral: “Las mujeres pueden ser disuadidas de estudiar en campos que no son tradicionales de su género, como la ingeniería o las profesiones técnicas. Este estereotipo de género confina después a las mujeres a trabajar en ocupaciones tradicionalmente femeninas que son, por lo general, peor pagadas”.
Al margen de esta desigualdad evidente, que no tiene nada de novedoso, lo importante de este estudio es que muestra que desempeñamos mejor determinados trabajos si encajan con nuestro tipo de cerebro, que no tiene que coincidir necesariamente con nuestro género.
“Los resultados muestran que los empleados con mayor habilidad para sistematizar reciben mayores salarios en el mercado laboral de Reino Unido”, reconoce Drydakis en el estudio. “Pero el estudio muestra además que hombres y mujeres con determinadas profesiones tienen un mayor salario cuando sus habilidades para sistematizar o empatizar son atípicas en su género, por ejemplo, los hombres con un cerebro femenino que realizan trabajo social o las mujeres con cerebro masculino que trabajan en banca”.
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