El Espacio Fundación Telefónica de Madrid alberga actualmente una ambiciosa exposición sobre la vida y obra de Julio Verne
“Aquí no hay resuelta ninguna cuestión de futuro serio, ninguna crítica que no parezca una caricatura ya hecha y rehecha”. Nadie en su sano juicio podría pensar que estas palabras hacen referencia a una obra de Julio Verne, considerado el mayor escritor visionario de anticipación científica y tecnológica de todos los tiempos. Pues la frase pertenece a la carta con la que su editor, Pierre-Jules Hetzel, rechazó su segunda novela París en el siglo XX, que había presentado en 1863 después de su exitosa ópera prima de aventuras Cinco semanas en globo.
El relato, que no fue publicado en vida del autor, está ambientado en 1960 y dibuja una visión pesimista del mundo en donde la educación y el arte han sido sustituidos por el culto al dinero y la sociedad se rige exclusivamente por el afán de lucro. Las predicciones sociales que arroja el libro para esa Francia distópica imaginada no dejan de ser una versión algo exagerada de la realidad actual: un mundo dominado por el capital financiero (que como hemos visto en nuestra época es capaz de desencadenar crisis a escala global), los jóvenes no se forman, se “construyen” como piezas de la maquinaria económica (algo tristemente cierto al mirar los currículos oficiales actuales) y la cultura es relegada a un segundo plano (“El latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas”), un fenómeno que en nuestros días Mario Vargas Llosa ha denunciado en su obra La civilización del espectáculo y que se hace más que evidente en decisiones como la eliminación de la enseñanza de filosofía de los planes de estudios. Pero ciñámonos al Verne de la anticipación tecnológica…
Una constante en la obra del escritor de Nantes es el introducir en sus tramas inventos científicos y tecnológicos que en algunos casos eran inimaginables en su época, la de la segunda Revolución Industrial del carbón y el vapor.
El libro con el que hemos abierto este texto, Paris en el siglo XX, ya nos habla de una ciudad por la que circulan automóviles propulsados por algo parecido al motor de explosión (“se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas”), la luz eléctrica en los comercios (“tiendas ricas como palacios donde la luz se expandía en blancas radiaciones”), trenes suburbanos que anticipan la red del metro y un sistema de telégrafos a larga distancia que permite enviar texto e imágenes, como nuestros modernos faxes y el correo electrónico, como servicios, e Internet como red soporte. Y todas estas predicciones las hacía el escritor francés cuando apenas había iniciado su carrera literaria…
Precisamente, el Espacio Fundación Telefónica de Madrid alberga actualmente una ambiciosa exposición, Julio Verne. Los límites de la imaginación que pretende establecer un marco de análisis sobre la capacidad de anticipación de la obra del autor, es decir, su relación con los tiempos por venir. La muestra, comisariada por los expertos María Santoyo y Miguel Ángel Delgado, presenta, entre otras cosas, la influencia de Verne sobre numerosos personajes posteriores a su tiempo que de algún modo pusieron en práctica, o por lo menos lo intentaron, sus vaticinios.
Las ficciones futuristas de Julio Verne, criticadas en su día como hemos visto por su editor Hetzel, establecen, en su espectro más conocido, propuestas como cohetes que llegan a la luna, máquinas que vuelan y barcos submarinos.
La Unión Soviética demostró en abril de 1961, poniendo en órbita al cosmonauta Gagarin, que los viajes espaciales relatados por Verne en De la Tierra a la Luna yAlrededor de la Luna eran posibles, si bien con cohetes autopropulsados y no disparados por un cañón como describen sus novelas, y ocho años más tarde el programa espacial estadounidense consigue que el ser humano pise nuestro satélite.
La aviación era todavía ciencia ficción en la época en la que escribía Julio Verne. No es hasta 1903 que Wilbur y Orville Wright conseguían elevar del suelo durante varios minutos su primitivo avión, el Flyer I, en una planicie de Carolina del Norte. No obstante, el escritor de Nantes ya había concebido vehículos voladores en sus historias, especialmente en Robur el Conquistador (1886) con el gran helicópteroAlbatros, pero también en Dueño del mundo de 1904 o en La impresionante aventura de la misión Barsac (acabada por su hijo y publicada de forma póstuma) en las que aparecen ingenios voladores.
Pero sin duda el aparato más emblemático del universo Verne es el temible sumergible Nautilus, la nave de combate que el capitán Nemo convierte en vehículo de la venganza, que centra la acción de Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) y que reaparece en La isla misteriosa (1874). Varios años más tarde, en 1888 Isaac Peral presenta su submarino que él mismo describe como una nave de “87 toneladas, motores eléctricos de fuerza de 60 caballos efectivos y energía eléctrica para conseguir una velocidad calculada en 10 millas por hora durante una marcha de 50 horas”. Con su tradicional falta de visión para la innovación y los innovadores, el Gobierno de España abandona el proyecto y aparca para siempre en 1890 el invento de Peral. Veinticinco años después el submarino se erige como una de los principales vehículos marinos de combate del siglo XX durante la Primera Guerra Mundial.
Son innumerables las premoniciones técnicas y sociales que Julio Verne aventuró en su obra, así como los viajes que intuyó a regiones del mundo que en su época, la segunda mitad del siglo XIX, todavía permanecían escondidas y su esencia suponía una incógnita. El mapamundi de su época todavía presentaba importantes huecos y espacios en blanco que no serían rellenados hasta bien entrado el siglo siguiente y, no obstante, el escritor adentra a sus personajes hasta las fuentes del Nilo (Cinco semanas en globo) o hasta el infierno de hielo de los polos (Las aventuras del capitán Hatteras y La esfinge de los hielos).
Todos estos temas están contemplados y de alguna forma articulan la exposición de Fundación Telefónica, que ordena su obra en los distintos ámbitos en que transcurren sus novelas: la tierra, el aire, el hielo, el agua, el espacio y el tiempo, presentando asimismo a una batería de personajes históricos asociados de una manera u otra a las historias que nos legó Julio Verne.
Imagenes: Wikimedia
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