"Sólo aquellos que tiene la paciencia para hacer cosas simples de forma perfecta, adquieren la habilidad para hacer fácilmente cosas difíciles" —James Corbett
Aprender nuevas habilidades es importante tanto para nuestra vida profesional como personal.
En lo personal, porque aprender algo nuevo nos hace más felices.
La dopamina es un químico que se libera en el cerebro como recompensa a estímulos placenteros: comer, tener relaciones sexuales y aprender, liberan dopamina.
De modo que cuando aprendemos nos sentimos bien, dichosos.
También es importante para nuestra vida profesional porque nos hace más competentes, nos abre la puerta a nuevas oportunidades.
El ritmo al cual avanza el mundo hoy obliga a estar en permanente actualización.
Ya no es posible, como hasta hace algunos años, aprender algo y dedicarse a ordeñar ese conocimiento durante el resto de la vida.
Si queremos evitar un “momento Kodak” en nuestras carreras, debemos actualizarnos de forma constante. Siempre en beta, nunca una versión terminada.
La velocidad a la cual actualizamos nuestras competencias determina si caemos o no del tren del progreso. Si tardamos en actualizarnos o no lo hacemos en absoluto, estamos fuera.
Por el contrario, una gran disposición a aprender nos permite estar por delante de la competencia profesional y prosperar.
Ahora bien, si todos sabemos que el aprendizaje es esencial, ¿por qué es tan difícil hacerlo?
La razón reside, en mi opinión, en la mentalidad con la que nos aproximamos al él.
Llegar a hacer algo con destreza es difícil y requiere tiempo, así que ante la posibilidad de pasar años tormentosos aprendiendo algo, preferimos evitarnos la molestia y pasamos del asunto.
La sensación de incompetencia al comienzo de todo periodo de aprendizaje es muy desagradable.
Los dibujos nos quedan espantosos, el instrumento suena horrible y el nuevo software no sabemos ni cómo abrirlo.
Este desagrado ocurre porque estamos obsesionados con el resultado. Al darnos cuenta de nuestra falta de destreza inicial, empezamos a fantasear sobre cómo nos sentiremos de bien cuando estemos dibujando como Leonardo; lo orgullosos que estaremos dando una serenata a nuestra familia, o levantando más de 100 kilos en pecho y no esos indignos 30.
La práctica hace al maestro. Y el secreto de los grandes maestros es que ellos han aprendido a amar la práctica, no sólo la destreza.
La búsqueda afanosa del alto rendimiento arruina el gozo que significa aprender.
Disfrutar del proceso es la clave para alcanzar la maestría. Los resultados son producto del proceso, si realizamos bien el proceso, los resultados llegarán.
El aprendizaje que pone el énfasis en el proceso consiste en dejar a un lado el deseo por tener resultados inmediatos. No juzgamos lo que hacemos. Simplemente analizamos con indiferencia emocional lo que estamos haciendo y vamos corrigiendo aquello que sea necesario.
Por ejemplo, si estamos aprendiendo tiro con arco, en lugar de obsesionarnos con las veces que acertamos en la diana, lo cual causa ansiedad, nos preocupamos solo por ejecutar el tiro de forma correcta.
Nuestra única misión es dominar la postura, realizar los movimientos de forma apropiada. Corrigiendo lo que haya que corregir.
Esta mentalidad permite disfrutar la práctica, porque no está condicionada por los resultados, no juzgamos si algo está mal o bien, el único objetivo es practicar.
Esto escribe Thomas Sterner en el libro La Mente Practicante:
En lo personal, porque aprender algo nuevo nos hace más felices.
La dopamina es un químico que se libera en el cerebro como recompensa a estímulos placenteros: comer, tener relaciones sexuales y aprender, liberan dopamina.
De modo que cuando aprendemos nos sentimos bien, dichosos.
También es importante para nuestra vida profesional porque nos hace más competentes, nos abre la puerta a nuevas oportunidades.
El ritmo al cual avanza el mundo hoy obliga a estar en permanente actualización.
Ya no es posible, como hasta hace algunos años, aprender algo y dedicarse a ordeñar ese conocimiento durante el resto de la vida.
Si queremos evitar un “momento Kodak” en nuestras carreras, debemos actualizarnos de forma constante. Siempre en beta, nunca una versión terminada.
La velocidad a la cual actualizamos nuestras competencias determina si caemos o no del tren del progreso. Si tardamos en actualizarnos o no lo hacemos en absoluto, estamos fuera.
Por el contrario, una gran disposición a aprender nos permite estar por delante de la competencia profesional y prosperar.
Ahora bien, si todos sabemos que el aprendizaje es esencial, ¿por qué es tan difícil hacerlo?
La razón reside, en mi opinión, en la mentalidad con la que nos aproximamos al él.
Llegar a hacer algo con destreza es difícil y requiere tiempo, así que ante la posibilidad de pasar años tormentosos aprendiendo algo, preferimos evitarnos la molestia y pasamos del asunto.
La sensación de incompetencia al comienzo de todo periodo de aprendizaje es muy desagradable.
Los dibujos nos quedan espantosos, el instrumento suena horrible y el nuevo software no sabemos ni cómo abrirlo.
Este desagrado ocurre porque estamos obsesionados con el resultado. Al darnos cuenta de nuestra falta de destreza inicial, empezamos a fantasear sobre cómo nos sentiremos de bien cuando estemos dibujando como Leonardo; lo orgullosos que estaremos dando una serenata a nuestra familia, o levantando más de 100 kilos en pecho y no esos indignos 30.
La práctica hace al maestro. Y el secreto de los grandes maestros es que ellos han aprendido a amar la práctica, no sólo la destreza.
La búsqueda afanosa del alto rendimiento arruina el gozo que significa aprender.
Disfrutar del proceso es la clave para alcanzar la maestría. Los resultados son producto del proceso, si realizamos bien el proceso, los resultados llegarán.
El aprendizaje que pone el énfasis en el proceso consiste en dejar a un lado el deseo por tener resultados inmediatos. No juzgamos lo que hacemos. Simplemente analizamos con indiferencia emocional lo que estamos haciendo y vamos corrigiendo aquello que sea necesario.
Por ejemplo, si estamos aprendiendo tiro con arco, en lugar de obsesionarnos con las veces que acertamos en la diana, lo cual causa ansiedad, nos preocupamos solo por ejecutar el tiro de forma correcta.
Nuestra única misión es dominar la postura, realizar los movimientos de forma apropiada. Corrigiendo lo que haya que corregir.
Esta mentalidad permite disfrutar la práctica, porque no está condicionada por los resultados, no juzgamos si algo está mal o bien, el único objetivo es practicar.
Esto escribe Thomas Sterner en el libro La Mente Practicante:
[Cuando nos centramos en la práctica] somos más pacientes con nosotros mismos. No tenemos prisa por llegar a ningún sitio. Nuestro objetivo es permanecer en el proceso y dirigir nuestra energía hacia cualquier actividad que estamos realizando en ese momento. Cada instante que hacemos eso, cumplimos nuestro objetivo. Este proceso nos trae paz interior y una maravillosa sensación deconfianza y auto-dominio. Nos dominamos a nosotros mismos mientras permanecemos en el proceso, e igualmente estamos dominando cualquier actividad sobre la cual estamos trabajando. Esta es la esencia de una práctica adecuada.
Las investigaciones respaldan los múltiples beneficios de la meditación. Cuando practicamos dedicando nuestra atención a la tarea que estamos realizando, obtenemos los mismos beneficios que al meditar: reducción del estrés, aumentamos la capacidad de concentración, auto control, entre otros.
Ser competente en algo, como todo lo que vale la pena en la vida, requiere esfuerzo y tiempo. Sin embargo, eso no significa que el camino hacia la maestría tiene que ser amargo y angustioso. Si lo afrontamos con la mentalidad correcta puede convertirse en una fuente de inmensa paz y felicidad.
Ser competente en algo, como todo lo que vale la pena en la vida, requiere esfuerzo y tiempo. Sin embargo, eso no significa que el camino hacia la maestría tiene que ser amargo y angustioso. Si lo afrontamos con la mentalidad correcta puede convertirse en una fuente de inmensa paz y felicidad.
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