Somos parte indeleble del paisaje que vivimos, lo llevamos en nuestras neuronas, pero también nos quedamos en improntas eternas, imperceptibles, en cada árbol, cada imagen, en cada poesía que canta, y murmura nuestro nombre y el de nuestras amistades.
Y vivimos en cada compañero, en cada amigo, como ellos viven en nosotros.
Porque el universo es una eternidad simbiótica, un ida y vuelta entre la materia y las ideas, entre el dolor y los sueños, donde fructifican, los más dulces frutos de la amistad y el amor.
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