Esperaba con ansia el momento del atardecer en el bosque bávaro que era lo que le daba sentido a ese día. "Uno de los prisioneros entró corriendo para decirnos que saliéramos al patio a contemplar la maravillosa puesta de sol y de píe, allá fuera, vimos hacia el oeste densos nubarrones y todo el cielo plagado de nubes que continuamente cambiaban de forma y color desde el azul acero al rojo bermellón" (V. Frankl, 1998, 66).
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