Un acertado artículo, “So long social media: the kids are opting out of the online public square“, retrata una tendencia que todos llevamos bastante tiempo viendo, pero de la que se habla más bien poco: la huída de las generaciones más jóvenes, los absurdamente llamados “nativos digitales”, del entorno de las redes sociales, para pasar a medios más centrados en el ámbito de la mensajería instantánea, sin la presión de la trascendencia pública.
Un entorno en el que, en realidad, nunca llegaron a estar de manera completa: las redes sociales respondían, en el caso de los millennials, a una necesidad de comunicación con sus amigos y compañeros, pero que se desarrollaba de manera incómoda por estar rodeados de otros actores con los que, sencillamente, no querían comunicarse de forma pública. El temido “me gusta” de un padre, madre o abuela, el amigo idiota que subía y etiquetaba aquella foto en la que aparecías borracho como un piojo, o el temor a una trascendencia que podía perjudicarlos en el futuro ha determinado un escenario actual en el que el uso de redes como Twitter o Facebook resultan cualquier cosa menos una característica de las generaciones más jóvenes. Hoy es mucho más lógico pensar en el entorno de las redes sociales para acceder a un target en los treinta, cuarenta o incluso cada vez más los cincuenta años, que para uno situado por debajo de la treintena, que ha desplazado el tiempo de uso de su smartphone a aplicaciones como la mensajería instantánea, Snapchat y otras.
El temido “fenómeno de la privacidad” que llevó a Mark Zuckerberg a poner tres mil millones de dólares encima de la mesa por Snapchat que fueron categóricamente rechazados por su fundador es el que claramente caracteriza los patrones de uso de las generaciones de usuarios más jóvenes. Según un informe de Pew Research del pasado agosto de 2015, un 49% de los jóvenes entre los 18 y los 29 se comunican de manera habitual mediante aplicaciones como Kik, Whatsapp o iMessage, y un 41% consideran Snapchat y sus mensajes que se autodestruyen como su canal preferente. Las noticias que desde hace tiempo hablan de un abandono de Facebook por los jóvenes parecen corresponderse con lo que vemos a nuestro alrededor, y redes como Twitter parecen igualmente languidecer o directamente morir para ese segmento demográfico, que como mucho las utiliza paralurkear, para una presencia meramente pasiva en modo escucha o para seguir a alguno de sus ídolos, como en el caso de las beliebers o las directioners.
Si alguien lleva viendo este fenómeno desde hace tiempo es precisamente Mark Zuckerberg: la adquisición de Instagram, una de las pocas redes sociales que sí mantiene un razonable nivel de uso por parte de los usuarios más jóvenes, o la de WhatsApp, protagonista precisamente de una transición hacia la mensajería instantánea que necesitaba un claro relevo, responden a la anticipación de esta tendencia. Otra cosa, claro está, es que esas adquisiciones, hechas desde la perspectiva de quien se sienta encima de una silla muy alta que le permite ver lo que hacen 1,600 millones de personas en todo el mundo, llegan a hacerse en algún momento rentables: una cosa es Instagram, con un modelo de negocio bien orquestado y una publicidad que no molesta, y otra una WhatsApp que cercenó muchas de sus posibilidades de ingresos con aquel mítico y categórico “no ads, no games, no gimmicks”.
De una manera o de otra, deberíamos empezar a repensar el panorama de los medios sociales. Si los más jóvenes manifiestan un cambio tan radical en su patrón de consumo como el de abandonar drásticamente las redes sociales y relacionarse prácticamente solo a través de mensajería instantánea, si consumen fundamentalmente vídeo y lo comparten y viralizan en Snapchat o en grupos de WhatsApp, si la idea de participar en cualquier foro mínimamente público les genera urticaria, parece claro que muchas cosas van a tener que redefinirse. Vayamos pensando en ello, porque para muchos, puede significar que vienen curvas…
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