2100: LA VIDA EN EL FUTURO - INTELIGENCIA ARTIFICIAL
- En las próximas décadas la inteligencia artificial hará, según los investigadores, la vida más agradable y más fácil para los humanos. Si todo va bien. Si no, el futuro no será precisamente de color de rosa
Pongámonos a finales del siglo XXI. El mundo está plagado de máquinas que hacen la vida más fácil: los hospitales están equipados con ordenadores que diagnostican enfermedades con una precisión hoy impensable, los automóviles conducidos por humanos pertenecen al pasado remoto, y los coches autónomos han puesto fina la pandemia de los accidentes de tráfico, los robots ayudan a los mayores en casa… Es el escenario amable, la utopía de la inteligencia artificial. Pero existe la posibilidad, más o menos remota, de que no sea así. ¿Y si el final del siglo XXI nos reservara una distopía poblada de máquinas con una inteligencia infinitamente superior a la nuestra, con capacidad de aprender, de mejorarse y fabricarse a sí mismas, y para las que los humanos no fuéramos sus dueños sino una mera molestia?
El primer horizonte es el que dibujan los investigadores más brillantes, que aseguran que la inteligencia artificial cambiará –a mejor– nuestras vidas, y que, de hecho, lo está haciendo ya. El segundo es el que ha alimentado desde hace décadas la ciencia ficción y sobre el que, en los últimos tiempos, han advertido algunas de las mentes más mediáticas –e igualmente brillantes– de Silicon Valley. ¿Cuál de las dos perspectivas es más probable? ¿Hay un punto medio entre el sueño y la pesadilla?
“Hay una tremenda confusión entre el gran público”, explica Miquel Barceló, doctor en Informática, pero también editor de ciencia ficción. “En este ámbito de investigación –añade– se diferencia entre la inteligencia artificial débil, es decir, las máquinas capaces de una tarea concreta, y la fuerte, que es la que pretende replicar, y posiblemente superar, la mente humana en su conjunto, y es en la que se fijan las novelas y el cine”.
Hoy ya estamos rodeados de la primera de ellas. “El sistema Siride Apple, el buscador de Google, los personajes que aparecen en un videojuego o las tiendas online que nos recomiendan artículos en función de qué nos ha interesado anteriormente son ejemplos de ello”, asegura Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC y una de las máximas autoridades del país en la materia.“Hoy –continúa– las máquinas derrotan cómodamente a los mejores jugadores de ajedrez: algo que hace unos años era una hazaña ya está perfectamente asumido”. Y hay una larga lista de usos, como sistemas de diagnóstico para enfermedades o mecanismos automatizados que realizan una parte importantísima de las operaciones en los mercados financieros (ya los que algunos responsabilizan ya de algunos batacazos bursátiles).
Las empresas sabrán mucho más que ahora sobre los hábitos de sus clientes
¿Y el futuro? “Extraordinario”, resume López de Mántaras. En los últimos tiempos, la combinación de la potencia de los ordenadores con el acceso a grandes cantidades de datos (lo que comúnmente conocemos por big data) sitúa la inteligencia artificial en el punto de dar un gran salto. El problema, sin embargo,no se encuentra en las máquinas, sino en que los humanos no nos las acabamos de creer. “Hay un problema de lo que llamamos explicabilidad. Con los últimos avances, pongamos por caso, un ordenador, utilizando los registros de millones de pacientes, puede llegar a realizar un diagnóstico, pero como el procesamiento de la información es enormemente complejo, no es posible que un humano pueda llegar a saber cómo ha llegado la máquina a esa conclusión. Por eso no confía en ella”, explica López de Mántaras. Pero ese problema, a su juicio, se superará pronto, y entonces asistiremos a una explosión de esta tecnología. En quince años, por ejemplo, los coches autónomos, hoy en pruebas, circularán por las carreteras con normalidad; los usos en el sector sanitario cobrarán un enorme impulso –en la actualidad ya existen equipos que pueden prever una parada cardiorrespiratoria con una antelación de tres o cuatro horas–; los laboratorios farmacéuticos podrán estudiar y anticipar los efectos de los medicamentos con técnicas de inteligencia artificial; los videojuegos avanzarán de forma espectacular…
En el ámbito empresarial, esta tecnología, combinada con el enorme caudal de información de todos los consumidores del que hoy se dispone –y del que se dispondrá–, permitirá profundizar en el estudio de los hábitos del cliente. Y en el terreno laboral, asistiremos a una reconversión de grandes proporciones que, por otra parte, dejará muchos damnificados en el camino. Era lo que vaticinaba un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Oxford en el año 2013, que preveía que en dos décadas la mitad de los empleos que hoy llevan a cabo humanos podrán ser desempeñados por máquinas.
En paralelo, en estas pocas décadas –los expertos se sitúan en un horizonte de entre diez y veinte años– continuará el desarrollo de tecnologías que permitan dotar a las máquinas con la capacidad para captar e interpretar la información que les rodea, para moverse por sí mismas y manipular objetos. Con ese objetivo, los científicos investigarán el razonamiento espacial, la adquisición de experiencia, la visión artificial y la comunicación con las personas.“En el reconocimiento de voz y en la traducción veremos avances extraordinarios muy pronto”, asegura López de Mántaras. Pero en uno de los ámbitos en los que los avances serán más llamativos es en los que combinen la tecnología de inteligencia artificial con la robótica. Esta convergencia llevará a novedades en ámbitos tan diversos como la asistencia a domicilio –en especial, para personas con movilidad reducida– o el militar, con robots que imiten el movimiento de ciertos animales, campo en el que ya existen prototipos.
Hasta aquí, la cara de la moneda. ¿Y la cruz? La cruz está en la que los especialistas llaman la inteligencia artificial fuerte, la que la ciencia ficción ha mostrado de forma insistente durante décadas en forma de Terminator y similares, y a la que en los últimos años se han añadido voces de Silicon Valley y de centros de investigación de diversos tipos, que alertan de que el riesgo es real.
El éxito en la creación de una inteligencia artificial sería el mayor acontecimiento en la historia humana”
“Creo que tenemos que ser muy cuidadosos con la inteligencia artificial. Si tuviera que pensar en el principal riesgo existencial para los humanos, probablemente sería ese”, afirmaba el pasado año Elon Musk, fundador de Paypal o de Tesla Motors, en una conferencia en el Massachussets Institute of Technology (MIT). En la misma línea, el físico Stephen Hawkingañadía que “desafortunadamente también podría ser el último, a no ser que aprendamos a evitar los riesgos”. Y Bill Gates admitía ahora hace un año encontrarse “en el campo de los que están preocupados por la superinteligencia”.
No es una inquietud nueva. Hace ya décadas que algunos teóricos advierten del riesgo que conllevaría la construcción de máquinas con una inteligencia tan grande que fueran capaces de rediseñarse a sí mismas y mejorar de forma exponencial, escapando así al control de los humanos. Esa capacidad, argumentan, terminaría desembocando en una explosión de inteligencia. Habríamos entrado de lleno en lo que denominan“singularidad tecnológica”. Ray Kurzwell, director de ingeniería de Google, sitúa ese momento en torno al 2045.
El Instituto para el Futuro de la Humanidad, dependiente de la Universidad de Oxford, es un verdadero think tank sobre la materia. Su fundador, el filósofo Nick Bostrom, publicó el pasado año el libroSuperintelligence: Paths, Dangers, Strategies (Superinteligencia, caminos, peligros, estrategias), donde dibuja una catástrofe a escala global si antes no se toman medidas. El apocalipsis que imagina Bostrom queda muy lejos de los clásicos de la ciencia ficción y hasta podría provocar una sonrisa… si no fuera un drama.
El filósofo sueco propone el siguiente ejercicio: imaginemos una máquina, mucho más inteligente que cualquier humano, programada para utilizar todos los recursos a su disposición para fabricar de la manera más eficiente y en la mayor cantidad posible clips deoficina. La máquina puede hacer su cometido de la manera prevista, pero todo podría ir mal. ¿Y si la máquina, en su objetivo de producir cada vez más, y valiéndose de su inteligencia superior, sorteara cualquier control y estableciera mecanismos para mejorarse a sí misma, replicarse y absorber todos los recursos posibles con la finalidad de cumplir con su objetivo? ¿Y si terminara por movilizar todos los recursos de una ciudad, de un país o de todo el planeta exclusivamente para producir clips? ¿Qué ocurriría con los molestos humanos?
Algunos científicos alertan de los peligros de máquinas que imiten y superen la inteligencia humana.
Existe otra posibilidad. Algunos teóricos creen que esa transformación podría desembocar en que humanos y máquinas se fusionaran. Es lo que de fiende una heterogénea corriente de pensadores transhumanistas, que vaticinan que la evolución, hasta ahora biológica, pasará, en algún momento, a ser tecnológica, que los ordenadores y las mentes humanas serán una sola cosa, y que las personas podrán descargar su mente en una máquina, lo que prácticamente las convertirá nada más y nada menos que en inmortales.
El relato puede parecer descabellado, pero hay quien se lo toma en serio. En realidad, es natural que la sola idea de un ordenador con una inteligencia similar a la humana, pero mucho más potente, levante todo tipo de recelos. Unos recelos que dan por descontado que llegaremos algún día a disponer de máquinas que repliquen la inteligencia y la mente humanas.
López de Mántaras se confiesa escéptico al respecto. “Es cierto – señala– que hay gente interesada en esa área, como los transhumanistas, pero el grueso de la investigación no va hoy en esa dirección. En cualquier caso, si una máquina llegara a ese nivel de inteligencia, sería completamente distinta que la humana, sería otra cosa”. Se trata de un terreno, por tanto, que se sitúa en la difusa frontera entre la ciencia y la ficción. Miquel Barceló, por su parte, asegura que el escenario apocalíptico es una pura especulación. “En realidad, pueden pasar cien, doscientos o trescientos años antes de que tengamos una máquina que replique la inteligencia humana, o incluso puede que no la tengamos nunca. Si no sabemos con exactitud cómo es y cómo funciona la inteligencia de las personas, ¿cómo podemos pensar en replicarla?”, se pregunta. En el ámbito anglosajón, pensadores de muy diversos campos como Steven Pinker o Jared Diamond cuestionan también los horizontes más catastrofistas respecto a esta tecnología.
Pero eso no quiere decir que no sean necesarios hoy debates éticos en torno a la inteligencia artificial de la que ya disponemos. López de Mántaras apunta algunos de ellos: “Hoy se está considerando que los drones militares puedan ejecutar ataques de forma automática, y eso es algo inadmisible, es necesaria una regulación. Cuestiones similares se suscitan en campos como la sanidad y sobre todo en la obtención y el tratamiento de los datos personales, la invasión de la privacidad”. “Antes de preocuparnos de lo que sucederá en el futuro lejano, tal vez deberíamos empezar a ocuparnos del futuro inmediato”, concluye.
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