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Esta es quizás la cuestión terminológica más añeja y recurrente que conozco dentro del mundillo de la innovación. Me refiero a los límites que fijamos para delimitar qué es innovar y qué no es, o más concretamente, cómo respondemos a esta simple pregunta: ¿Una persona/organización “innova” si lanza un producto, servicio o proceso que es nuevo para ella aun cuando ya exista en el mercado? Esta duda se plantea con frecuencia, y me es fácil reconocer a qué escuela pertenece el experto de turno según cómo la conteste.
Había dejado aparentemente resuelto este dilema hace tiempo, pero mi reciente visita a THNK Ámsterdam volvió a destaparlo, porque allí (que son muy expertos) parecen reducir la innovación a la búsqueda de “Breakthrough solutions”, o sea, grandes descubrimientos con un impacto disruptivo. Ellos se definen como “a creative leadership school catalyzing breakthrough solutions” que busca “pensar en grandes impactos sociales”, y que forma a personas que “tienen el coraje de ser pioneros”. En fin, todo planteado a lo grande, muy ambicioso, casi como el único camino que merece la pena seguir.
Después vi un TEDx de un amigo y reconocido consultor latinoamericano, Mario Morales, que redundaba en un mensaje parecido, insistiendo que la innovación es “llegar a donde otros no han llegado”. Dice Mario que innovar es “ir a la frontera”, y entonces yo me pregunto: ¿a la frontera de qué, respecto de qué? Explicaré a continuación por qué creo que es tan importante responder bien a esta pregunta.
Si innovación sólo fuera “llegar a donde no han llegado otros”, o sea, lograr algo único en el mundo (es eso lo que significa la frase), entonces no creo haber tenido en mi carrera profesional más de dos o tres clientes que lo hayan conseguido, y me parece que estoy siendo demasiado optimista. O yo soy un consultor muy mediocre, al que la gente talentosa no busca, o alguien está poniendo el listón demasiado alto.
Según esa escuela, si no haces algo disruptivo y radical, si no eres el pionero en algo, no estás innovando; pero reducir la “innovación” a eso es, además de retórico, una visión elitista que le nos hace un flaco favor. Si de verdad nos creemos que “todos podemos poner en práctica la innovación”, entonces no deberíamos defender una definición tan excluyente, en la que se queda la inmensa mayoría fuera.
Por el contrario, creo que “innovar” es traspasar las fronteras que uno mismo tenía. El subrayado es importante, porque se refiere a llegar a donde no hemos llegado nosotros, y no los otros. De ese modo hay que adentrarse necesariamente, como dice Mario, en “terrenos desconocidos “, pero que son desconocidos para nosotros aunque ya los hayan recorrido otros. Y esta revisión del concepto es aplicable tanto al ámbito empresarial como al social. Ya lo decíamos en otro post cuando nos cuestionábamos si la innovación educativa tenía que ser siempre tan radical como dicen.
Pero volvamos a la pregunta que me hice al principio: ¿Una organización estaría “innovando” si lanza un producto, servicio o proceso que es nuevo para ella, pero no para los demás? Mi manera de resolver este dilema es creando dos categorías. Llamo innovación “absoluta” a la que es nueva para el mercado, y “relativa” a la que es nueva sólo para la organización. En la primera se traspasan todas las fronteras, que es algo reservado para unos pocos, mientras que en la segunda se transgreden las fronteras de la propia organización, que ya tiene su mérito
El Manual de Oslo, que es el documento más citado para regular las definiciones y estadísticas en esta disciplina, me da la razón al entender la innovación como “la concepción e implantación de cambios significativos en el producto, el proceso, el marketing o la organización de la empresa”. Basta con que el cambio sea “significativo”, o sea, que se note realmente, para que sea considerado una innovación, pero siempre tomando como referencia lo que ha hecho antes la propia organización, y no el mercado.
Incluso hay formas más inclusivas de reconocer la innovación si se insiste en mirar al mercado y compararse con los demás, que nos ahorran tener que apuntar tan alto en plan “Breakthrough solutions”. Desde la perspectiva comparativa, una organización ya es “innovadora” si consigue introducir novedades, cambios significativos, sólo para su ámbito de influencia. Por ejemplo, una panadería lo sería si es capaz de ofrecer un tipo de pan que no se vendía en el barrio al que suele llegar con sus productos. No estoy hablando de un pan pionero en el mundo, ni en el país, ni siquiera en la ciudad. Si es una panadería de barrio, que sólo puede llegar a sus vecinos, ya sería “innovadora” si es capaz de ser de las primeras del barrio en ofrecer ese nuevo producto al que no accedían los clientes habituales. Pero insisto, con que se atreva a mejorarse a sí misma renovando su género, ya está innovando.
Con suerte, si la organización se toma en serio explorar terrenos desconocidos para ella (“innovación relativa”) puede llegar un día, después de muchas iteraciones, en que esa habilidad bien desarrollada y sistematizada le permita traspasar fronteras también desconocidas para los demás (“innovación absoluta”).
La narrativa de la innovación peca a menudo de grandilocuencia, pero consignas tan ambiciosas pueden generar un efecto contrario al buscado. Lo que yo digo es que el tan cacareado “¡¡Piensa en grande!!” funciona a menudo como una trampa paradójica porque a más expectativas, más difícil es satisfacerlas, y más frustración.
Los proyectos transformadores a pequeña escala, con un impacto significativo en la vida de la gente a escala local (por ejemplo, para un barrio), que tienen una fuerte dimensión humana, son tan válidos, legítimos e innovadores como otros más ambiciosos. Creo además que las micro intervenciones encajan mejor con la cultura del prototipado que plantearse macro-objetivos globales. Por otra parte, un proyecto innovador puede consistir en validar el modelo a escala “micro”, y puede ser otra persona u organización la que lo escale después.
Como argumento final, me atrevería a asegurar que la mayoría de los innovadores que “cambiaron el mundo” no se plantearon desde sus comienzos un objetivo tan grandilocuente, aunque el relato post-éxito se haya vestido falsamente de esa mitología. No lo buscaron sino que se encontraron con la sorpresa del impacto que consiguieron. Esta idea de Connie Willis, autora de la novela de ciencia ficción Bellwether, lo explica mejor:
“Don’t they know science doesn’t work like that? You can’t just order scientific breakthroughs. They happen when you are looking at something you’ve been working on for years and suddenly see a connection you never noticed before, or when you’re looking for something else altogether. Sometimes they even happen by accident. Don’t they know you can’t get a scientific breakthrough just because you want one?”
Humildad no significa conformismo, ni falta de ambición. Tampoco pretendo cortar las alas a los que se plantean impactar a lo grande, pero insisto que no es el único camino. Se puede llegar muy alto subiendo una escalera peldaño a peldaño, y celebrando pequeñas victorias que lleven a la siguiente.
Nota: La imagen del post pertenece al álbum de Brett Jordan en Flickr
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