La práctica a largo plazo de técnicas de concentración mental modifica el funcionamiento del cerebro, además de expandir y calmar la mente.
Se puede comunicar el conocimiento, mas no la sabiduría. Podemos hallarla, vivirla, obrar maravillas por su medio, pero no comunicarla ni enseñarla.
Recordé, sin quererlo, esta cita de Siddhartha, la novela de Herman Hesse, durante una estancia de una semana en el monasterio budista de Drepung, en India meridional. Su santidad el Dalai Lama había invitado al Instituto Mente y Vida, con sede en Estados Unidos, para que la comunidad monástica tibetana, exilada en India, se familiarizase con la ciencia moderna. Cerca de una docena de físicos, psicólogos, neurocientíficos y médicos hablamos, ante unos dos o tres millares de monjes de ambos sexos, sobre mecánica cuántica, neurociencia, consciencia y diversos aspectos clínicos de las prácticas de meditación. Su santidad preguntó, sondeó y bromeó con cada uno de los conferenciantes. Aprendimos de él y de su círculo interno, en especial de su traductor, Jinpa Thupten, doctor en filosofía por la Universidad de Cambridge, y del monje francés Matthieu Ricard, doctor en biología molecular por el Instituto Pasteur de París. También ellos y sus hermanos monacales adquirieron conocimentos de nosotros.
Como representantes de dos modalidades intelectuales del pensar sobre el mundo, unos y otros nos intercambiamos hechos, datos y saberes. De una parte se compartieron conocimientos sobre la más que bimilenaria tradición oriental de indagación de la mente desde un punto de vista interior, subjetivo; por otra, se explicaron las teorías mucho más recientes sobre el cerebro y su comportamiento obtenidas mediante métodos empíricos occidentales en un marco conceptual reduccionista, de observación por terceros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario