viernes, 1 de abril de 2016

Nada nuevo bajo el sol

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Por Pablo Regent, decano del IEEM
 
Publicado en Café & Negocios, El Observador

Lo que pasó hace más de dos mil años se ha replicado en distintas épocas y volverá a hacerlo... Una y otra vez la historia nos enseña que se repite a sí misma.

La Navidad que estamos festejando en estos días nos retrotrae al nacimiento de Jesús cuando en Roma gobernaba el emperador Augusto. Aunque pesebres e imágenes de aquellos tiempos, el año 1 de nuestra era, nos hace pensar en épocas primitivas y muy distantes a nuestra posmodernidad actual, la realidad es que las cosas no eran tan diferentes.

Unos años antes de que la Virgen María diera a luz al Hijo de Dios, Augusto había derrotado a Marco Antonio y Cleopatra, poniendo fin a un período de guerra civil que tenía sus orígenes en los amoríos de Julio César con la princesa egipcia. Augusto trajo de Egipto un enorme botín, el cual volcó a un generoso plan de obras públicas y financiación de las más diversas actividades con el fin de revitalizar la economía de Roma que en ese momento se encontraba estancada. Como era previsible la medida tuvo éxito pero, al hacerse a través de un shock externo como lo fue el volcar el enorme tesoro de un momento a otro, impactó en los precios de los recursos disponibles trayendo consigo un proceso de suba de precios que instaló una inflación creciente. Así siguió la fiesta hasta que su sucesor, el emperador Tiberio, entendió que algo había que hacer. Su acción fue muy ortodoxa. De la noche a la mañana decretó una serie de medidas para “esterilizar” la plaza, retirando moneda circulante.

Esta medida de shock cortó bruscamente la suba de precios pero trajo otras consecuencias no tan deseadas. Por ejemplo, afectó a aquellos que bajo el influjo de la inflación habían basado su crecimiento en el endeudamiento apostando a que la suba de precios les garantizaba un buen rendimiento. Al cortarse la liquidez, los endeudados se dirigieron a las cajas de ahorro para obtener lo que necesitaban, lo que evolucionó hacia una corrida bancaria de todos aquellos que tenían dinero depositado en esas instituciones. No tardó mucho en que un par de ellas colapsaran, lo que significó un golpe para la cadena de pagos de industriales y comerciantes que se vieron impedidos de seguir operando, por lo que cerraron sus puertas reproduciendo la crisis hacia empleados y proveedores. Bancos fuertes no tuvieron más remedio que pedir asistencia a colegas, pero los clientes de estos últimos se enteraron y corrieron espantados a retirar sus ahorros, por lo que no solo no pudieron salvar a los otros sino que el problema se les volvió propio.

Como el Imperio Romano era un sistema de provincias y regiones con una economía interdependiente, la crisis financiera de Roma rápidamente afectó la confianza en los bancos de Lyon, Alejandría y Bizancio. Se sucedieron las quiebras, los suicidios, la aparición de usureros y sistemas alternativos, los precios entraron en picada y el pobre Tiberio se vio en la necesidad de volver a inyectar dinero en la economía obligando a prestarlo a largo plazo y con tasa cero. Poco tiempo después, al volver la confianza en el sistema financiero y renacer el crédito, la economía se acomodó y la crisis fue quedando atrás[1].

UNA Y OTRA VEZ...

Nada nuevo bajo el sol. Una verdad grande como una montaña pero que una y otra vez olvidamos. Lo cual es bastante grave, pues al olvidar desperdiciamos la oportunidad de evitar caer en los mismos errores que en el pasado. Las vicisitudes de Tiberio no son nada que no hayamos visto por estos lares en los últimos años. Cuál es la necesidad de repetir una y otra vez lo que ya hasta los romanos sabían y sufrían. ¿Acaso no es evidente que si uno se pasa de rosca fogonenado la economía el impacto en los precios trae inflación y pérdida de competitividad? ¿No termina sucediendo siempre que más tarde alguien tiene que poner las cosas en orden y entonces el ajuste pega a tirios y troyanos?

Mi propuesta con estas líneas no es instruir a los lectores en cómo ser un buen gobernante. La mayoría no participamos ni participaremos en el servicio público. Lo que busco es que a partir de un ejemplo muy visible, apliquemos este aprendizaje a los ámbitos que sí están dentro de nuestro accionar. El trabajo, la empresa, la familia, las relaciones sociales. Es mentira, una y mil veces, que el deseo puede imponerse a la realidad. Los deseos son buenos pero si no están alineados con la factibilidad se convierten en perversos. Cuando este año, después de las cañitas voladoras y algún que otro brindis, llegue el momento sereno de la reflexión y el examen, revisemos cuán sensatos somos en nuestros planes y desafíos. Recordemos que el mérito está en lograr cosas, en arribar a lugares, en construir algo diferente, no en actuar caprichosamente conformándonos con que lo que importa es la recta intención y el esfuerzo. Cada uno de nosotros es gobernante de su propia vida y esta influye, en mayor o menor medida, en círculos concéntricos que nos rodean. De cada uno se espera que haga rendir los dones que ha recibido, y no alcanza con buenas excusas o rectitud de intención. Menos aún cuando podemos aprender del pasado.




[1] Este párrafo está basado en Historia de Roma, I. Montanelli, págs. 350-35

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