Los neurocientíficos deterministas, los que no creen que seamos plenamente libres, afirman que la libertad es otra de esas grandes ilusiones que crea el cerebro. Si la libertad es una ilusión, podemos decir que es una ilusión que nos ayuda a vivir mejor y eso incluye el sentido de responsabilidad, que aunque fuese otra ilusión más es algo que crea cohesión social y promueve la cooperación entre las personas.
Este viejo dilema lleva a algunos científicos a la física cuántica, la que subyace bajo los átomos y las minúsculas partículas que integran la materia de la que están hechos nuestro cuerpo y cerebro. A ese nivel, dicen los físicos, no hay determinismo, las partículas se mueven sin seguir leyes o reglas precisas y todo es azar, casualidad, es decir, indeterminismo. Si las personas no fuésemos más que un conglomerado ingente de dichas partículas tendríamos un argumento para decir que no estamos determinados por la materia, pues los átomos de que estamos hechos se comportan a su antojo. Eso, de entrada, podría abrirnos las puertas del libre albedrío, aunque también es cierto que indeterminación tampoco es exactamente libertad, sino más bien eso, azar, incertidumbre.
Pero los 80.000 millones de neuronas que hacen posible nuestro comportamiento funcionan de modo diferente, pues lo hacen siguiendo la física de Newton en lugar de la cuántica, y eso cambia las cosas porque a ese otro nivel, es decir, al del conocido funcionamiento de las neuronas, sí que se puede constatar determinismo. Eso significa que si en un momento dado conociésemos todos los ingredientes y estados fisiológicos del cerebro y la situación de una persona podríamos adivinar cómo se va a comportar esa persona sin riego de equivocarnos. Es decir, que estaríamos determinados, que no seríamos libres. Todo está escrito en nuestro organismo y sus funciones, podríamos decir, sin que eso signifique necesariamente incluir en ese escrito elementos sobrenaturales.
Imagen: Rain Chain, por Arild Storaas/ Flickr/ CC BY-NC-ND 2.0
Un poderoso argumento contra el libre albedrío, es decir, contra la libre voluntad de la persona, surgió en los años 70, cuando el psicólogo de California Benjamin Libet realizó un sorprendente experimento que mostraba que la actividad que las neuronas realizan para preparar un movimiento ocurre unas décimas de segundo antes de que la persona manifieste ser consciente de su intención de realizarlo. Para entendernos, como si las neuronas de una persona tomaran la decisión antes que ella. No obstante, ese razonamiento es absurdo, porque presupone que las neuronas son algo diferente a la persona y, como ya explicamos en este mismo blog, si eso fuese verdad tendríamos un gran problema para explicar qué es la persona si no es su cerebro y la mente que ese cerebro crea. Además, los resultados de dicho experimento son ahora cuestionados por otros más recientes realizados con técnicas más precisas que afirman que el proceso cerebral de deliberación consciente no es instantáneo, sino que requiere un tiempo, y el momento en que la persona dice ser consciente de su decisión no es algo posterior a ella, sino más bien el final de ese proceso.
Hay también una propuesta reciente de investigadores del mismo instituto californiano de Libet, encabezados ahora por Jesse Bengson, que sostiene que el ruido de fondo o actividad general de las neuronas del cerebro que normalmente muestran cuando se registra mediante el electroencefalograma es una actividad aleatoria, es decir, que, al igual que las partículas subatómicas, esa actividad cerebral no parece seguir reglas fijas, siendo también aleatoria, por lo que, afirman, las decisiones que se toman partiendo de ella no estarían determinadas. Eso nos devuelve a otro posible fundamento del libre albedrío que la ciencia tendrá que seguir explorando. En todo caso, a mí siempre me ha parecido que lo lógico es que la electricidad pase por el cable antes de que se encienda la bombilla, pues lo contrario resultaría muy difícil, si no imposible, de explicar.
Los neurocientíficos deterministas, los que no creen que seamos plenamente libres, afirman que la libertad es otra de esas grandes ilusiones que crea el cerebro. Así lo pensaron filósofos como Spinoza, quien ya dijo hace más de tres siglos que la impresión subjetiva que tenemos de controlar nuestro comportamiento no es más que el resultado de nuestra ignorancia de las verdaderas causas de ese comportamiento. Immanuel Kant, otro de los grandes filósofos, afirmó igualmente que nuestra mente prefiere un símil de la realidad antes que la realidad misma. Quizá tengan razón los filósofos, porque si no es así y la libertad existe lo tenemos difícil para explicar científicamente sus fundamentos, es decir su origen y el mecanismo que la hace posible.
En todo caso, yo tengo mis propias dudas y opinión sobre el problema, una opinión de la que no espero convencer al lector, pero sí al menos hacerle reflexionar. Hace tiempo que vengo sosteniendo la hipótesis de que el cerebro humano no ha evolucionado lo suficiente para entender cómo la materia, es decir, las neuronas y todos sus ingredientes físicos y químicos, hacen posible la imaginación, el pensamiento íntimo, la subjetividad. Simplificando podríamos decir que no sabemos qué es la subjetividad. Es por eso que cuando pienso en si somos libres para tomar decisiones o si, contrariamente, estamos predeterminados y lo que acabamos haciendo ya estaba escrito en el estado precedente de nuestro cerebro, me asalta la duda de si un posible fundamento de la libertad pudiera radicar en ese desconocido cambio de la materia objetiva al pensamiento subjetivo. Es decir, si hay algo en la naturaleza de ese cambio que pudiera explicar la libertad, pero a lo que no podemos acceder. A fin de cuentas el sentimiento de libertad es precisamente eso, un sentimiento consciente, es decir, subjetividad, imaginación.
Si eso que pienso fuera correcto, el problema no tendría solución por mucho que la busquemos, pues radicaría en una incapacidad del cerebro humano. Pero no sé si esa incapacidad, aparte de a los filósofos y a nosotros los científicos, le importa mucho a la gente corriente, pues la mayoría ni siquiera se lo plantea, siendo algo ajeno a la inquietud general. Siempre he creído que es mejor para cualquier persona sentirse libre aunque no lo sea que serlo de verdad y no sentirlo. Si la libertad es una ilusión, podemos decir que es una ilusión que nos ayuda a vivir mejor y eso incluye el sentido de responsabilidad, que aunque fuese otra ilusión más es algo que crea cohesión social y promueve la cooperación entre las personas. De lo que sí estamos seguros es de que en el mundo en que vivimos dependemos de tantas cosas de todo tipo, en la salud, el trabajo, la familia, la economía, las relaciones sociales, etc, que parece justificado que el problema de la libertad mental absoluta, fundamento de todas las demás, pase a un segundo o tercer plano para la mayoría de los mortales.
Para saber más: Morgado, I. La fábrica de las ilusiones: Conocernos más para ser mejores". Barcelona, Ariel 2015.
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