domingo, 29 de mayo de 2016

No obtienes lo que deseas. Obtienes por lo que trabajas

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"La vida no te da lo que tu quieres, te da lo que mereces" —Nido Qubein

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Imagen: Helloquence (clic sobre la foto para más info.)
Hace ya varios, muchos años quizá, mientras trabajaba en la tesorería de una corporación financiera, mi compañero y yo pensábamos que éramos poco apreciados y que estábamos mal remunerados. Ambos estábamos convencidos de que merecíamos más. (Algo que era cierto solo en uno de los dos casos).

La manera como cada uno de los dos abordó esta situación fue muy distinta, y los resultados terminaron demostrando, sin lugar a la más mínima duda, cual era la aproximación correcta.

Yo por mi parte, tan listo como siempre, decidí que si no me daban lo que creía que era justo, tampoco iba a entregarme a fondo. Así que me aseguré de hacer lo mínimo necesario para cumplir (en ocasiones hasta un poco menos). Lo que tu me das es lo que recibes.

Mi compañero, por el contrario, aunque pensaba igual que yo, jamás bajó el listón de la calidad de su trabajo. Siempre hacía más de lo que se le pedía. Continuó aprendiendo más, adquiriendo nuevas habilidades y creando valor para la empresa. Incluso creó un programa en Excel para valorar inversiones financieras complejas que le ahorró millones a la compañía, pues así la firma se evitaba  comprar un costoso software.

Cuando pidió un aumento a nuestro jefe, la respuesta que este le dió fue que, dado el actual mercado laboral (alto desempleo por ese entonces) el estaba muy bien pagado, que incluso era posible conseguir a alguien que hiciera lo mismo por mucho menos.

¿La respuesta de mi amigo? Seguir trabajando como siempre. Claro, estaba triste y decepcionado, pero no bajo la calidad de su trabajo.

Resulta que sus amplios conocimientos poco a poco iban haciéndose más y más conocidos. Con frecuencia lo llamaban de otras empresas para consultarle cosas.

Un día recibió una llamada de otro banco, mucho más grande y poderoso, ofreciéndole un puesto de trabajo mejor remunerado; además de otra serie de incentivos que hacían la propuesta muy tentadora.

Antes de decidir, mi compañero le comunicó a la empresa donde trabajábamos la propuesta que había recibido. Estos le dijeron que haciendo “un gran esfuerzo” podían hacerle un pequeño reajuste, que para nada se acercaba a lo que le había ofrecido el otro banco.

Mi compañero se marchó.

Después de su partida, su puesto de trabajo, esencial en la tesorería de una entidad financiera, se convirtió en un caos. Las personas que probaron para reemplazarlo, supuestamente disponibles en abundancia, jamás pudieron igualar la calidad de su trabajo.

Los hechos demostraron que la excelencia no es material que se encuentre en abundancia.

El lío que se formó tras su marcha fue de tal dimensión, que unos meses después la empresa lo contactó de nuevo para hacer, esta vez sí, un gran esfuerzo y ofrecerle un contrato de trabajo que reflejara su verdadero valor.

Hoy en día situaciones como estas se dan por montones. El mercado laboral continúa deprimido y las empresas tienen la oportunidad de imponer sus condiciones.

Sin embargo, para escapar de esta situación, como lo demuestra esta historia, el camino que NO debemos elegir es el de la mediocridad, es el de la excelencia. Si hacemos que la calidad de nuestro trabajo brille, tarde o temprano atraeremos las oportunidades adecuadas.

Lo que no podemos hacer es esperar a que las condiciones sean las adecuadas, a que estemos justamente recompensados, para hacer nuestro mejor esfuerzo. La vida, por injusto que parezca, exige que paguemos por adelantado: obtienes según lo que pongas, no al revés.

Es como si un futbolista, que es habitual en el banquillo, decidiera que no se va a esforzar al 100% hasta que el técnico lo ponga de titular. Esa actitud lo condenará de por vida a la suplencia.

Es justo cuando las condiciones son adversas cuando debemos dar lo mejor de nosotros. No podemos, como lo hice yo, escoger ser mediocres y esperar que se nos recompense por ello. Debemos hacer de la excelencia nuestro sello de identidad.

El éxito hay que pagarlo por adelantado.

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