Leer y escribir a mano no es solo una inversión en inteligencia. Hasta la depresión tiene miedo de los libros
"Siempre me había considerado un amante de la lectura, pero hace unos años constaté que existía una gran diferencia entre que te gusten los libros y que los necesites. En mi caso, me identifico con las personas que dependen de los libros para disfrutar de una vida plena”. Es el testimonio que acompaña al escritor Matt Haig (Sheffield, Reino Unido, 1975) desde que a los 24 años cayó en una depresión que superó gracias a la lectura y la escritura. Sus miedos, esperanzas y satisfacciones fueron sintetizadas 15 años más tarde en el reciente libro Razones para seguir viviendo (Seix Barral), que Haig escribió porque, afirma, “las palabras, a veces, realmente pueden liberarte”.
Libros contra el ombliguismo
Aunque leer o escribir puede que no sean el antídoto mágico a la infelicidad o la depresión, lo cierto es que cuando Haig habla de libros, lo hace desde un agradecimiento sincero, casi reverencial, por haberle devuelto las ganas de vivir. Pero, ¿cómo pueden salvarnos la vida? Parece que el quid de la cuestión reside en cómo y dónde ponemos el foco de nuestra atención. Al menos, así lo cree Haig: “Cuando leía no pensaba en otra cosa. Me di cuenta de que los límites del mundo (mi mundo) iban mucho más allá de aquellos que mi mente había levantado. Leer me distraía, me calmaba. Y al escribir sentía como si mis pensamientos fueran más lento de lo normal”. Una observación en sintonía con la visión que apunta Rita Otero, psicóloga y coordinadora del taller de psicoescritura en Minerva Psicólogos, quien identifica la ralentización del pensamiento como una de las virtudes de la escritura: “El movimiento articular de la mano a la hora de escribir tiene una velocidad mucho menor que nuestros pensamientos, y esto favorece el desarrollo de ideas más serenas y meditadas”.
Leer ficción mejora la facultad de entender y predecir emociones y pensamientos en los demás
El investigador Facundo Manes corrobora estas teorías desde el punto de vista de la neurología. “La escritura manual, al ser más lenta, nos obliga a sintetizar y reorganizar la información”. Según el neurocientífico, “un estudio reciente llevado a cabo por Pam Mueller y Daniel Oppenheimer, publicado en la revista Psychological Science, estudió las diferencias entre escribir a mano o en el teclado de un ordenador. Los investigadores pidieron a un grupo de universitarios que tomara nota de una charla TED, la mitad a mano y el resto con ordenador. Los resultados evidenciaron que los primeros transmitieron mejor comprensión conceptual de la información, y quienes escribieron en el ordenador la transcribieron de manera más literal y mostraron menor comprensión. En otro estudio, las investigadoras Karin James y Laura Engelhardt, de la Universidad de Indiana (EE UU), demostraron que la escritura manual favorece el aprendizaje: los alumnos que toman apuntes a mano recuerdan más y logran una comprensión más profunda de los contenidos.
Leer, mejor en voz alta
La psicóloga Otero también comparte las bondades de la lectura. Pero señala una interesante distinción entre las terapias narrativas. Por un lado, existe una corriente que ve en la escritura un acto terapéutico per se, y por otro, la tendencia (que ella defiende), que estipula que para que sea realmente curativa, debería ir acompañada de su lectura en voz alta a otras personas ajenas al texto. “A lo largo de los años he podido comprobar cómo leer en voz alta a los compañeros de taller tiene un efecto positivo e inmediato en aspectos tan importantes como la empatía, el apoyo mutuo, la comprensión y el fortalecimiento de las relaciones interpersonales”. Aspectos relevantes, pero no menos que la información que se desprende de “los quiebros e inflexiones de la voz o los cambios de velocidad que se producen en ciertos párrafos”, apostilla.
Sea en voz alta o para sus adentros, Matt Haig explica que mientras sufrió depresión y volvió a casa de sus padres devoraba todo tipo de libros tanto de ficción como de no ficción. Como buen “adolescente pródigo” leía, entre otros, El guardián entre el centeno (J. D. Salinger) o Rebeldes (Susan E. Hinton). Solo tenía (y mantiene) una excepción: jamás tocó libros en los que apareciera el suicidio. “Pensaba que si leía las historias de Ernest Hemingway o Sylvia Plath acabaría como ellos”.
Según un estudio publicado en 'Psychological Science', tomar apuntes a ordenador limita la comprensión
Emociones casi reales
Cuando Haig escribió su libro tenía muy claro que quería mostrar el lado más positivo de su experiencia: “Empecé a narrar mi historia desde abajo, partiendo del momento más difícil y duro. A partir de ahí, la cosa solo podía mejorar”. Escribirlo, pero sobre todo plasmar sus pensamientos hace tres lustros cuando trataba de salir de la depresión, le permitió llevar a cabo una valiosísima descarga emocional. Como dice la psicóloga Rita Otero, “el papel no juzga, escucha en silencio, permite volcar en él todo aquello que necesita ser expresado”.
El neurólogo Facundo Manes confirma que la lectura puede ayudar a superar situaciones difíciles. Se basa en estudios como el realizado con más de 4.000 adultos en la Universidad de Liverpool (Reino Unido), que demostró que las personas que leían regularmente tenían menores sensaciones de estrés y depresión que aquellos que no leían con regularidad. “Cuando leemos se activa toda nuestra maquinaria cerebral, lo cual incluye no solo las áreas asociadas al lenguaje y a la memoria, sino también a nuestras experiencias en general y a nuestras emociones”.
Especialmente interesantes son las conclusiones de ciertas investigaciones, que menciona Manes, y que demuestran “que cuando leemos acerca de una experiencia se activan las mismas áreas cerebrales que se activarían si la estuviéramos viviendo realmente. Por ejemplo, cuando leemos verbos de acción como 'correr' o 'comer', se activan las mismas áreas que nos permiten mover los pies o la boca, o cuando leemos palabras como 'jazmín' se activan las especializadas en el procesamiento olfativo”.
Otro estudio publicado en Science reveló que quienes leían novelas de ficción mejoraban su capacidad de entender y predecir emociones y pensamientos en sus congéneres.
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