"El que piensa poco se equivoca mucho" —Leonardo da Vinci
Si queremos producir buenas ideas —innovadoras, coherentes e inteligentes— debemos dedicar tiempo a sólo pensar.
Hoy, cuando la creatividad es tan idolatrada y perseguida, todos queremos ser creativos. Sin embargo, dejamos la creatividad a la casualidad, esperamos de manera pasiva a que nos visiten las musas.
Si quieres ser un buen corredor, debes dedicar tiempo a correr. Si quieres ser un buen programador, debes dedicar tiempo a programar. De la misma manera, si quieres ser un pensador solvente, debes dedicar tiempo a pensar. “Nadie se hizo sabio por casualidad” afirmó Séneca.
El problema es que pensar está mal visto. Si vemos a alguien inmóvil, con la mano en la barbilla y la mirada perdida, de inmediato pensamos que está perdiendo el tiempo.
No importa que su mente esté creando una sofisticada estrategia de negocio, o pensando sobre la mejor manera de motivar a su equipo, o ideando la forma de reducir costes en la empresa; si lo vemos quieto es que no está produciendo.
Al contrario, si te ven con la mirada fija en la pantalla, y tus dedos dedos golpeando con arrebato el teclado mientras respondes los típicos correos insustanciales “Ok, gracias. Recibido”; nadie dudará de tu compromiso: estás ocupado, estás “produciendo”.
A pesar del escaso aprecio y prioridad que le otorgamos, el tiempo dedicado a pensar es tiempo bien invertido, retribuye de manera generosa a quien lo práctica de manera habitual.
Charlie Munger y Warren Buffett, el extraordinario dúo inversor, atribuyen su éxito a la racionalidad de sus estrategias, la cual nace del tiempo que dedican a pensar nada más:
Hoy, cuando la creatividad es tan idolatrada y perseguida, todos queremos ser creativos. Sin embargo, dejamos la creatividad a la casualidad, esperamos de manera pasiva a que nos visiten las musas.
Si quieres ser un buen corredor, debes dedicar tiempo a correr. Si quieres ser un buen programador, debes dedicar tiempo a programar. De la misma manera, si quieres ser un pensador solvente, debes dedicar tiempo a pensar. “Nadie se hizo sabio por casualidad” afirmó Séneca.
El problema es que pensar está mal visto. Si vemos a alguien inmóvil, con la mano en la barbilla y la mirada perdida, de inmediato pensamos que está perdiendo el tiempo.
No importa que su mente esté creando una sofisticada estrategia de negocio, o pensando sobre la mejor manera de motivar a su equipo, o ideando la forma de reducir costes en la empresa; si lo vemos quieto es que no está produciendo.
Al contrario, si te ven con la mirada fija en la pantalla, y tus dedos dedos golpeando con arrebato el teclado mientras respondes los típicos correos insustanciales “Ok, gracias. Recibido”; nadie dudará de tu compromiso: estás ocupado, estás “produciendo”.
A pesar del escaso aprecio y prioridad que le otorgamos, el tiempo dedicado a pensar es tiempo bien invertido, retribuye de manera generosa a quien lo práctica de manera habitual.
Charlie Munger y Warren Buffett, el extraordinario dúo inversor, atribuyen su éxito a la racionalidad de sus estrategias, la cual nace del tiempo que dedican a pensar nada más:
¿Cuáles es el secreto del éxito? —afirmó Munger— en una palabra: "racionalidad"
[...]
Ambos insistimos en tener un montón de tiempo disponible casi todos los días para sentarnos y pensar. Esto es muy poco común en las empresas estadounidenses. [Nosotros] leemos y pensamos. Así que Warren y yo dedicamos más tiempo a leer y pensar, y menos a hacer, que la mayoría de la gente de negocios.
[...]
Eso es lo que ha creado [uno de los] récords más exitosos de la historia del mundo de los negocios. Dedicamos un montón de tiempo a pensar.
Para pensar bien es necesario que dediquemos tiempo a ello y evitemos las interrupciones. Es bastante improbable que produzcamos una idea de calidad si nos vemos interrumpidos con frecuencia.
Nuestro pensamiento se produce básicamente de dos maneras: voluntaria e involuntaria; y ambas formas se benefician de la ausencia de interrupciones.
Cuando pensamos de manera voluntaria es cuando escogemos una cuestión o un problema, y permanecemos con él durante un tiempo. Le damos vueltas, lo analizamos por un lado, por el otro, hasta que al final, si hay suerte, encontramos la solución.
Este era el método de Einstein:
Nuestro pensamiento se produce básicamente de dos maneras: voluntaria e involuntaria; y ambas formas se benefician de la ausencia de interrupciones.
Cuando pensamos de manera voluntaria es cuando escogemos una cuestión o un problema, y permanecemos con él durante un tiempo. Le damos vueltas, lo analizamos por un lado, por el otro, hasta que al final, si hay suerte, encontramos la solución.
Este era el método de Einstein:
No es que yo sea tan inteligente. Sino que permanezco con las cuestiones durante mucho más tiempo.
El genial físico se benefició que su empleo en la oficina de patentes le permitía tener mucho tiempo libre, el cual dedicó a pensar en sus teorías universales.
Si Einstein se hubiese visto constantemente interrumpido en sus cavilaciones por llamadas, correos electrónicos y actualizaciones de redes sociales, con seguridad que no habría producido lo que produjo.
La otra manera cómo se produce el pensamiento —involuntaria— ocurre cuando dejamos que nuestra mente vague con libertad (soñando despiertos). Por ejemplo, mientras paseamos de manera distraída, sin pensar en nada específico, el cerebro continúa trabajando tras bambalinas, por debajo del nivel de conciencia, en los problemas en los que hemos pensado con anterioridad. Y cuando encuentra una idea interesante, la desliza hasta nuestra parte consciente y es cuando se produce el gratificante ¡aja! o ¡Eureka!
Este es el método usado por numerosos artistas, filósofos y escritores, quienes tenían sus mejores ocurrencias mientras paseaban relajados.
Utilizar los dos sistemas de pensamiento del cerebro amplía de forma importante nuestra capacidad para producir buenas ideas. Pero para hacer uso de ese poderío inexplotado debemos dedicar tiempo a ello.
En un mundo tan complejo, cambiante e incierto como el de hoy, establecer tiempo para pensar no es una indulgencia ni un lujo, es una necesidad.
Así que sin remordimiento alguno, agarra tu agenda y escribe: PENSAR.
Si Einstein se hubiese visto constantemente interrumpido en sus cavilaciones por llamadas, correos electrónicos y actualizaciones de redes sociales, con seguridad que no habría producido lo que produjo.
La otra manera cómo se produce el pensamiento —involuntaria— ocurre cuando dejamos que nuestra mente vague con libertad (soñando despiertos). Por ejemplo, mientras paseamos de manera distraída, sin pensar en nada específico, el cerebro continúa trabajando tras bambalinas, por debajo del nivel de conciencia, en los problemas en los que hemos pensado con anterioridad. Y cuando encuentra una idea interesante, la desliza hasta nuestra parte consciente y es cuando se produce el gratificante ¡aja! o ¡Eureka!
Este es el método usado por numerosos artistas, filósofos y escritores, quienes tenían sus mejores ocurrencias mientras paseaban relajados.
Utilizar los dos sistemas de pensamiento del cerebro amplía de forma importante nuestra capacidad para producir buenas ideas. Pero para hacer uso de ese poderío inexplotado debemos dedicar tiempo a ello.
En un mundo tan complejo, cambiante e incierto como el de hoy, establecer tiempo para pensar no es una indulgencia ni un lujo, es una necesidad.
Así que sin remordimiento alguno, agarra tu agenda y escribe: PENSAR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario